Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Que si el verano, que si el sopor, que si los hijos

por Guillermo Urbizu

Ya no sabes ni qué hacer. ¿Qué podríamos discurrir hoy? Porque hay una pregunta de los hijos que desespera sobremanera a los padres: “¿Dónde vamos?”. En casa ya no pueden más. Después de unas cuantas tareas veraniegas, el decimocuarto visionado de Yo robot o High school musical, y una partida de ajedrez (o de cartas), hay un motín latente. “¿Dónde vamos, dónde vamos?”. Eso digo yo: ¿Dónde vamos? Y ya vemos que hay unas cuantas expresiones que rehuyen como la peste. Sobre todo: “Vamos de paseo” y “vamos a hacer algunos recados”. Intuyen lo peor. Ir de aquí para allá, sin norte, arrastrando los pies, parándose en mil lugares sin ningún atractivo. Y lo peor de lo peor: las interminables conversaciones con las amigas y amigos que los papis se encuentran por la calle. De nada sirve llamar la atención con gestos horribles y peleas. Ellos -nosotros, los padres- erre que erre, sin ningún síntoma de cansancio. Es demasiado. De pronto un alarido. ¡¿Qué te pasa niño?! La gente se vuelve aterrada. Otro alarido. ¡Dios mío! “Bueno, ya seguiremos hablando, ya ves, los chicos se ponen nerviosos. Dale recuerdos a todos, ya nos llamamos”. Y viene la siguiente escena, que trata de cómo los padres intentan imponer su autoridad a cara de perro: “Pero ¿se puede saber que os pasa?”. Y llegan los matices: “No hay quien haga nada con vosotros, sois una panda de egoístas y maleducados, impresentables…”. Y el remate del drama: “¡Estáis castigados! ¡De por vida!”. Silencio absoluto y la marcha se acelera. Pero siempre hay alguno más temerario, con vocación de héroe de comando, que a los pocos minutos se atreve a exclamar: “Mamá (o papá) ¿dónde vamos?”. ¡Rayos y centellas! Los papis se miran y saben que tienen sólo dos opciones: o seguir con la bronca y el consiguiente orfidal, o inspirar hondo y dar con alguna solución decorosa. No, no, jamás puede ser interpretada como rendición. Más bien como artimaña educativa, un armisticio que obligue a la conversación serena, a planes de agosto, a la confidencia. Habla el padre: “¿Dónde vamos?”. “A merendar en el Burger King, y luego a casa de los yayos”. Se oyen vítores y palmas… “Esperad, esperad, que no he terminado. Porque cuando regresemos a casa veremos en el salón, mientras cenamos un bocata, unos capítulos de Embrujada”. Aquí uno ya se puede encontrar diferentes caras, pero ceden todos. “Y…”. “¿Algo más?”. “Pues claro, falta lo más importante”. ¿Qué será, será…? “Después de recoger podemos rezar un par de misterios del Rosario”. “¡¡¡Uffff!!!”. “Si os parece bien, claro está”. “Siempre preguntáis ¿dónde vamos? Cuando la pregunta más acertada sería: ¿dónde queremos ir? Y bueno, estoy esperando, ¿dónde queremos ir?”. “¿Al Cielo?” Exacto, acierto pleno. Con lo cual debemos ser un poquito coherentes. Portarnos bien, hacer nuestro trabajo bien, aprovechar bien las vacaciones, ayudar a los demás y… ¿Y?”. “Y rezar un poco”. "Premio para la señorita. Vamos al Burger". Y el papá susurra a la mamá en un aparte: "Ana, nos quedan pocos años para disfrutar de estos disgustos". 
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