Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Después de comulgar hay que dar las debidas gracias

por Guillermo Urbizu


Inmediatamente, sí, pero también después, concluida la Misa. En la iglesia y de camino al trabajo o a casa o a lo que fuere. Estar pendiente de Dios en lo que queda de día. O de vida. Quedarse con Él, no tener prisa. Quedarse, enamorarse un poco más del querer divino, y de ese sacrificio de la Cruz en el altar de nuestra alma. Son momentos importantes. Confidencias, diálogo; confianza, descanso en el Amor crucificado. Por favor, quedarse un poco. Dios nos espera en nosotros; Dios espera que por fin le entreguemos la vida. Todo. Sin guardarnos nada. Compartir con Él ilusiones, proyectos. Y miserias. Y la familia. Quedarse en el templo o en esa capilla. Quedarse en el tiempo para vislumbrar lo eterno. Es que tengo que ir a… Es que llego tarde a… Por Dios, quedarse. Adentrarse en tu vida y en mi vida: adentrarse en Su Vida. Preguntarle y escuchar Su parecer. Abandonarse en Su voluntad, que es la única forma posible de acertar y de ser feliz con garantías. Dejarle el corazón. Dejárselo allí, en el sagrario, para que Le acompañe, y luego salir a la calle con el Suyo en el pecho.

¿Qué prisa tenemos? ¿Tan corto es nuestro amor que no es capaz de estar ni cinco o diez minutos más con Cristo? O puede que… Vaya, los hijos. Papá, ¿ya? Venga papá, cuando quieras. Te esperamos fuera. ¡Hijos míos! ¿Fuera de dónde? Lo nuestro es quedarnos dentro. Dentro de Dios. Aprovechadlo. Acompañadlo. Poneros en situación. ¡Qué pocos se quedaron en el Calvario! Y esa especie de terremoto que es en ocasiones la vida nos distrae, o nos vamos corriendo cuesta abajo. ¿Hacia dónde? Es que hace calor aquí; es que tengo que hacer unas compras; es que… Al final, al pie de la Cruz -de la primera Misa-, no hay mucha gente esa es la verdad. Huye la mayoría. Se precipita por las calles. Aquella fue la primera acción de gracias de la Historia de la Salvación. Y por eso me gusta imaginar a la Virgen sentada a mi lado, en el banco. O arrodillada (si es que los sacerdotes no han quitado los reclinatorios). ¿Cómo serían sus acciones de gracias después de comulgar el Cuerpo de su Hijo de las manos de Juan, o de Pedro, o de Santiago? No creo que saliera corriendo, o que su cabeza estuviera en lo que iba a hacer para comer ese día, o parecido.

La supongo metida de lleno en la realidad sobrenatural y física de estar de nuevo junto a Jesús, en el sacramento. Los dos. Mano a mano. Alma con alma. En un intercambio de amor ininterrumpido, sin distracciones. O los tres. Ellos -Madre e Hijo- y yo. O tú, lector. Hay que buscarse medios para no perder el latido del corazón de Cristo, el fluir de Su Sangre liberadora, y salir del atolladero de tantos y tantos aturdimientos. Quizá unas notas, o un libro que nos sugiera. O esas oraciones de los santos (“Toma Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. (…) Dame tu amor y tu gracia, que ésta me basta”, o mejor esta otra: “(…) el rostro recliné sobre el Amado, / cesó todo y dejéme, / dejando mi cuidado / entre las azucenas olvidado”), o pedirle al Ángel Custodio que nos provea de algún pensamiento acertado, o de algún propósito concreto de mejora, que falta nos hace. Que falta me hace. O quizá sólo haga falta, eso, quedarse, el sólo hecho de quedarse; de querer quedarse, a pesar de omisiones y despistes. Quedarse con Dios. Un rato y toda la vida. Enamorarse. Refugiarse en ese poco -¿poco?- de Cielo en la tierra. Me viene lo de Quevedo: “Polvo serán, más polvo enamorado”. Polvo seremos, más polvo resucitado.

Aunque el amor sea exiguo apetece quedarse unos momentos con Dios, en esa intimidad única y exclusiva. En silencio. Dejadme quedarme con Él, quedémonos todos. Si hay amor no costará y todo nos parecerá insuficiente. Y la Misa se dilatará por los recovecos de nuestra existencia y de la Historia, y nos cambiará por entero. Podemos empezar por esos pocos minutos de acción de gracias después de comulgar a Dios. Sin escatimar el tiempo, sin derrochar lo eterno. Es poco, pero es todo. Es amor.
 
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