Dación en pago
por César Uribarri
¿Cómo se llega a vivir la fe hasta el derramamiento de sangre? ¿Cómo es posible seguir creyendo –por tanto, confiando-, cuando el edificio de la pobre vida no sólo está derrumbado sino pendiente de una soga? ¿Cómo es posible seguir rezando cuando uno ve día a día que no sólo no es escuchado sino que ya no se trata de una vida mejor, sino de la propia vida?
El coraje de la pakistaní Asia Bibi, condenada a muerte por blasfemar contra Mahoma, está conmocionando al mundo. “Prefiero morir cristiana que salir musulmana de la cárcel”. Tiene 5 hijos. Cinco. Y ante la propuesta del juez de convertirse al Islam y vivir, ha optado por morir cristiana. Bendito coraje que pone en evidencia la pobre fe de occidente. Situaciones extremas evidencian la fe y la despiertan. Pero la fortaleza de esta mujer pakistaní no excluye el drama de su vida, la injusticia de su proceso y la violencia de una religión como el Islam capaz de estas atrocidades. Su familia está viviendo un infierno en la tierra y pocas son la voces alzadas en su defensa. Y no se esperen. Salvo algunos pocos en la Iglesia, no se alzarán (como muestra la portada de los diarios españoles El Pais, El Mundo y Público).
El consuelo, de nuevo, requiere de la fe. Esa sangre mártir regará de un modo desconcertante para tiempos y lugares que nos exceden. Lo sabemos, pertenece a nuestra cultura esa frase de Tertuliano “la sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Y hemos querido evidenciar la inmediatez de su afirmación con la conversión del Imperio Romano, y por tanto creemos que lo evidenciaremos en tiempos futuros por el martirio precedente de los años 30 del siglo pasado. Como si no hiciera falta nada más, mas que dejarnos llevar por las dulces aguas del bienestar, pues otros lo ganaron para nosotros. El coraje de Asia Bibi, el coraje de los recientes mártires de Irak, me ha recordado una desconcertante providencia divina que se le dio a conocer a la beata Ana Catalina Emmerich:
“Vi que los Apóstoles fueron enviados a la mayor parte de la tierra para combatir sobre todo el poder de Satanás y para llevar la bendición, también se sabe que las tierras donde ellos actuaban eran aquellas que habían sido fuertemente envenenadas por el enemigo.
Si estos países no han perseverado en la Fe cristiana y ahora se mantienen en el abandono, eso ha sido, como yo lo vi, por una sabia disposición de la Providencia, Estos territorios debían ser bendecidos solamente y permanecer fértiles para el futuro a fin de ser sembrados de nuevo, para luego dar frutos abundantes, cuando los otros (aquellos en los cuales la semilla ha fructificado, las naciones cristianas) sean a su turno dejadas sin cultivo.”
¿Acaso no significa esto que Occidente puede perder la fe? Entonces, ¿qué hay de esa verdad de sanguis martyrum, semen christianorum est? Una mirada a la realidad evidencia el languidecimiento de la fe en Occidente –notoriamente en Europa- y cómo se la combate a precio de sangre en tantos otros lugares. Y una mirada, aún dolorosa a la realidad, evidencia el apriorismo en el que vive la iglesia de que, pase lo que pase, la fe pervivirá.
Al grito de Europa o es cristiana o no será se ha entendido que como Europa será, evidentemente permanecerá cristiana. Pero el que Europa sea geográficamente no significa que en esa geografía vayan a permanecer la fe y la cultura occidental. El Papa Benedicto XVI quiso ser claro a unos obispos de Europa Central que acudieron en visita ad limina.
“Acordaos de las comunidades cristianas del norte de África, hoy son un recuerdo histórico. La fe no es una heredad. Sino la cuidamos, nos será quitada.”
La sangre de los mártires será simiente de cristianos, pero el aire que sopla esas semillas pertenece al Espíritu Santo, que las hará caer donde considere. A nosotros sólo nos toca amar tanto que estemos dispuestos a dar nuestra vida si se nos pidiera. En Irak saben bien lo que esas palabras significan.
Que su fortaleza nos haga fuertes.
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