El Castillo en el Cielo
por Alfonso G. Nuño
Gracias a un amigo, he podido ver en DVD, con la entusiasta compañía de una nube de sobrinos, El Castillo en el Cielo de Hayao Miyazaki. Y he disfrutado doblemente, por el infantil regocijo y por la calidad del trabajo. Sencillamente una gran película; en todos los aspectos habría que darle una elevada calificación. Las referencias cultas, aunque el público de pre-escolar y primaria no las capte, son abundantísimas, tanto de cine como de pintura o literatura. Voy a detenerme brevemente en una de ellas, la que le da el verdadero fondo de misterio a este trabajo y lo lleva a trascender los géneros fantástico y de aventuras.
Sheeta, la niña protagonista, posee un objeto que es el que da acceso a una leyendaria isla flotante en el cielo. Dos grupos tratan de hacerse con él para poderse apropiar de las riquezas y el poder científico que habría poseído la civilización extinta de ese mundo fascinante y atrayente. Pazu, un amigo que encuentra la pequeña, tratará de ayudar a la perseguida.
La película Naves misteriosas (Silent Running, 1971) de Douglas Trumbull concluye con el invernadero de una nave espacial, lo único que queda de vegetación de La Tierra, a la deriva, cuidado por un robot-jardinero y sin presencia humana. Algo parecido es lo que se encuentran Sheeta y Pazu al llegar al castillo en el cielo y así es como concluirá la cinta.
Una imagen sobrecogedora y muy expresiva. Un jardín y un jardinero robótico envuelven un enorme silencio, una indescriptible ausencia. ¿Dónde está quien los hizo y le dio a uno la misión de cuidar y cultivar y al otro de embellecer, dar frutos y amenidad? ¿Dónde se encuentra aquél para el cual es ese pequeño Edén? Teodicea pura implícita en cine de animación.
Acaso cultivando y cuidando esta tierra nuestra para su Creador llenemos del silencio del misterio nuestro mundo.
Sheeta, la niña protagonista, posee un objeto que es el que da acceso a una leyendaria isla flotante en el cielo. Dos grupos tratan de hacerse con él para poderse apropiar de las riquezas y el poder científico que habría poseído la civilización extinta de ese mundo fascinante y atrayente. Pazu, un amigo que encuentra la pequeña, tratará de ayudar a la perseguida.
La película Naves misteriosas (Silent Running, 1971) de Douglas Trumbull concluye con el invernadero de una nave espacial, lo único que queda de vegetación de La Tierra, a la deriva, cuidado por un robot-jardinero y sin presencia humana. Algo parecido es lo que se encuentran Sheeta y Pazu al llegar al castillo en el cielo y así es como concluirá la cinta.
Una imagen sobrecogedora y muy expresiva. Un jardín y un jardinero robótico envuelven un enorme silencio, una indescriptible ausencia. ¿Dónde está quien los hizo y le dio a uno la misión de cuidar y cultivar y al otro de embellecer, dar frutos y amenidad? ¿Dónde se encuentra aquél para el cual es ese pequeño Edén? Teodicea pura implícita en cine de animación.
Acaso cultivando y cuidando esta tierra nuestra para su Creador llenemos del silencio del misterio nuestro mundo.
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