Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Ya no es cuestión de cuándo se hunde, sino de cómo

por César Uribarri


“Vi en el interior de una iglesia hombres, niños, viejos: todos leían la Biblia, que explicaban clara y sabiamente. Pero yo leía mi Breviario Romano según mi costumbre; y los otros me preguntaron qué libro edificante era el que yo leía. Todos se asombraron mucho de que aún buscara mi alimento espiritual en este libro lleno de fórmulas largo tiempo anticuadas. Pero seguí con mi lectura, que me movió interiormente a decir: “la letra mata, sólo el espíritu da vida”. Entonces oí que me decían: “Ven, que quiero enseñarte el mundo”. Y fui por la ciudad con un hombre en profundo silencio.”
 

El párroco bávaro, Francisco de Sales Handwercher recogió en el poema “Mirada al futuro” la sucesión de visiones que durante 15 domingos le fue dado recibir en éxtasis. El poema, traducido por Sánchez de Toca en su obra “Profetas del bosque”, reflejaba en la visión del sexto domingo algo desconcertante para su tiempo: el mercado mundial. ¿Qué le fue dado ver? Lo que ahora, día a día, nos traen los medios: “la crisis económica llegará al colmo”.
 

Curiosa paradoja, ante la evidencia más que diaria de que las cosas se pueden torcer, la herejía del progreso ha impregnado la mente de todos, católicos y ateos, progresistas y conservadores. Nadie escapa al dios progreso, no el progreso social entendido al modo socialista –aquel del relativismo moral, la irreligiosidad, o el laicismo agresivo y militante- sino el eterno progreso de la economía, de la riqueza, del beneficio sobre el beneficio. Por ello lo que está pasando se entiende como un parón más en un repetitivo patrón lineal hacía el eterno crecimiento. Caprichoso crecimiento que exige, de vez en cuando, una crisis de la que se saldrá más fortalecidos, más ricos, más avanzados. Los jóvenes, que por lo general sienten más que razonan, evidencian una sensación sorprendente: ellos no vivirán la riqueza de sus mayores, su futuro será más sombrío.
 

Será cuestión de la ignorancia de esta juventud, tan pronta a los excesos autodestructivos como el alcohol o la droga -que llevan en sí el germen del nihilismo pesimista- lo que les hace percibir todo torcido. Será. O será que más del 40% de ellos no encuentran trabajo en este país ibérico tan lleno de si mismo, o que más de 700.000 ni estudian ni trabajan. Y es que sin ahondar en el porqué ya están percibiendo dificultades ingentes. Aunque alguno dirá que se les ha malacostumbrado, que son unos malcriados. Y todo ello, sin dejar de evidenciar esa verdad, pierde de vista otra más profunda que pocos han intuido y que Richard M. Weaver percibió con claridad:

“ Unas condiciones materiales espléndidas, por su misma incitación a la abundancia, invalidan el trabajo necesario para mantenerlas, como ha podido observarse incontables veces en los casos de individuos como de pueblos.”
 

Es decir, que nuestra juventud arrumbada evidencia que el progreso por el progreso es autodestructivo. Y no por la sola culpa de una educación perversa (legislativa y socialmente hablando) sino porque se ha quebrado la naturaleza real de las cosas:
 

- la primera, que el hombre necesita un porqué que le trascienda –y el más lujo, más comodidad, más placer no sólo no le trasciende sino que le aprisiona, y quiere escapar de ahí entregándose a una felicidad rápida que no es más que encaminamiento hacia los caminos del infierno, tal como dice el Papa en su último y polémico libro-.

 

- la segunda, que el progreso por el progreso se incardina en sociedades donde la nota dominante es, al decir de Weaver, la histeria del optimismo que se niega a aceptar la existencia de la tragedia. Y como no se acepta, no se quiere percibir el peligro, la situación real de la cosas abocadas al abismo. Uno se sienta embarcado en la vorágine del más sin reflexión ni cordura.
 

Algo grave hay cuando son ya muchas las voces que alertan de los siguientes escenarios previsibles a futuro y éstos no muy lejanos. Y voces del campo económico, lo que se antoja más serio. Los escenarios que vaticinan –de menor a mayor gravedad y llevados a sus lógicas consecuencias- serían estos:
 

- una Europa de dos velocidades, con dos euros. La Europa rica y la pobre. Huelgue responder dónde estaría Iberia.

- la quiebra del sistema euro.

- una guerra de divisas, como primer paso a guerras peores.

- una segunda gran Depresión, con el mismo final que la primera, otra guerra de alcance insospechado.
 

Pero es tal la herejía del eterno progreso económico que tales afirmaciones prefieren ni ser tenidas en cuenta. Qué ejemplo más paradigmático este próximo domingo en Cataluña, donde el sentido común debería penalizar a todos los partidos políticos causantes de la destrucción económica de esta tierra a lo largo de los años, de modo que debería ser no mayoritario, qué digo, sino absoluto el número de papeletas en blanco… Pero no, se seguirá votando como si no pasara nada. Pero pasa, y con ironía lo respondía, de nuevo, Weaver: “cuando el cambio se reduce al progreso, cada generación mide el que le corresponde, y nada puede ser objetivamente demostrado a través de la historia con tanta facilidad como el que algunas culturas han pasado de un estadio elevado de civilización a su desaparición.”

¿Qué le fue dado ver, entonces, al párroco bávaro en 1830? Lo que sigue:
 

“ El hombre me mostró su casa en una larga fila de casas, me condujo a su puerta y allí me dejó sólo. Para poder mirar a la calle me coloqué detrás de la puerta del jardín, que se abría para dentro. He aquí que se instaló un mercado con incontables mesas y puestos. Vi compradores y vendedores, hombres, mujeres, prenderos y judíos. Vi todas las frutas de este mundo, amontonadas en torres; vi comprar y vender productos de todos los países. Todo lo que sirve para vestidos, todo lo que es imagen artística, lo que es dulce y amable a los oídos, lo que es tierno y suave a los sentidos. En las mesas de los mercaderes encontré sólo lo que alegra el paladar: animales, aves, peces, raíces, hierbas, vinos.

Los quehaceres cotidianos de todos los humanos estaban en el mercado: afanes, cosas, conseguir ganancias, obtener mayores ganancias.”
 

Que familiar nos resulta todo esto: el coche mejor, la casa mayor y más cómoda, comprar para especular, la ganancia por la ganancia. Se objetará, ¿acaso es malo? De entrada los días presentes nos recuerdan que es autodestructivo: ¿se recuerda la crisis que Abadía describía como ninja? De modo que cuando todo el chiringuito se venga a bajo por el afán de lucro, ¿qué diremos? La verdad, que ha fallado el sistema porque ha fallado la realidad de las cosas: buscándose el paraíso en la tierra se ha querido vivir como dioses no sólo a costa de lo que no se tenía, o peor, de lo ajeno, sino de los ajenos.
 

A nuestro buen Francisco de Sales Handwercher  se le dio a entender que el problema era moral. Y así continuó con su narración:

“De repente vi una fiera salvaje bien armada de dientes y garras, un tigre indecente, negro y cruel, que caía entre la muchedumbre de naciones. Vi que la fiera mordía a miles de compradores y mercaderes, caídos y destrozados en medio de las apreturas del mercado. Temblando en lo más hondo de mi corazón vi enfurecerse la fiera. Y en esto vino el tigre resoplando contra mí.

Rabioso y bramando, el tigre amenazaba atraparme con sus dientes, empujando con las garras para abrir la puerta. De rodillas, procuré empujar la puerta para sujetarla y saqué enseguida el cuchillo para defenderme. Golpeé con el arma muchas veces la cabeza de la bestia; pero era como si diera en un casco aún más duro que el acero. Mi cuchillito no servía para herir un enemigo así, pero me salvaron las rodillas que sostenían la puerta. Por eso el tigre no pudo entrar en la casa a matarme y comerme como a los compradores del mercado.”
 

Cuenta el párroco cómo oye una voz que, desde la casa,  le llama, invitándole amablemente a entrar. El dueño de la casa le dirá, entonces:
 

Tu cuchillo no era útil para protegerte, mientras que estar profundamente de rodillas te sirvió mucho mejor para salvarte. El que utilice las armas que prepara según su propio criterio y con sus propias fuerzas nunca vencerá al enemigo. Satanás está siempre aullando por botín, pero sólo no podrá atacarte si te armas diligentemente en cuerpo y alma con la oración y el ayuno”.

 

 

 

x        cesaruribarri@gmail.com

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