Defender nuestra fe
por Sólo Dios basta
Cristo sale a la calle, sí, el mismo Dios vivo y glorioso, recorre pueblos y ciudades derramando su bendición a cada paso. Es la fiesta del Corpus Christi, donde el mismo Hijo de María y San José es llevado en procesión. No es una imagen del Resucitado, sino su misma Persona, Jesucristo, presente realmente en la eucaristía en Cuerpo y Sangre, alma y divinidad. ¡Es Dios! ¡Es nuestro salvador! ¡Es el Amor hecho Carne y Sangre! ¡Es la vida de toda la humanidad!
Hoy es fácil acompañar a Cristo en la procesión del Corpus, pero no siempre ha sido posible poder manifestar de una manera tan pública y solemne la presencia real de Cristo en la eucaristía. En algunos lugares los cristianos siguen siendo perseguidos por defender la fe en Dios que da su vida por nosotros. Y si nos acercamos a los inicios del cristianismo, cuando todavía ni se pensaba en una fiesta de tal calibre, nos encontramos con muchos mártires que entregan su vida por ser fieles al seguimiento del Hijo eterno del Padre. Lo podemos comprobar si leemos el oficio de lecturas de la fiesta de San Justino, el santo mártir del siglo II que este año nos prepara a la fiesta del Corpus. El 1 de junio recordamos el martirio de San Justino y al día siguiente, en este año 2024, celebramos la solemnidad del Corpus Christi. Es una providencia que nos ayuda a vivir mucho mejor esta fiesta. Un santo que tras un proceso de conversión se dedica de lleno a mostrar a todos la grandeza que antes no tenía ni conocía, ¡el amor de Dios! Crea una escuela en Roma y difunde la doctrina heredada de los apóstoles a través de los discípulos de éstos, los primeros Padres de la Iglesia. Todos se mantienen firmes porque hay fe, fidelidad y mucho amor. Amor al único y verdadero Dios que cambia la vida de Justino para convertirlo en heraldo insigne de la fe entre los primeros cristianos. No se arredra cuando es detenido. Al preguntarle el prefecto de Roma por la doctrina que sigue y enseña en su escuela, nos deja una preciosa síntesis de quién es el que da sentido a su vida:
“Adoramos al Dios de los cristianos, que es uno, y creador y artífice de todo el universo, de las cosas visibles e invisibles; creemos en nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios, anunciado por los profetas como el que había de venir al género humano, mensajero de salvación y maestro de insignes discípulos” (Actas del martirio de San Justino).
¡Este es Dios! ¡A Dios es al único que adoramos! ¡Dios nos ha creado! ¡Ha creado el universo! ¡Y tenemos a su Hijo! ¡Nuestro Señor Jesucristo! ¡Es nuestro credo! ¡Nuestra fe! ¡La misma que defiende San Justino! ¡Lo creemos hoy también nosotros!
¿Y quién es el que sale hoy por las calles?
¡El anunciado por los profetas!
¡El mensajero de salvación!
¡El maestro de insignes discípulos!
¿Necesitamos algo más para acompañar al Hijo de Dios en solemne procesión? Fijemos la mirada en las palabras de San Justino que nos ayudan a entender mucho mejor la fiesta del Corpus Christi. San Justino define con maestría quién es Jesús, el que le lleva de la vida pagana a ser un defensor de la Verdad hasta las últimas consecuencias. Vayamos paso a paso.
Si hoy adoramos a Dios en su presencia eucarística es porque tenemos la misma fe que San Justino. Es el primer punto. ¡Adorar! Sólo adoramos a Dios. A nadie más. Sólo Dios es el centro de nuestro corazón y al que nos rendimos y ponemos de rodillas. No ante un emperador o gobernador de este mundo que es mortal como nosotros. ¡Adoramos al Rey de reyes! ¡Al Rey eterno! ¡A Cristo Rey! Por eso hoy salimos a adorar a Jesús Eucaristía en el día en que quiere ver y bendecir a todos.
Las profecías se cumplen al hacerse carne el Hijo en el seno de María. ¡Dios viene para quedarse para siempre con nosotros! ¿Quién es capaz de tal hazaña sino Dios? Leamos la Escritura y veamos cómo todo nos dirige hacia un punto: la Encarnación de Cristo. Y después la presencia real en la eucaristía en ese vivo pan por darnos vida. San Justino defiende y difunde todo esto. Es el motivo de ser perseguido. Pero sabe que tiene a Dios de su parte, a su lado, por eso no duda en seguir con su escuela donde enseña esta gran doctrina.
Y va más allá, ¡Jesucristo es el mensajero de salvación! ¡Es el Salvador! ¡Nos hace mirar al cielo! Sólo Él nos salva. Antes nos lo explica en el evangelio, y por si hay alguna duda, muere en la cruz para darnos la salvación. En la cruz quedan vencidos el pecado, el demonio y la muerte. ¡Estamos salvados en Cristo! Pero cuidado, hay que buscar esa salvación, seguir sus enseñanzas, practicar las virtudes recogidas en las bienaventuranzas del sermón de la montaña, acercarnos al sacramento de la confesión y la eucaristía con frecuencia y decir a todos, como San Justino, que el cielo existe y estamos llamados a vivir la eternidad, venga lo que venga antes de la vida verdadera tras la muerte en este mundo.
Lo último que dice San Justino en esa breve pero condensada profesión de fe que le conduce al martirio es que Jesús es maestro. ¡Un maestro sin par! ¡El Maestro! ¡Maestro de doctrina celestial! Deja discípulos; éstos mueren como su Maestro por defender la fe. San Justino y los discípulos de los primeros discípulos también; y así podríamos seguir toda la historia de la Iglesia hasta llegar a nuestros días. Sigue habiendo mártires por defender la fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que está vivo en el sagrario y el día del Corpus sale en procesión para decir una vez más que no hay que tener miedo a nada ni a nadie, gobierne quien gobierne. Tenemos un Rey que nos ha prometido el cielo.
Volvamos al diálogo entre San Justino y el prefecto romano para confirmarlo:
“Si después de azotado mando que te corten la cabeza, ¿crees que subirás al cielo?
Justino contestó:
Espero que entraré en la casa del Señor si soporto todo lo que tú dices; pues sé que a todos los que vivan rectamente les está reservada la recompensa divina hasta el fin de los siglos.
Rústico preguntó:
¿Te imaginas que cuando subas al cielo recibirás la justa recompensa?
Justino contestó:
No me lo imagino, sino que lo sé y estoy cierto”.
El cielo nos espera, se anticipa en cada eucaristía y más aún en el día del Corpus si sabemos y queremos defender