Noche de cine en familia: la Isla
por César Uribarri
- Me asusté mucho. –El padre superior continua desahogándose con la mirada perdida en el infinito.- “Voy a encontrar la muerte en su agujero de carbón”, pensé. Temí la muerte porque tenía poca fe. Quiere decir que no estoy listo para encontrarme con nuestro Señor. Tenía miedo de acercarme a la muerte sin arrepentirme. Hay poca virtud en mí y mucho pecado.
- ¿Virtud? -le responde el padre Anatolli-, mis virtudes apestan ante el Señor. Puedo sentir el olor, en serio.
- Si, huélelo y con eso serás salvado –responde el padre superior.
- Me pregunto porqué yo, -continúa el padre Anatolli-, porqué me ha elegido Dios para guiar a la comunidad. Deberían colgarme por mis pecados. En vez de eso, fui hecho casi un santo. ¿Qué hay de santo en mi? No hay paz en mi corazón.
Es un diálogo mágico. Lleno de simpatía y dulzura entre el superior de la comunidad monástica ruso-ortodoxa, el padre Filabert, y el miembro más díscolo, gamberro y humano de ella, el padre Anatolli, dotado de carismas místicos, que con su modo tan peculiar, acaba de liberar a su superior de los bienes a los que estaba tan apegado. Todo gira pausada y serenamente, al ritmo de las frías aguas del norte de Rusia, y mientras hablan el suave oleaje del mar brilla en la oscuridad. En el mar de fondo debe de seguir navegando el maravilloso colchón-manta que el místico Anatolli ha regalado a los infiernos.
Toda la película es una obra de arte, dulce, serena, cariñosa. Todo se hace calmo, pero a la vez majestuoso. Es la grandeza de un hombre de Dios. Sus conversaciones con la chiquilla que quiere abortar, con la viuda fiel engañada, con la ejecutiva que sólo piensa en el trabajo, con la poseída y el padre sufriente, con los miembros principales de la comunidad. De fondo su vida de oración, su liturgia antigua respetada y amada.
Ayuda a pensar, a rezar, a reflexionar. Y en cierto modo sitúa a la Iglesia frente a su problemática: que no se trata de “pastorales” y acciones, sino de santidad. Es un película pertinente en estos días en que las palabras del Papa han sido causa de desorbitadas reacciones por parte de miembros del gobierno de España, de medios de comunicación extranjeros o del mismo presidente de las comunidades musulmanas en España. Sí, el presidente de la Unión de Confesiones Islámicas en España (UCIDE), Riay Tatary acusaba a la Iglesia de llorar equivocadamente sus males: que no se trata de laicismo agresivo, sino de alejamiento de la gente del hecho religioso, muy marcado éste en la Iglesia católica. Y estas palabras no son del todo falsas. Miente en cuanto que es cierto el laicismo agresivo, y no miente en cuanto muchos huyen de la Iglesia. ¿Por qué se huye? En parte porque la Iglesia ha dejado de ofrecer a Cristo, a Dios –esa prioridad de Dios, que ha dicho el Papa- y buscando adaptarse a los tiempos, ofrece sucedáneos que la gente rechaza. Se ha perdido el magisterio de siempre, la verdad de siempre, la liturgia de siempre y se ofrecen extraños shows que ni llenan ni consuelan. Se ofrecen palabras vanas, de hombres, mientras el duro lenguaje de nuestro Señor se arrincona o avergüenza.
La Isla, de un modo sereno, dulce, enseña cómo la Iglesia será amada en cuanto sea verdaderamente de nuestro Señor, porque en Ella buscarán refugio los hombres para encontrar a Dios. Y no habrá santidad sin oración y penitencia. Lo grandioso de esta película es el modo sencillo, sereno y humano en el que la santidad se apetece, como se apetece un buen paseo bajo un hayedo acompañado de quien de verdad se quiere. Todo tan natural. Tan humano.
A disfrutarla.
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