Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Celo por las almas

por Guillermo Urbizu

 

Miro en un viejo diccionario de la Real Academia Española de la Lengua de 1927. Celo: “Impulso íntimo que promueve las buenas obras. / Amor extremado y eficaz a la gloria de Dios y al bien de las almas”. Y ya puesto me entra la curiosidad. ¿Qué dirá sobre el alma este añejo y sabio diccionario? Pues la define así: “Substancia espiritual e inmortal que informa al cuerpo humano, y con él constituye la esencia del hombre”. Estupendo, claro como el agua. Aunque me entretengo en leer el significado de otras palabras que están por allí. Me gusta pronunciarlas en voz alta. Por ejemplo aljuma, o aljerife, o alirrojo, o alípede. Y vuelvo luego al alma, a la palabra, y leo hasta el final sus distintas acepciones y expresiones. Me encanta la de “alma de cántaro”, que es la persona que no anda muy sobrada de discreción y sensibilidad. Y justo al final me encuentro con una perla, para mí todo un descubrimiento. Fíjense que maravilla de expresión: Paseársele a uno el alma por el cuerpo. No me digan que no tiene mucho de lírico y no poco de filosófico, aunque según el diccionario se refiere a ser calmoso e indolente. Mi forma de verlo es distinta. Esa expresión para mí indica la inquietud, el anhelo que de cuando en cuando siente uno por Dios. Y yo les digo que, desde este punto de vista, a mí se me pasea bastante el alma por el cuerpo. El alma siente un hormigueo, una agitación. Uno no se puede conformar con tan poco, lo que sea. Esa substancia espiritual que todos los seres humanos poseemos siente que le falta algo, que la felicidad no es esa barahúnda que suele ocuparnos, ni aparece por arte de birlibirloque. Hay algo más. Hay mucho más.

Pero la cuestión es que yo quería escribir sobre una de las propiedades que deben distinguir a todo cristiano: el celo por las almas. Siento que las palabras se me hayan desbocado no poco. ¿Qué es eso del celo por las almas? Lo dice bien el diccionario: amor extremado y eficaz. Un amor que una vez acrisolado en la intimidad de Dios, en la oración y en la gracia, en esa vida interior que se afana por identificarse cada vez más con la voluntad divina, necesita hacerlo partícipe a los demás. Lo necesita. No puede dejar de hablar de ello. Sin resultar cargante, por supuesto. O decididamente insoportable. Todo lo contrario. Esa necesidad de hacer al prójimo partícipe de esa felicidad apabullante que es Dios mismo es algo natural, y la confidencia brota en la calle o en el bar o en la familia. Y es personal. Uno no quiere ser ejemplo de nada, ni quiere epatar al amigo. El celo por las almas nace del ímpetu que es el amor de Dios. Según pasa el tiempo ese apostolado -la Iglesia es apostólica- cuesta menos. Por la sencilla razón de que cada día que pasa el cristiano está más enamorado de Cristo. O debería. Y si cuesta es que andamos flojos o tibios o desamorados; quizá más pendientes de otras cosas, o pendientes de esas cosas pero sin ofrecérselas a Dios, sin referirlas a Él.

El celo por las almas, el apostolado, sólo es posible cuando en nuestro corazón el celo por Dios es lo primero y ocupa toda nuestra vida. Entonces es cuando durante la conversación con un amigo o con un hermano o con el taxista, el alma se nos va por la boca y se nos nota. Es muy difícil callarnos ese Amor. No se trata de oratoria, o de una estudiada retórica. No se trata de una programación exhaustiva o de un exultante complejo de superioridad. Se trata de hombres y mujeres enamorados del amor de Dios. Se trata de cristianos con el alma encelada por Dios. Se trata de personas normales en cuyo corazón late un gozo que se asoma por los ojos, y que resulta atractivo. Un cristiano que de verdad quiera a sus amigos, a sus compañeros de trabajo, de pádel, etc.; un cristiano que se llame cristiano y rece y vaya a misa y organice y haga con su familia; digo que un cristiano así si no habla de Dios a todos esos prójimos es que algo pasa. ¿Vergüenza? ¿Timidez? ¿Qué qué les dices? ¿Y todavía lo tienes que pensar? Cuéntales tu experiencia de vida, saca a relucir tu alma, esa alegría para la que no encuentras explicación si no es en el amor de Dios. Diles la verdad, diles que eras una birria y un completo desastre hasta que el Señor pasó a tu lado y te miró. Y tú te levantaste y le seguiste, y que poco a poco has aprendido a querer, a comprender a todos. Eso es tener celo por las almas: saber querer. Quererlas tal y como son y pedir por ellas y ser amigos leales.

Dios quema. El amor de Dios, si nos dejamos llevar por su ternura y su aventura de Luz, nos va transformando y transmitiendo un fuego que nos consume e impele a ser apóstoles Suyos. Con desenvoltura y gallardía, con el orgullo de ser hijos de Dios y la humildad de ser frágiles criaturas.
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