Francisco, en su homilía en Albania, «tierra de mártires»
«Los que tenían miedo a la verdad y a la libertad hacían todo lo posible para desterrar a Dios»
Los que tenían miedo a la verdad y a la libertad hacían todo lo posible para desterrar a Dios del corazón del hombre y excluir a Cristo y a la Iglesia de la historia de su País
El Pueblo de Dios que peregrina en Albania abrazó con gran cordialidad al Sucesor de Pedro, con aún vivo el recuerdo de la visita de otro Romano Pontífice: San Juan Pablo II en 1993. La algarabía y la emoción que despertó el Papa argentino fue la misma de aquel entonces, la mañana de este domingo, durante el trayecto que llevó a Francisco en papamóvil desde el Palacio Presidencial hasta la plaza Madre Teresa de Tirana, donde se celebró la Santa Misa.
"También yo hoy vengo entre ustedes, a esta plaza, dedicada a una humilde y gran hija de esta tierra, la beata Madre Teresa de Calcuta, trayéndoles un saludo de paz en sus casas, paz en sus corazones, paz en su Nación", fue el saludo del Pontífice al iniciar su homilía.
Finalizada la Santa Misa de la mañana, Francisco presidió el rezo del Angelus, agradeciendo a los miles de albaneses y fieles llegados hasta Tirana de países vecinos su presencia y testimonio de fe. El Papa tuvo palabras especiales para los jóvenes, a quienes invitó a construir "una Albania y un mundo mejor", cimentando su existencia en Jesucristo. Francisco les recordó que son la nueva generación de Albania. "Con la fuerza del Evangelio y el ejemplo de los mártires digan no a la idolatría del dinero, al individualismo, a las dependencias y a la violencia, y sí a la cultura del encuentro y de la solidaridad", fue la invitación que el Papa les formuló, recordándonos también a todos que Jesús nos conoce mejor que nadie y que cuando nos equivocamos no nos condena. "Que la Virgen María los lleve hacia la esperanza que no defrauda", deseó finalmente a los fieles presentes y a todo el pueblo albanés.
Texto completo de la homilía del Santo Padre
(Las negritas son de ReL.)
El Evangelio de hoy nos dice que Jesús, además de llamar a los Doce Apóstoles, llamó a otros setenta y dos discípulos y los envió a anunciar el Reino de Dios en los pueblos y ciudades (cf. Lc 10, 1-9. 17-20). Él vino a traer al mundo el amor de Dios y quiere que se difunda por medio de la comunión y de la fraternidad. Por eso constituyó enseguida una comunidad de discípulos, una comunidad misionera, y los preparó para la misión, para “ir”. El método misionero es claro y sencillo: los discípulos van a las casas y su anuncio comienza con un saludo lleno de significado: «Paz a esta casa» (v. 5). No es sólo un saludo, es también un don: la paz. Queridos hermanos y hermanas de Albania, también yo vengo hoy entre ustedes a esta plaza dedicada a una humilde y gran hija de esta tierra, la beata Madre Teresa de Calcuta, para repetirles ese saludo: paz en sus casas, paz en sus corazones, paz en su Nación.
En la misión de los setenta y dos discípulos se refleja la experiencia misionera de la comunidad cristiana de todos los tiempos: El Señor resucitado y vivo envía no sólo a los Doce, sino también a toda la Iglesia, envía a todo bautizado a anunciar el Evangelio a todos los pueblos. A través de los siglos, no siempre ha sido bien acogido el anuncio de paz de los mensajeros de Jesús; a veces les han cerrado las puertas. Hasta hace poco, también las puertas de su País estaban cerradas, cerradas con los cerrojos de la prohibición y las exigencias de un sistema que negaba a Dios e impedía la libertad religiosa. Los que tenían miedo a la verdad y a la libertad hacían todo lo posible para desterrar a Dios del corazón del hombre y excluir a Cristo y a la Iglesia de la historia de su País, si bien había sido uno de los primeros en recibir la luz del Evangelio. En la segunda lectura que hemos escuchado se mencionaba a Iliria que, en tiempos del apóstol Pablo, incluía el territorio de la actual Albania.
Pensando en aquellos decenios de atroces sufrimientos y de durísimas persecuciones contra católicos, ortodoxos y musulmanes, podemos decir que Albania ha sido una tierra de mártires: muchos obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos pagaron con la vida su fidelidad. No faltaron pruebas de gran valor y coherencia en la confesión de la fe. ¡Fueron muchos los cristianos que no se doblegaron ante la amenaza, sino que se mantuvieron sin vacilación en el camino emprendido! Me acerco espiritualmente a aquel muro del cementerio de Escútari, lugar-símbolo del martirio de los católicos, donde fueron fusilados, y con emoción ofrezco las flores de la oración y del recuerdo agradecido e imperecedero. El Señor ha estado a su lado, queridos hermanos y hermanas, para sostenerlos; Él los ha guiado y consolado, y los ha llevado sobre alas de águila, como hizo con el antiguo pueblo de Israel (cf. Primera lectura). El águila, representada en la bandera de su País, los invita a tener esperanza, a poner siempre su confianza en Dios, que nunca defrauda, sino que está siempre a nuestro lado, especialmente en los momentos difíciles.
Hoy las puertas de Albania se han abierto y está madurando un tiempo de nuevo protagonismo misionero para todos los miembros del pueblo de Dios: todo bautizado tiene un lugar y una tarea que desarrollar en la Iglesia y en la sociedad. Que todos se sientan llamados a comprometerse generosamente en el anuncio del Evangelio y en el testimonio de la caridad; a reforzar los vínculos de solidaridad para promover condiciones de vida más justas y fraternas para todos. Hoy he venido para animarlos a hacer crecer la esperanza dentro de ustedes y a su alrededor; a involucrar a las nuevas generaciones; a nutrirse asiduamente de la Palabra de Dios abriendo sus corazones a Cristo: su Evangelio les indica el camino. Que su fe sea alegre y radiante; muestre que el encuentro con Cristo da sentido a la vida de los hombres, de todos los hombres.
En espíritu de comunión con los obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, los animo a impulsar la acción pastoral y a seguir buscando nuevas formas de presencia de la Iglesia en la sociedad. En particular, me dirijo a los jóvenes: no tengan miedo de responder con generosidad a Cristo, que los invita a seguirlo. En la vocación sacerdotal o religiosa encontrarán la riqueza y el gozo de darse a sí mismos para servir a Dios y a sus hermanos. Muchos hombres y mujeres esperan la luz del Evangelio y la gracia de los Sacramentos.
Iglesia que vives en esta tierra de Albania, gracias por todo el ejemplo de tu fidelidad al Evangelio. Muchos de tus hijos e hijas han sufrido por Cristo, incluso hasta el sacrificio de la vida. Que su testimonio sostenga tus pasos de hoy y de mañana en el camino del amor, la libertad, la justicia y la paz. Amén.
"También yo hoy vengo entre ustedes, a esta plaza, dedicada a una humilde y gran hija de esta tierra, la beata Madre Teresa de Calcuta, trayéndoles un saludo de paz en sus casas, paz en sus corazones, paz en su Nación", fue el saludo del Pontífice al iniciar su homilía.
Finalizada la Santa Misa de la mañana, Francisco presidió el rezo del Angelus, agradeciendo a los miles de albaneses y fieles llegados hasta Tirana de países vecinos su presencia y testimonio de fe. El Papa tuvo palabras especiales para los jóvenes, a quienes invitó a construir "una Albania y un mundo mejor", cimentando su existencia en Jesucristo. Francisco les recordó que son la nueva generación de Albania. "Con la fuerza del Evangelio y el ejemplo de los mártires digan no a la idolatría del dinero, al individualismo, a las dependencias y a la violencia, y sí a la cultura del encuentro y de la solidaridad", fue la invitación que el Papa les formuló, recordándonos también a todos que Jesús nos conoce mejor que nadie y que cuando nos equivocamos no nos condena. "Que la Virgen María los lleve hacia la esperanza que no defrauda", deseó finalmente a los fieles presentes y a todo el pueblo albanés.
Texto completo de la homilía del Santo Padre
(Las negritas son de ReL.)
El Evangelio de hoy nos dice que Jesús, además de llamar a los Doce Apóstoles, llamó a otros setenta y dos discípulos y los envió a anunciar el Reino de Dios en los pueblos y ciudades (cf. Lc 10, 1-9. 17-20). Él vino a traer al mundo el amor de Dios y quiere que se difunda por medio de la comunión y de la fraternidad. Por eso constituyó enseguida una comunidad de discípulos, una comunidad misionera, y los preparó para la misión, para “ir”. El método misionero es claro y sencillo: los discípulos van a las casas y su anuncio comienza con un saludo lleno de significado: «Paz a esta casa» (v. 5). No es sólo un saludo, es también un don: la paz. Queridos hermanos y hermanas de Albania, también yo vengo hoy entre ustedes a esta plaza dedicada a una humilde y gran hija de esta tierra, la beata Madre Teresa de Calcuta, para repetirles ese saludo: paz en sus casas, paz en sus corazones, paz en su Nación.
En la misión de los setenta y dos discípulos se refleja la experiencia misionera de la comunidad cristiana de todos los tiempos: El Señor resucitado y vivo envía no sólo a los Doce, sino también a toda la Iglesia, envía a todo bautizado a anunciar el Evangelio a todos los pueblos. A través de los siglos, no siempre ha sido bien acogido el anuncio de paz de los mensajeros de Jesús; a veces les han cerrado las puertas. Hasta hace poco, también las puertas de su País estaban cerradas, cerradas con los cerrojos de la prohibición y las exigencias de un sistema que negaba a Dios e impedía la libertad religiosa. Los que tenían miedo a la verdad y a la libertad hacían todo lo posible para desterrar a Dios del corazón del hombre y excluir a Cristo y a la Iglesia de la historia de su País, si bien había sido uno de los primeros en recibir la luz del Evangelio. En la segunda lectura que hemos escuchado se mencionaba a Iliria que, en tiempos del apóstol Pablo, incluía el territorio de la actual Albania.
Pensando en aquellos decenios de atroces sufrimientos y de durísimas persecuciones contra católicos, ortodoxos y musulmanes, podemos decir que Albania ha sido una tierra de mártires: muchos obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos pagaron con la vida su fidelidad. No faltaron pruebas de gran valor y coherencia en la confesión de la fe. ¡Fueron muchos los cristianos que no se doblegaron ante la amenaza, sino que se mantuvieron sin vacilación en el camino emprendido! Me acerco espiritualmente a aquel muro del cementerio de Escútari, lugar-símbolo del martirio de los católicos, donde fueron fusilados, y con emoción ofrezco las flores de la oración y del recuerdo agradecido e imperecedero. El Señor ha estado a su lado, queridos hermanos y hermanas, para sostenerlos; Él los ha guiado y consolado, y los ha llevado sobre alas de águila, como hizo con el antiguo pueblo de Israel (cf. Primera lectura). El águila, representada en la bandera de su País, los invita a tener esperanza, a poner siempre su confianza en Dios, que nunca defrauda, sino que está siempre a nuestro lado, especialmente en los momentos difíciles.
Hoy las puertas de Albania se han abierto y está madurando un tiempo de nuevo protagonismo misionero para todos los miembros del pueblo de Dios: todo bautizado tiene un lugar y una tarea que desarrollar en la Iglesia y en la sociedad. Que todos se sientan llamados a comprometerse generosamente en el anuncio del Evangelio y en el testimonio de la caridad; a reforzar los vínculos de solidaridad para promover condiciones de vida más justas y fraternas para todos. Hoy he venido para animarlos a hacer crecer la esperanza dentro de ustedes y a su alrededor; a involucrar a las nuevas generaciones; a nutrirse asiduamente de la Palabra de Dios abriendo sus corazones a Cristo: su Evangelio les indica el camino. Que su fe sea alegre y radiante; muestre que el encuentro con Cristo da sentido a la vida de los hombres, de todos los hombres.
En espíritu de comunión con los obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, los animo a impulsar la acción pastoral y a seguir buscando nuevas formas de presencia de la Iglesia en la sociedad. En particular, me dirijo a los jóvenes: no tengan miedo de responder con generosidad a Cristo, que los invita a seguirlo. En la vocación sacerdotal o religiosa encontrarán la riqueza y el gozo de darse a sí mismos para servir a Dios y a sus hermanos. Muchos hombres y mujeres esperan la luz del Evangelio y la gracia de los Sacramentos.
Iglesia que vives en esta tierra de Albania, gracias por todo el ejemplo de tu fidelidad al Evangelio. Muchos de tus hijos e hijas han sufrido por Cristo, incluso hasta el sacrificio de la vida. Que su testimonio sostenga tus pasos de hoy y de mañana en el camino del amor, la libertad, la justicia y la paz. Amén.
Comentarios