Antífona de comunión TO-XXIII.2/Juan 8,12
por Alfonso G. Nuño
Yo soy la luz del mundo –dice el Señor–. El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Jn 8,12).
La presencia eucarística del Señor es un faro en medio de la noche de este mundo, es luz que brilla en las tinieblas (cf. Jn 1). Adán en el Paraíso vivía en un mundo luminoso, porque veía todas las cosas en Dios y contemplaba el misterio divino, tenía familiaridad con quien se paseaba por el Edén a la hora de la brisa (cf. Gn 3, 8). Pero tras el pecado no solamente perdió el poder conocer el misterio divino, sino que también su capacidad creatural de entendimiento se vio afectada. Pues lejos de quien nos da armonía y plenitud, hasta lo más propio se ve afectado: tan enraizada en nosotros está la necesidad de lo sobrenatural.
Jesús es luz en la que podemos ver las cosas como son en sí mismas y en cuanto formando parte del designio divino. Y luz en la que nos vemos en la verdad y en la que se nos desvela el para de nuestra existencia.
La presencia de Cristo lo ilumina todo y es luz que llama hacia sí, pues ese es nuestro destino. En la procesión de la comunión somos barcos peregrinos que, guiados por ese radiante faro divino, surcamos en la noche las aguas para alcanzar nuestro puerto definitivo.
Y al comulgar lo pregustamos. Alcanzamos el término de nuestra singladura, pero, al mismo tiempo, es también etapa en una navegación de cabotaje hasta llegar definitivamente a la patria celeste.
Es luz que nos guía hacia sí misma y luz que nos hace luminarias, no solamente que nos ilumina. Como en el cirio pascual encendimos nuestras pequeñas velas en el bautismo, así al comulgar nos alimentamos de luz divina y somos encendidos en fulgente fuego de amor, en luz de vida. Así es como se hace verdad lo que la luz del mundo, que es Cristo, nos dijo: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14).
[El comentario a la otra antífona de comunión lo tenéis AQUÍ ]
Jesús es luz en la que podemos ver las cosas como son en sí mismas y en cuanto formando parte del designio divino. Y luz en la que nos vemos en la verdad y en la que se nos desvela el para de nuestra existencia.
La presencia de Cristo lo ilumina todo y es luz que llama hacia sí, pues ese es nuestro destino. En la procesión de la comunión somos barcos peregrinos que, guiados por ese radiante faro divino, surcamos en la noche las aguas para alcanzar nuestro puerto definitivo.
Y al comulgar lo pregustamos. Alcanzamos el término de nuestra singladura, pero, al mismo tiempo, es también etapa en una navegación de cabotaje hasta llegar definitivamente a la patria celeste.
Es luz que nos guía hacia sí misma y luz que nos hace luminarias, no solamente que nos ilumina. Como en el cirio pascual encendimos nuestras pequeñas velas en el bautismo, así al comulgar nos alimentamos de luz divina y somos encendidos en fulgente fuego de amor, en luz de vida. Así es como se hace verdad lo que la luz del mundo, que es Cristo, nos dijo: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14).
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