El intríngulis de la familia
por Guillermo Urbizu
Cada vez estoy más convencido de que la cohesión familiar está basada en el cuidado de los detalles. Es decir, de la delicadeza. Todos tenemos experiencia de ello. Del marido con la mujer, de la mujer con el marido, de los hijos con los padres y de los padres con los hijos. Es lo que va conformando lo que yo llamo la ternura del carácter. Que no significa ser personas con tendencia a la flojera. Al contrario. La verdadera ternura nos hace más recios en el trato, y por supuesto más amables y comprensivos. Más sociables y más centrados en nuestras distintas ocupaciones.
La familia es un conjunto de personas que se relacionan durante mucho tiempo y en una intimidad amorosa. (También sexual en el caso del matrimonio). Esto es una obviedad. Pero a lo obvio muchas veces -precisamente por ser obvio- nos acostumbramos. ¿Qué mayor obviedad para la familia que el amor? Pensemos sobre ello. Somos un conjunto de personas. Cada una con su carácter y sentimientos. El amor se basa en esta relación. ¿Qué hacemos cada uno por los demás? Porque no otra cosa es el amor. Pensarse con los demás. Ofrecer nuestra ayuda, ceder, perdonar.
Las personas que forman una familia se necesitan todas entre si. Sin exclusiones. Nadie es menos importante. En esa interrelación se consolida la unidad. En esa interrrelación se consolida el cariño personal. Cada miembro de la familia debe estar atento a los demás. Un abrazo a tiempo, una palabra amable, un beso, una conversación oportuna, un paseo... Cada uno debería sentir la ternura para el otro. El amor es el regalo. Pero el afecto es la "envoltura" que hace atractiva la convivencia. Una simple mirada, una sonrisa, un gesto (por pequeño que sea).
Una convivencia que se desarrolla en el tiempo, con sus incidencias de toda índole. Con las contrariedades, con el agobio social... Pero la familia vive el tiempo no como una dimensión absoluta y sólo cronológica. Porque el núcleo del amor que la preside transforma las horas y los días en una dimensión distinta: hacer felices a los demás. Y eso es lo más humano y por ello lo más sobrenatural. Lo que de verdad nos hace personas en toda su integridad.
Una convivencia que se desarrolla en el tiempo, con sus incidencias de toda índole. Con las contrariedades, con el agobio social... Pero la familia vive el tiempo no como una dimensión absoluta y sólo cronológica. Porque el núcleo del amor que la preside transforma las horas y los días en una dimensión distinta: hacer felices a los demás. Y eso es lo más humano y por ello lo más sobrenatural. Lo que de verdad nos hace personas en toda su integridad.
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