Sardes 1, la iglesia asaltada
por César Uribarri
El bueno de san Andrés quedó admirado por la construcción del Templo. “Maestro, mira que piedras”. “Pues yo te digo que no quedará piedra sobre piedra.” Es una más de entre las muchas conversaciones proféticas que relatan los Evangelios. Buscaban a Cristo para interrogarle sobre cuantos acontecimiento futuros les había dejado caer provocadoramente: “Maestro, dinos, cuando será esto…”. Y Él gustaba responder de ese modo tan difícil con el que abría los ojos al misterio, lo evidenciaba y confirmándolo, lo ocultaba.
El recuerdo de tales conversaciones dejó clara en la memoria colectiva de los cristianos que Dios es Señor del Mundo, que Él tiene sus designios, y sus tiempos. Y sus tiempos, los tiempos del Altísimo, versaban sobre muchas cuestiones desconcertantes: judíos, Iglesia, Anticristo, misterios revelados en lo oculto, fin del mundo. Y que sobre ello hablaban -y mucho- los cristianos de los tiempos apostólicos lo evidencia san Pablo en numerosas ocasiones. Lo mistérico, lo sobrenatural, la lectura de los signos de los tiempos a la luz de las profecías que pasaban de unos a otros… eran conversaciones recurrentes que manifestaban el ardor espiritual en el que vivían. Y había ardor porque había un convencimiento profundo en que la Historia la gobierna Dios.
Por ello, la crisis actual es, principalmente, una crisis de fe. Ahora se vive como si Dios no existiera y por eso la Historia le pertenece al hombre y el hombre mueve la Historia por la economía. La economía explicaría los movimientos sociales y las reacciones políticas. Cuanto acontece deberá ser visto en clave política, pero tras toda política hay una realidad económica previa. Así lo ocurrido en las recientes elecciones catalanas sería notoria plasmación de tal evidencia: lo económico ha hundido a la izquierda porque la izquierda hundió la economía. Lo cotidiano se valora en términos económicos, y por ello se deduce, que los grandes movimientos sociales, históricos, son económicos. Se olvidan las intenciones por más descaradas que sean y sólo se valoran en cuanto favorezcan o perjudiquen la riqueza. Lo moral o inmoral de las decisiones, de las intenciones, se esfuma como humo que no interesa y no aporta luz. Que el todo es materia, y la materia sólo riqueza y la riqueza la maneja el brujo de la economía es una apriorismo aceptado por la mayoría. Claro, por las mayorías que, curiosamente, son las que no manejan las decisiones.
Pero las decisiones son sólo dos: Dios o no Dios. Sobre esto gira la historia de la humanidad y sobre esto, así lo escribió san Juan en su Apocalipsis, girará la historia universal del hombre. En esos vaivenes apocalípticos está inmersa la humanidad donde lo demás -lo económico, lo político, lo social, lo militar- no será sino consecuencia del posicionamiento entre la aceptación a Dios o su negación.
Sin embargo muchos han visto en las cartas a las siete iglesias con las que se inicia el Apocalipsis no consejos históricos –válidos por tanto, para todos los tiempos, en ese juego entre imagen y símbolo de realidades futuras- sino narración histórica de las fases por la que se verá inmersa la Iglesia desde su fundación hasta el juicio final. Así lo veía el venerable Holzhauser, o el también venerable Dolindo Ruotolo, o nuestros sabios sacerdotes Benjamin Martín Sanchez o el padre Urrutia. Las siete iglesias son las siete fases por las que la Iglesia deberá pasar hasta su glorificación final.
Y ¿en que fase estamos? ¿Cuál de las siete iglesias del Apocalipsis es imagen de nuestra era? Llamativamente San Josemaría Escrivá no había dudado en comparar los tiempos actuales con la quinta Iglesia, la Iglesia de Sardes:
“Si los pastores no luchasen personalmente para adquirir finura de conciencia, respeto fiel al dogma y a la moral —que constituyen el depósito de la fe y el patrimonio común—, cobrarían realidad las proféticas palabras de Ezequiel: Hijo del hombre, profetiza contra los pastores de Israel. Profetiza, diciéndoles: así habla el Señor Yavé: ¡ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿Los pastores no son para apacentar el rebaño? Vosotros comíais la grosura de las ovejas, os vestíais de su lana... No confortasteis a las flacas, no curasteis a las enfermas, no vendasteis a las heridas, no redujisteis a las descarriadas, no buscabais a las que se habían perdido, sino que dominabais a todas con violencia y dureza.
Son reprensiones fuertes, pero más grave es la ofensa que se hace a Dios cuando, habiendo recibido el encargo de velar por el bien espiritual de todos, se maltrata a las almas, privándoles del agua limpia del Bautismo, que regenera al alma; del aceite balsámico de la Confirmación, que la fortalece; del tribunal que perdona, del alimento que da la vida eterna.
¿Cuándo puede suceder esto? Cuando se abandona esta guerra de paz. Quien no pelea, se expone a cualquiera de las esclavitudes, que saben aherrojar los corazones de carne: la esclavitud de una visión exclusivamente humana, la esclavitud del deseo afanoso de poder y de prestigio temporal, la esclavitud de la vanidad, la esclavitud del dinero, la servidumbre de la sensualidad...
Si alguna vez, porque Dios puede permitir esa prueba, tropezáis con pastores indignos de este nombre, no os escandalicéis. Cristo ha prometido asistencia infalible e indefectible a su Iglesia, pero no ha garantizado la fidelidad de los hombres que la componen. A estos no les faltará la gracia —abundante, generosa— si ponen de su parte lo poco que Dios pide: vigilar atentamente empeñándose en quitar, con la gracia de Dios, los obstáculos para conseguir la santidad. Si no hay lucha, también el que parece estar alto puede estar muy bajo a los ojos de Dios. Conozco tus acciones, tu conducta; sé que tienes nombre de viviente y estás muerto. Está atento y consolida lo que queda de tu grey, que está para morir, pues no he hallado tus obras cabales en presencia de mi Dios. Recuerda, qué cosas has recibido y oíste, y guárdalas y arrepiéntete.
Son exhortaciones del apóstol San Juan, en el siglo primero, dirigidas a quien tenía la responsabilidad de la Iglesia en la ciudad de Sardes. Porque el posible decaimiento del sentido de la responsabilidad en algunos pastores no es un fenómeno moderno; surge ya en tiempos de los apóstoles, en el mismo siglo en el que había vivido en la tierra Jesucristo Nuestro Señor.” (La lucha interior, Es Cristo que pasa.)
Pablo VI era de la misma opinión y así le diría a Jean Guitton cómo el problema actual era la tentación de tirar por la borda lo recibido, actualizando aquellas palabras del Ángel a la Iglesia de Sardes “por tanto acuérdate de lo que has recibido y has escuchado, y guárdalo y arrepiéntete”.
“Vuelvo a repetir que los católicos no deben sucumbir a la tentación de ponerlo todo en tela de juicio, a consecuencia del Concilio; ésta es la gran tentación de nuestros contemporáneos; es una tentación omnipresente en este periodo histórico; la tentación de volver a empezar, partiendo de cero.”
Pero ¿qué supone Sardes, que implica Sardes en la lectura histórica de Dios? De entrada una advertencia: la amenaza pende sobre Sardes, “si no velas, vendré como ladrón y no sabrás la hora en que vendré a ti”. ¿Y cuál es el alcance de esa advertencia? El padre Arteaga lo explicaba con maestría y en cierto modo los tiempos actuales lo dejan intuir. No extraña entonces encontrarse afirmaciones tan elocuentes como las del padre Mario Ortega en su blog de intereconomía el 27 de noviembre.
“Pienso que, creyentes y no creyentes, con la crisis moral, social y económica, la globalización que se traduce tantas veces en despersonalización, la evidencia de que el mundo está en manos de unos pocos señores con ansias de poder, etc. tenemos todos la impresión de que algo “gordo” nos espera. Los creyentes en Cristo sabemos que la historia se dirige finalmente hacia el triunfo definitivo del Señor, Rey del Universo, Dios justo. De manera preciosa, profetiza hoy Isaías en la primera lectura este final de Cristo victorioso en su Iglesia: “Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor”. Pero, de momento, aunque estemos en el arca de la Iglesia, notamos las fuertes sacudidas de la tempestad y el diluvio de un mundo muy contrario a Cristo; el Anticristo, que se va manifestando activo a lo largo de la historia y hoy día con inusitada virulencia.”
En eso estamos y de la mano del padre Arteaga se irá desgranando en próximos post cuanto se profetizó sobre la iglesia de Sardes.
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