La conversion de Europa
—La batalla se recrudecía. Yo estaba solo, pero mantenía mi cabalgadura dominada, lo que me daba ventaja sobre los que se me acercaban a pie. Caían a un lado y a otro bajo el peso de mi hacha,—Clodoveo (Ludovico) me relata la batalla de Tolbiac entre sus francos (franceses) y los Alamanes (alemanes). Estamos en el 496. el imperio Romano ha caído y los bárbaros se reparten el imperio—, forcejeaba como nunca. Heridas y golpes ardían por todo mi cuerpo, pero me molestaba, sobre todo, la sangre que me resbalaba por la frente, que me impedía ver bien.
—¿Tenías miedo?
—¿Miedo?¿De qué?¿De morir? La guerra era nuestra forma de vivir y la muerte en la batalla era un honor. Era mi destino. El destino de los grandes hombres...no tenía miedo de morir, pero hubiera sido muy inoportuno. Me quedaba mucho por vivir, disfrutar de mi bella y rara esposa, tener un hijo y gobernar a mi pueblo.
—¿Lo de rara esposa lo dices por ser cristiana?
—Si. Ten en cuenta que en aquel entonces yo no había oído hablar jamás de Cristo. Aquella religión me parecía rara y poco efectiva. Ese Dios único no había podido salvar a mi primer hijo. ¿Para que lo necesitaba, entonces?. Todas aquellas monsergas y charlas sobre la bondad y la generosidad y la oración, de mi esposa Clotilde y el obispo Remigio, me aplastaban la cabeza. No lo veía nada claro.
—Sigamos. Estamos pasándolo mal en la batalla...
—Sí, hay un momento en el que alguien me agarró con fuerza por la espalda y tiró de mí hacia abajo. Si lo conseguía estaba perdido. Sin mi caballo, estaba en igualdad de fuerzas ante mis enemigos y ellos eran más. Lo consiguió, caí encima de él a la vez que lo atravesé con mi puñal. Me levanté rápidamente y vi correr a mi caballo y con él todas mis esperanzas de salir con vida. Mis enemigos se me echaron encima uno detrás de otro. Los rechacé como pude. Me faltaba el aliento. Estaba mareado y sin fuerzas. A unos metros veía al caudillo alaman enfrente, observándome y dando órdenes para mi captura. Yo veía el final. Estaba exhausto...un último aliento...perdí mi hacha. Caí de rodillas y esperaba el golpe de gracia. Cerré los ojos y esperé mi suerte a manos de los enemigos que me rodeaban. Entre los gritos y el ruido de la batalla me acordé de ese tal Cristo que tanto veneraba mi esposa. Le rogué que me sacara de aquella. Si existía, que me librara y me haría bautizar. ¡Dios de Clotilde, ven en mi socorro! Le grité en mi interior.
Se calla durante unos segundos reviviendo aquel momento. Está de espaldas a mí. Su figura esbelta y fuerte tapa la luz del declinante sol.
—Duró tan solo unos segundos que a mí, me parecieron una eternidad. De repente un raro silencio a mi alrededor me hizo sospechar. Abrí los ojos y lo primero que vislumbré fue al caudillo alaman encima de su caballo, inclinado hacia adelante, con el cuello atravesado por una flecha. Comprendí rápido, recogí mi hacha y embestí a mis adversarios que tenía a mi alrededor, con más fuerza que nunca, aprovechando su estupor por ver a su jefe caído. Mi ejército se rehízo y masacramos a los alamanes. Cuando todo estaba perdido el Dios de mi esposa, me escuchó y cambió mi suerte y la de mi pueblo. Fue algo más que una mera coincidencia. Fue una respuesta, una intervención divina, algo celestial. Quizá esta vez sí me escuchó porque había mucho en juego. Mi destino era ganar aquella batalla, creer en él y cumplir con mi destino... y mi destino no era morir aquel día.
Su destino era hacerse bautizar junto a tres mil de sus guerreros en Reims por San Remigio y dar lugar a la primera dinastía de reyes cristianos: los merovingios; Francia se convertía así en la hija predilecta de la iglesia. (¡como se ve ahora Francia después de tanta revolución: hija predilecta del laicismo masón!).En otro punto del mapa, el emperador Constantino, en la batalla del puente Milvio, era objeto de otra intervención divina que cambió el rumbo del imperio, al convertirse al cristianismo. Hechos como éstos y hombres como San Agustín, San Ambrosio, Teodosio el grande, San León Magno, San Gregorio Magno, dieron lugar al inicio de la era cristiana. Lo que parecía el fin del mundo con la caída del imperio romano fue el inicio de...la Europa cristiana.
De muchos y muy diferentes caminos se vale Dios para sacar bien, del desastre. Y eso es lo que me llena de esperanza...
Las causas de la caída de Roma fueron múltiples y controvertidas, pero se daban realidades que podemos identificar con la actualidad: Crisis económica (propiciada por las avaricia y la corrupción). Sociedad entregada al ocio y al hedonismo (los días de fiesta en los que se acudía al circo, eran más numerosos que los de trabajo). Prácticas sexuales libertinas (la homosexualidad, el lesbianismo, las orgías, el bestialismo, el aborto, estaban socialmente aceptados y asumidos). Paganismo (incluidas persecuciones al cristianismo). Despotismo de los gobernantes (la clase política estaba corrupta y ser senador era un mero título honorífico). Presión de los bárbaros por todos lados (pueblos menos cultos, menos civilizados).
La desintegración del imperio no se produjo en dos días, sino a lo largo de varios siglos y con factores de todo tipo. El avance del mundo musulmán también esta siendo poco a poco, pero efectivo: no para de construirse mezquitas, mientras las iglesias se vacían. Ellos tiene una media de cinco hijos mientras los europeos no pasan del uno y medio. ¿Llegará el día en que la media luna ondeé en Bruselas? ¿Qué piensan los musulmanes de los homosexuales?...en el mundo musulmán, simplemente, no hay gays. ¿Y la mujer musulmana? ¿Son machistas? Es lícito pegar a la esposa si no deja huella.
Pero entonces, ¿porqué ésta constante justificación y defensa de la religión musulmana? Simplemente porque es un elemento desestabilizador más, de la iglesia católica, enemigo numero uno del plan masón que nos ADOCTRINA, desde el gobierno, los medios de comunicación y la cultura.
España es un banco de pruebas del ideario masón basado en tres objetivos de los que se han cumplido ya dos: la despenalización total del aborto y el pseudomatrimonio homosexual. Falta por cumplirse el tercero: la eutanasia. Menos mal que estos humanos masones no contaron con la inesperada crisis que va a impedir conseguir su maléfico objetivo trinitario.
Pero aunque nuestros hijos y nietos vivan entre el burka y el sinsentido, siempre habrá la posibilidad de que Dios intervenga de forma increíble y poderosa en la historia humana, provocando la conversión de los musulmanes como lo hizo con los indomables bárbaros... ¿Porqué no? Como dice el Padre Charles de Focault: “hay que pedir cosas grandes, cosas difíciles”
Mientras estas conjeturas apocalípticas se retrasan o no se cumplen (así lo quiera Dios), los cristianos seguiremos orando por la conversión de nuevo de Europa...de España, de Francia, de Corea del Norte, del norte de África, de China, donde el comunismo agoniza...
Sí. Los católicos seguiremos orando por nuestra constante conversión propia y personal, que debe ser máxima. Y debe ser máxima porque contamos con el amor, la misericordia y la gracia de Dios...que los demás no conocen o no quieren conocer. Los cristianos frenaremos el mal denunciándolo, pero sobre todo orando y viviendo atados, unidos y asociados al Espíritu Santo y a la cruz...
El pasado año sacerdotal no ha sido, precisamente una fiesta del sacerdocio, sino una purificación y una preparación para el futuro. Igual que el Concilio Vaticano II, cuyos efectos no se han visto todavía de verdad, fue una revisión y preparación para lo que ha de venir. Igual que la iglesia de los primeros cristianos, que fueron los únicos que defendieron a los hundidos ciudadanos romanos, luchando, predicando y parlamentando con los bárbaros. Dios va muy por delante del enemigo y está purificando y preparando un resto de servidores de la verdad, un resto de auténticos católicos, para hacer frente al paganismo, ateísmo, materialismo, islamismo o ...lo que venga.
“Así pues, queridos míos, de la misma manera que habéis obedecido siempre, no sólo cuando estaba presente sino mucho más ahora que estoy ausente, trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, (…) Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones, para que seáis irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de la cual brilláis como antorchas en el mundo” (Flp 2, 12)
“No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión.” (2Pe 3, 9)
—¿Miedo?¿De qué?¿De morir? La guerra era nuestra forma de vivir y la muerte en la batalla era un honor. Era mi destino. El destino de los grandes hombres...no tenía miedo de morir, pero hubiera sido muy inoportuno. Me quedaba mucho por vivir, disfrutar de mi bella y rara esposa, tener un hijo y gobernar a mi pueblo.
—¿Lo de rara esposa lo dices por ser cristiana?
—Si. Ten en cuenta que en aquel entonces yo no había oído hablar jamás de Cristo. Aquella religión me parecía rara y poco efectiva. Ese Dios único no había podido salvar a mi primer hijo. ¿Para que lo necesitaba, entonces?. Todas aquellas monsergas y charlas sobre la bondad y la generosidad y la oración, de mi esposa Clotilde y el obispo Remigio, me aplastaban la cabeza. No lo veía nada claro.
—Sigamos. Estamos pasándolo mal en la batalla...
—Sí, hay un momento en el que alguien me agarró con fuerza por la espalda y tiró de mí hacia abajo. Si lo conseguía estaba perdido. Sin mi caballo, estaba en igualdad de fuerzas ante mis enemigos y ellos eran más. Lo consiguió, caí encima de él a la vez que lo atravesé con mi puñal. Me levanté rápidamente y vi correr a mi caballo y con él todas mis esperanzas de salir con vida. Mis enemigos se me echaron encima uno detrás de otro. Los rechacé como pude. Me faltaba el aliento. Estaba mareado y sin fuerzas. A unos metros veía al caudillo alaman enfrente, observándome y dando órdenes para mi captura. Yo veía el final. Estaba exhausto...un último aliento...perdí mi hacha. Caí de rodillas y esperaba el golpe de gracia. Cerré los ojos y esperé mi suerte a manos de los enemigos que me rodeaban. Entre los gritos y el ruido de la batalla me acordé de ese tal Cristo que tanto veneraba mi esposa. Le rogué que me sacara de aquella. Si existía, que me librara y me haría bautizar. ¡Dios de Clotilde, ven en mi socorro! Le grité en mi interior.
Se calla durante unos segundos reviviendo aquel momento. Está de espaldas a mí. Su figura esbelta y fuerte tapa la luz del declinante sol.
—Duró tan solo unos segundos que a mí, me parecieron una eternidad. De repente un raro silencio a mi alrededor me hizo sospechar. Abrí los ojos y lo primero que vislumbré fue al caudillo alaman encima de su caballo, inclinado hacia adelante, con el cuello atravesado por una flecha. Comprendí rápido, recogí mi hacha y embestí a mis adversarios que tenía a mi alrededor, con más fuerza que nunca, aprovechando su estupor por ver a su jefe caído. Mi ejército se rehízo y masacramos a los alamanes. Cuando todo estaba perdido el Dios de mi esposa, me escuchó y cambió mi suerte y la de mi pueblo. Fue algo más que una mera coincidencia. Fue una respuesta, una intervención divina, algo celestial. Quizá esta vez sí me escuchó porque había mucho en juego. Mi destino era ganar aquella batalla, creer en él y cumplir con mi destino... y mi destino no era morir aquel día.
Su destino era hacerse bautizar junto a tres mil de sus guerreros en Reims por San Remigio y dar lugar a la primera dinastía de reyes cristianos: los merovingios; Francia se convertía así en la hija predilecta de la iglesia. (¡como se ve ahora Francia después de tanta revolución: hija predilecta del laicismo masón!).En otro punto del mapa, el emperador Constantino, en la batalla del puente Milvio, era objeto de otra intervención divina que cambió el rumbo del imperio, al convertirse al cristianismo. Hechos como éstos y hombres como San Agustín, San Ambrosio, Teodosio el grande, San León Magno, San Gregorio Magno, dieron lugar al inicio de la era cristiana. Lo que parecía el fin del mundo con la caída del imperio romano fue el inicio de...la Europa cristiana.
De muchos y muy diferentes caminos se vale Dios para sacar bien, del desastre. Y eso es lo que me llena de esperanza...
Las causas de la caída de Roma fueron múltiples y controvertidas, pero se daban realidades que podemos identificar con la actualidad: Crisis económica (propiciada por las avaricia y la corrupción). Sociedad entregada al ocio y al hedonismo (los días de fiesta en los que se acudía al circo, eran más numerosos que los de trabajo). Prácticas sexuales libertinas (la homosexualidad, el lesbianismo, las orgías, el bestialismo, el aborto, estaban socialmente aceptados y asumidos). Paganismo (incluidas persecuciones al cristianismo). Despotismo de los gobernantes (la clase política estaba corrupta y ser senador era un mero título honorífico). Presión de los bárbaros por todos lados (pueblos menos cultos, menos civilizados).
La desintegración del imperio no se produjo en dos días, sino a lo largo de varios siglos y con factores de todo tipo. El avance del mundo musulmán también esta siendo poco a poco, pero efectivo: no para de construirse mezquitas, mientras las iglesias se vacían. Ellos tiene una media de cinco hijos mientras los europeos no pasan del uno y medio. ¿Llegará el día en que la media luna ondeé en Bruselas? ¿Qué piensan los musulmanes de los homosexuales?...en el mundo musulmán, simplemente, no hay gays. ¿Y la mujer musulmana? ¿Son machistas? Es lícito pegar a la esposa si no deja huella.
Pero entonces, ¿porqué ésta constante justificación y defensa de la religión musulmana? Simplemente porque es un elemento desestabilizador más, de la iglesia católica, enemigo numero uno del plan masón que nos ADOCTRINA, desde el gobierno, los medios de comunicación y la cultura.
España es un banco de pruebas del ideario masón basado en tres objetivos de los que se han cumplido ya dos: la despenalización total del aborto y el pseudomatrimonio homosexual. Falta por cumplirse el tercero: la eutanasia. Menos mal que estos humanos masones no contaron con la inesperada crisis que va a impedir conseguir su maléfico objetivo trinitario.
Pero aunque nuestros hijos y nietos vivan entre el burka y el sinsentido, siempre habrá la posibilidad de que Dios intervenga de forma increíble y poderosa en la historia humana, provocando la conversión de los musulmanes como lo hizo con los indomables bárbaros... ¿Porqué no? Como dice el Padre Charles de Focault: “hay que pedir cosas grandes, cosas difíciles”
Mientras estas conjeturas apocalípticas se retrasan o no se cumplen (así lo quiera Dios), los cristianos seguiremos orando por la conversión de nuevo de Europa...de España, de Francia, de Corea del Norte, del norte de África, de China, donde el comunismo agoniza...
Sí. Los católicos seguiremos orando por nuestra constante conversión propia y personal, que debe ser máxima. Y debe ser máxima porque contamos con el amor, la misericordia y la gracia de Dios...que los demás no conocen o no quieren conocer. Los cristianos frenaremos el mal denunciándolo, pero sobre todo orando y viviendo atados, unidos y asociados al Espíritu Santo y a la cruz...
El pasado año sacerdotal no ha sido, precisamente una fiesta del sacerdocio, sino una purificación y una preparación para el futuro. Igual que el Concilio Vaticano II, cuyos efectos no se han visto todavía de verdad, fue una revisión y preparación para lo que ha de venir. Igual que la iglesia de los primeros cristianos, que fueron los únicos que defendieron a los hundidos ciudadanos romanos, luchando, predicando y parlamentando con los bárbaros. Dios va muy por delante del enemigo y está purificando y preparando un resto de servidores de la verdad, un resto de auténticos católicos, para hacer frente al paganismo, ateísmo, materialismo, islamismo o ...lo que venga.
“Así pues, queridos míos, de la misma manera que habéis obedecido siempre, no sólo cuando estaba presente sino mucho más ahora que estoy ausente, trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, (…) Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones, para que seáis irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de la cual brilláis como antorchas en el mundo” (Flp 2, 12)
“No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión.” (2Pe 3, 9)
Comentarios