Señor, tú eres justo, tus mandamientos son rectos. Trata con misericordia a tu siervo (Sal 119(118),137.124).
¿Con qué acudimos a la celebración, con nuestra justicia, con nuestras cuentas pendientes, con la lista de lo que nos pueda adeudar Dios o con nuestra necesidad de amor y compasión? ¿A quién acudimos al Dios justo o al misericordioso?
Acudir, habríamos de acudir con nuestra miseria y también con la verdad de nuestra justicia, y necesitamos acudir al Dios justo y misericordioso, pues no hay otro. No es un Jano bifronte. En Él, misericordia y justicia son inescindibles, ambas lo es absolutamente. Pero no de forma aditiva, no son dos infinitos que se sumen. Dios es simplicísimo y las distinciones en su esencia son cosa nuestra, pues nuestro entendimiento no da para más.
Pero además necesitamos que Dios sea justo y misericordioso. Si no fuera justo, si no juzgara mi maldad o bondad, ¿cómo iba a saber que necesito misericordia? Necesito su justicia, para que rebose en mi su misericordia. Y necesito todo Dios, pues uno a medias no lo es. Y, en la Eucaristía, se ponen de manifiesto la una y la otra, pues es el memorial del misterio de la Cruz, que es siempre gloriosa.
En ella, se me manifiesta la rectitud de sus mandatos, pues veo la obediencia de Cristo a la voluntad del Padre y cómo el cumplimiento del mandato del amor, en el que todos se contienen y llevan a término, es en donde toda la realidad se ajusta a su creador.
Y, en ella, veo su justicia. Veo cómo he sido juzgado y declarado culpable. La sentencia sobre Jesús es la mía. Ahí cobro con-ciencia, con-sé junto al saber de Dios. La Cruz me da con-sabiduría de dónde estoy respecto a Dios. Y, en ella, entro en comunión con la ejecución de mi sentencia.
Sólo en la Cruz salvadora, sólo en el misterio de redención, muerte y resurrección, justicia y misericordia los encuentro para mí unidos. Eso que vivimos en nuestro bautismo, lo actualizamos en cada celebración eucarística. Ahí soy ajusticiado y misericordiado. Con ella podemos morir para vivir; sin ella tendremos justicia y sólo el ofrecimiento de la misericordia, pues no habremos querido la justicia misericordiosa-la misericordia justa, al negar la Cruz redentora.
Dame la Cruz, que yo quiera tu justicia y misericordia.