Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Se dejan pisar

por Sólo Dios basta

Celebrar la fiesta de un pueblo siempre llena de alegría, más aún cuando el santo patrón es natural del lugar. Algo así sucede en Calahorra cada 3 de marzo y 31 de agosto cuando se honra a los Santos Mártires Emeterio y Celedonio, soldados romanos del siglo IV que se oponen a renegar de su fe; por ello son condenados a morir después de pasar un tiempo en la cárcel donde son encerrados y torturados. Al final sus cabezas son cortadas junto a la vega del Cidacos y brota la sangre sobre la que se fundamenta la fe de una comunidad cristiana y con el tiempo de una diócesis: Calahorra y La Calzada-Logroño.

Es para dar muchas gracias a Dios por el regalo que tenemos en La Rioja, el testimonio de estos jóvenes soldados que son fieles a su fe en Jesucristo y no anteponen nada ante su amor al que les ha dado la vida. A él se la entregan. A estos santos podemos rezar cada vez que acudimos a la catedral de Calahorra donde reposan sus restos en sendas arquetas que salen en procesión los dos días al año mencionados al inicio.

La mañana del 3 de marzo amanece lluviosa en Calahorra, el rosario de aurora no se suspende pese a este hecho, pero la procesión que recorre casi toda la ciudad sí que se suprime. Al final sale el sol y antes de empezar la misa en la catedral, los Santos Emeterio y Celedonio salen en andas por los contornos de la sede episcopal para luego procesionar también por las naves y que todos los fieles puedan verlos, rezarles y acogerse a su protección. Ha sido emotivo el momento. La procesión demuestra que en Calahorra impera la fe y devoción a estos insignes testigos del amor de Dios. Sigue la misa. Terminada la celebración cada uno va a su casa a celebrar la fiesta en familia.

Por la tarde vuelvo con calma a la catedral. ¡Qué distinto todo! Estoy solo, como en la visita mensual que intento realizar cada día 3 del mes y si no el día más cercano. Hago silencio, rezo, les presento muchas intenciones de personas y situaciones y vuelvo a hacer silencio. Les pido que me den su valor para crecer en fe, esperanza y caridad y poder ser un instrumento que acerca a la gente al Dios de la vida al que ellos entregan todo hace más de 1700 años. Es un auténtico gozo tener estos momentos de oración cada mes ante sus reliquias. Y en su fiesta... pues mucho más. Poder rezar ante los restos de dos cristianos guerreros que cambian sus armas bélicas por las armas de la fe para decir que lo único importante en esta vida es seguirle solo a Él, cada uno desde su vocación, pero seguirle de verdad. Y en ello estamos.

En este silencio me dejo llevar. Me encanta. Que sea Dios el que hable y derrame su amor en compañía de sus Santos, en este caso, San Emeterio y San Celedonio. Me digo: “Esta mañana la catedral llena de gente para honrar a los Santos Mártires y ahora solo con ellos mano a mano”. Esto es un privilegio que saboreo y aprovecho con gusto. En su fiesta, estar junto a ellos, acompañarlos, pedir su intercesión, abandonarme en los planes de Dios y dejar que todo fluya, como su sangre, que sigue dando vida a nuevos cristianos en Calahorra. Es algo muy grande si nos ponemos a pensarlo bien. Que todos vengamos ante los restos de unos soldados del ejército romano del siglo IV demuestra que la fe está viva y que de verdad el testimonio de vida de los mártires es impresionante. Y voy más allá. Doy un paso más.

Me viene a la cabeza la propuesta que me han hecho hace poco de preparar un libro sobre los mártires riojanos del siglo XX en España. Estos mártires son recientes, algunas personas todavía tienen noticias directas sobre ellos por parte de sus padres o familiares mayores que los conocieron o han oído hablar de su “tío Santo”, del hermano de mi abuelo, del primo de mi padre… que por ser sacerdotes o religiosos terminan también derramando su sangre por diversos lugares de España. Y ahora llego al meollo. Estos hermanos nuestros también son mártires y están más bien olvidados. Son poco reconocidos y es hora de que puedan ser recordados, celebrados y venerados como San Emeterio y San Celedonio. El libro lo que pretende es recoger los testimonios que queden en las familias, las posibles “reliquias manuscritas” de alguna carta o documento escrito o firmado por ellos que haya quedado en la tierra que les vio nacer y si en alguno de sus pueblos natales se les ha he hecho algún homenaje, dedicado alguna calle o colocado una placa en su casa o se celebra alguna fiesta en su honor, etc. Y si no hay nada de esto, comenzar a dar culto a estos mártires que seguro que nos van a ayudar a acercarnos a Dios y a ser santos de verdad.

El listado se puede dividir en tres grupos: los nacidos en la diócesis, los nacidos en los antiguos límites de la diócesis que abarcaba en aquellos años del siglo pasado también parte de Soria y de Navarra, y por último los que sin ser riojanos de nacimiento al menos estuvieron unos años en la diócesis por diversos motivos. Están beatificados, se les puede venerar de modo público, celebrar su fiesta, tener alguna imagen en su pueblo y sobre todo invocarles para que nos ayuden en nuestro vivir del día a día. Voy a presentarlos para que nos encomendemos a ellos y de paso para que aquel que tenga alguna noticia pueda ayudar en esta tarea y aporte la información que conserve en su hogar o si falta alguno en la lista que se pueda añadir.

Nacidos en la diócesis: Germán de Jesús María (pasionista de Cornago), Leoncio Pérez (claretiano de Muro de Aguas), Jesús Hita (marianista de Calahorra), Julián Benigno (agustino recoleto de Alfaro), Tirso Manrique (dominico de Alfaro), Narciso de Estenaga (obispo de Logroño), León Justino (hermano de La Salle de Grañón), Ramón de la Virgen del Carmen (carmelita descalzo de Calahorra), Manuel Moreno (dominico de Rincón de Soto), Gonzalo Barrón (sagrados corazones de Ollauri), Felipe González (claretiano de San Asensio), Luis Gonzaga Alesanco (benedictino de San Millán), Clemente Faustino Fernández (hermano de La Salle de Logroño), Heraclio Matute (claretiano de Alesanco), Marceliano Alonso (claretiano de Grañón) y Tomás Lacarra (escolapio de Cornago en proceso de beatificación).

Nacidos en los antiguos límites de la diócesis: Pedro José de los Sagrados  Corazones (carmelita descalzo de Valdeprado-Soria), Teodoro Ruiz de Larrinaga (claretiano de Bargota-Navarra) y Blasa de María (adoratriz de Desojo-Navarra).

Relacionados con la diócesis: José Agustín Fariña (agustino en Calahorra), Epifanio, Licarión, Felipe José, Leónides, Vivencio, Ángel Andrés e Ismael (maristas en Logroño), Antonio Arribas (misionero del Sagrado Corazón en Logroño) y Amado Cubeñas (dominico en Logroño).

Con esta estela tan variada de intercesores me pongo en camino hacia el santuario del Carmen. Salgo de la catedral y voy por el paseo del Cidacos, da gusto ir por este parque que ya tiene el verdor y la alegría de la primavera que este año se ha adelantado bastante, la hierba está fresca y verde y de pronto se presenta ante la vista un campo de margaritas que dan más vida aún al lugar. Paso entre ellas, las miro y me doy cuenta que para llegar hasta el camino que lleva al puente no me queda más opción que seguir adelante o dar marcha atrás. Avanzo, doy pasos y regreso a la oración; vuelvo a los mártires de los que he estado hablando y a los que he recordado e invocado. Me doy cuenta de que son como las margaritas que salen a mi encuentro sin buscarlas ni esperarlas: están antes de llegar, siguen en pie cuando progreso en el caminar y ponen una nota especial en mi sendero personal, pero lo más importante y que es lo que me llena de alegría, agradecimiento y fe es que no se asustan, ni huyen, ni se protegen cuando alguien se acerca y puede rematarlas sobre el suelo; y es que las margaritas, como los mártires en el momento crítico de la muerte, permanecen en su lugar, te dan vida y se dejan pisar.

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