Antífona de comunión TO-XX.2 / Jn 6,51s
por Alfonso G. Nuño
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo -dice el Señor-; el que coma de este pan vivirá para siempre (Jn 6,51s).
"Yo soy". En el episodio de la zarza ardiente, Moisés escuchó el nombre de Dios (cf. Ex 3,14). Nosotros, en la Eucaristía, estamos en una intimidad mayor que la suya con Dios. No estamos ante un fenómeno sensorialmente extraordinario. La apariencia del pan y del vino se mantiene, ningún aparato científico detectaría nada anómalo. Pero hay algo más que en el monte Sinaí. Allí la zarza ardía sin consumirse, aquí la apariencia no cambia, pero el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino en su Sangre.
En la comunión, también Dios nos habla. Con sus palabras, nos está diciendo de sí. También nos dice "Yo soy". Y su acercamiento al hombre es mayor. Ahora está verdadera, real y sustancialmente presente su Cuerpo. El Hijo de Dios bajó del cielo encarnándose en el seno de María. Y el que se hizo hombre está presente en el altar para mí. Es pan bajado del cielo.
En la comunión, también Dios nos habla. Con sus palabras, nos está diciendo de sí. También nos dice "Yo soy". Y su acercamiento al hombre es mayor. Ahora está verdadera, real y sustancialmente presente su Cuerpo. El Hijo de Dios bajó del cielo encarnándose en el seno de María. Y el que se hizo hombre está presente en el altar para mí. Es pan bajado del cielo.
Pero está presente para mí como pan vivo. Está vivo tras la resurrección y también es pan vivo porque es vivificante, porque comunica la vida divina, la vida gloriosa del Señor resucitado. El que lo come vive para siempre. Que no es simplemente que viva indefinidamente una vida meramente humana, sino que participa de la eternidad de Dios, que pre-gusta los bienes del cielo. Al comulgar, recibimos el ardiente amor divino, que no nos destruye, sino que nos glorifica, nos da vida eterna.
Y Dios envió a Moisés con una misión...
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