Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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La teoría de las cerezas (III)

Fotografía de santos

por Jorge López Teulón

 
3 de mayo de 1886. Don Bosco[1] está en Barcelona. Dos años antes había tenido lugar la fundación del Colegio de Sarriá. La escena que contemplamos se desarrolla en los patios de la Martí-Codolar; el fundador de la Obra Salesiana aparece cubriéndose con su manteo sacerdotal, sentado en un sillón y rodeado de jóvenes, preparado para la sesión fotográfica.
 
En 1986, un siglo después de aquel momento histórico, el entonces Superior General de los Salesianos, el Padre Viganó, afirmaba: ¡Esta es la mejor foto de Don Bosco! A los cien años, los jóvenes que no cupieron en ella esperan por las calles y los continentes el don de la apasionante misión salesiana. ¡Seamos imitadores de Don Bosco, como él lo fue de Cristo!
 
En esta popular fotografía aparece la figura de un sacerdote que, apoyándose en el cabecero del sillón, tiene alguna confidencia con el fundador de los salesianos. Se trata del Beato Miguel Rúa[2]. Fue éste uno de los primeros a los que San Juan Bosco propuso formar la Sociedad Salesiana. Desde el día de su ordenación hasta el día en que, una vez muerto Don Bosco, tomó la dirección suprema de las Obras Salesianas, pasó 28 años de trabajo oculto, pero enorme, continuo y maravilloso; fomentó al mismo tiempo un conocimiento incesante del espíritu, de las ideas y de los ejemplos de Don Bosco.
 
Con su acción prudente y previsora, a veces incluso atrevida en el campo de lo social, Miguel Rúa dotó de gimnasios y círculos sociales a los Oratorios; se adelantó a las leyes del Estado dando a las escuelas profesionales programas adecuados; puso, al lado de los estudios clásicos, los técnicos y comerciales; fundó internados. Al aumentar el número de salesianos y desarrollarse las obras, abrió a sus religiosos el mundo entero, interesándose particularmente por las expediciones misioneras. En sus largos viajes, emprendidos para visitar las obras salesianas de Europa y Oriente Medio, animaba y alentaba apelando siempre al Fundador: Don Bosco decía... Don Bosco hacía... Don Bosco quería. Entre sus escritos afirma:
 
Todos los días, todos los instantes de mi jornada yo os los consagro a vosotros. Yo rezo por vosotros, pienso en vosotros, trabajo por vosotros como una madre lo hace por su hijo. Sólo os pido una cosa: Haceos todos santos y grandes santos.
 
 
            Un último apunte ahora que va a comenzar el mes de noviembre. Todos los años los miembros de la Familia Salesiana celebran el 25 de noviembre el aniversario de la muerte de Mamá Margarita, la madre de Don Bosco.
 
            Octubre de 1846. Don Bosco comprende que no puede seguir ocupándose de todo; necesita al menos una persona que le resuelva los problemas materiales del Oratorio: la administración, la limpieza, el orden... Piensa en su madre, pero, ¿cómo proponerle que abandonara su hogar y renunciara al cierto bienestar logrado con tanto esfuerzo, para entregarse de nuevo a una vida llena de privaciones y trabajos?
 
El sacerdote preguntó a su madre:
-          ¿No vendría para hacer de madre a mis muchachos?
Mamá Margarita contestó:
-          Si tú crees que sea ésta la voluntad del Señor, voy.
 
El 3 de noviembre Don Bosco regresa a Turín, a pie, acompañado de su madre, que ha de vender cuanto tiene para aplacar el hambre de los primeros muchachos recogidos en el Oratorio.
 
            18461856. Diez años en el alboroto permanente de centenares de voces que gritan, cantan, discuten. Ella, que tanto amaba el silencio y la paz del campo, encuentra de vez en cuando el silencio en la iglesia de San Francisco, donde se agarra al rosario para tomar la fuerza de seguir, de no quejarse.
 
Falleció sin haber vuelto a pisar su casa, el 25 de noviembre de 1856, a sus 68 años gastados por el exceso de trabajo. En los últimos momentos no quiso que su hijo la viera sufrir: - Sal, Juan... Sufres demasiado al verme así. Recuerda que esta vida consiste en padecer. El verdadero goce está en la vida eterna...
 
            Unos días más tarde, fue Miguel Rúa a buscar a su madre, la señora Juana María: - Desde que ha muerto Mamá Margarita –le dice– no sabemos como apañarnos. No hay nadie para hacer la comida, remendar la ropa. Mamá, ¿quieres venir tú?
 
            Con sus 56 años a cuestas, la señora Juana María sigue a su hijo y se convierte en la segunda mamá del Oratorio. Lo será durante 20 años.


[1] El 25 de marzo de 1855 Miguel Rúa hace los votos de pobreza, castidad y obediencia en las manos de Don Bosco. Es el primer salesiano. Don Bosco le admiraba tanto que varias veces dijo: Si Dios me hubiera dicho: “Imagínate a un joven adornado de todas aquellas virtudes y cualidades que pudieras desear, pídemelo y yo te lo daré”, yo no me hubiera imaginado nunca otro distinto de ¡Don Rúa!
Al final de su vida San Juan Bosco podrá decir que de las filas de sus muchachos habían salido miles de sacerdotes.
[2] El Beato Miguel Rúa nació en Turín en 1837. Llegó al oratorio de Don Bosco en 1852. A partir de entonces Miguel no abandonaría a aquel a quien consideraba su padre y guía espiritual. En 1858 Don Bosco se lo llevó a Roma y permaneció a su lado en las memorables audiencias en las que se consolidó definitivamente el acuerdo y la simpatía profunda entre el Beato Pío IX y el santo educador. Desde 1884, el propio fundador lo elige para sucederle. En 1888 fue confirmado como Rector Mayor, siendo el primer sucesor de San Juan Bosco. Miguel Rúa, considerado la Regla viviente por su puntual fidelidad, demostró tener una paternidad llena de delicadezas, hasta el punto de ser definido soberano de la bondad. Murió el 6 de abril de 1910. Pablo VI lo beatificó el 29 de octubre de 1972.
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