Antífona de entrada TO-XXXI / Salmo 38(37),22s
por Alfonso G. Nuño
No me abandones, Señor, Dios mío; no te quedes lejos; ven aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación (Sal 38(37),22s).
Quien asiste a la Eucaristía sabe lo que es estar sin Dios, porque antes su vida estaba construida sobre el aire, aunque creyera que tenía un fundamento sólido, y ahora vive sobre la roca sólida de la bondad divina. Pero no es señor del Señor, no puede disponer de Él a su antojo, Dios es absolutamente absoluto. Si es mío es porque se me da, no porque lo haya conquistado o pueda retenerlo. Es inútil pretender confinarlo o asirlo. Pedir la permanencia del don, la actitud del mendigo con la mano abierta es la humildad que atrae a Dios.