La teoría de las cerezas
Entre las estribaciones de la Sierra de Gredos y la ciudad de Plasencia se encuentra la comarca septentrional del Valle del Jerte. Históricamente paso natural de Extremadura a Castilla, el Valle está especialmente indicado para quien goza descubriendo por sí mismo de las sorpresas del paisaje: el salto de la trucha que remonta la corriente, la seta jugosa que esconde el robledal, el frescor de las chorreras espumosas de cualquier garganta... Así lo narra la propaganda turística que nos atrae a esta zona.
Pero, sin duda, cuando el mes de marzo llega a su ecuador, uno de los mayores espectáculos que la naturaleza muestra a lo largo y ancho de nuestra piel de toro se encuentra en el cacereño Valle del Jerte. Aquí se renueva uno de los regalos que la naturaleza nos puede ofrecer una vez al año y por sólo unos días. Y es que cuando empiezan a desaparecer las nieves de las cumbres, otro blanco se extiende por sus laderas: el blanco puro y aromático de la flor del cerezo. La floración de un millón de cerezos convierte este espacio en un paraíso teñido de blanco. Sus habitantes celebran entonces el acontecimiento con la Fiesta del Cerezo en Flor. La recolección de la cereza empieza, más o menos, a principios de mayo y termina a finales de julio. En el mes de junio es, quizás, cuando hay más cerezas y cuando mejor se ven los cerezos con su fruto.
Así pues, este escenario quiere ser pórtico para la explicación de lo que venimos en llamar la teoría de las cerezas, que no exige escribir complejos tratados, ya que es así de sencilla: siempre que se coge una cereza de un frutero o del plato del postre, nunca sale una sola; siempre salen tres o cuatro arracimadas... La primera vez que escuché formular la teoría de las cerezas fue de labios del querido Don Justo López Melús, sacerdote operario diocesano, que durante muchos años fue Director Espiritual del Seminario Mayor San Ildefonso de Toledo. Esta teoría se aplica precisamente para demostrar la validez del testimonio cristiano. Detrás de un santo aparecen otros, antes o después, o a la vez. Se comunican las gracias divinas, son testimonio veraz los unos para con los otros, van arracimados... un santo atrae a otros, se atraen entre sí y su poder de atracción trasciende los siglos.
Podemos comenzar en la ciudad portuguesa de Coimbra, en el lejano año del Señor de 1220. Aunque este breve episodio comenzó el año anterior, cuando, en el llamado Capítulo de las Esteras, San Francisco de Asís decidió enviar a sus frailes a empresas netamente misioneras: se trataba de predicar el evangelio a los musulmanes, con el consiguiente riesgo de martirio. Fray Berardo, italiano de Pisa y conocedor de la lengua árabe, fue el que encabezó el grupo. Los cinco religiosos que lo constituyeron fueron asesinados y su fama de santidad se difundió enseguida por el reino de Portugal. Sus restos fueron llevados a Coimbra y depositados en la iglesia de la Santa Cruz, de los canónigos regulares de San Agustín. Uno de ellos, llamado Fernando de Bulloês y Taveira de Azevedo, movido por el ejemplo de los mártires, se hizo franciscano y es más conocido por el nombre de San Antonio de Padua. Al año siguiente, en el capítulo general de la Porciúncula, pudo encontrarse con San Francisco.
Otro ejemplo es el de San Benito Menni, que ingresó en la Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios a los 19 años. Fundador de las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, se le encomendó restaurar la Orden en España. Se cumple en él la teoría de las cerezas desde el primer momento porque fue el Beato Pío IX, el papa que dirigía la Iglesia en esos momentos, quien le envió con esta misión: Vete a España, con la bendición del cielo, hijo mío, y restaura la Orden en su misma cuna. Entre las muchas fundaciones que hará destaca la del Hospital Psiquiátrico de la localidad madrileña de Ciempozuelos. Primero establecerá la comunidad masculina y luego la femenina. Benito moriría en 1914. Veintidós años después, durante el verano y el otoño de 1936, en el marco de la persecución religiosa, 22 religiosos de la Comunidad de Ciempozuelos serían asesinados. Alguno de los mayores había coincidido con San Benito. Pero lo cierto es que los 71 mártires de la Orden de San Juan de Dios, beatificados en 1992, recibieron el legado de santidad de aquel hombre de Dios.
Luego estarían casos como el de Santa Teresa Benedicta de la Cruz, la famosa Edith Stein. Ella misma cuenta cómo en el verano de 1921 -entonces era judía- se encontraba en casa de unos amigos. Tomé -dice- casualmente un libro de la biblioteca; llevaba por título “Vida de Santa Teresa narrada por ella misma”. Comencé a leer y no pude dejarlo hasta que lo terminé. Cuando lo cerré, me dije: ‘Ésta es la verdad. Algunos días después acudió a la iglesia de Bergzabern y pidió el bautismo, que le fue conferido el 1 de enero de 1922.
Finalmente, la teoría de las cerezas se cierra con aquellos santos que estuvieron en las ceremonias de beatificación o canonización de otros santos. La fuerza centrífuga de la gracia se expande con increíble fuerza en esos momentos...
El 2 de junio de 1929 Don Felipe Rinaldi, Rector Mayor de los Salesianos, vivió el día más hermoso: el papa Pío XI declaraba beato a su fundador, Juan Bosco. Luego, en 1990, sería beatificado Don Rinaldi.
En la primavera de 1934, cuando canonizaron a Don Bosco, era Don Manuel González, el Obispo de los Sagrarios Abandonados, el que participaba con gozo de aquella ceremonia. Había sido invitado por Don Ricaldone, un viejo amigo suyo de Sevilla y a la sazón Superior General de los Salesianos. En el año 2001 fue beatificado Don Manuel González.
No me alargo más. Los próximos artículos nos mostrarán de forma más extensa esta curiosa teoría.
Comentarios