El Papa Francisco en Molise (Italia)
«Dios no es neutral, está de parte de las personas más frágiles, discriminadas y oprimidas»
El Papa Francisco comenzó este sábado su visita pastoral a Molise (Italia). En la misa con las oraciones a la Virgen de la “Libera”, patrona del lugar -en la que se pide a Dios que ha mandado a su Hijo como liberador del género humano, nos conceda, por intercesión de María, custodiar el don de la libertad filial, adquirido por el sacrificio de la cruz-, Francisco, expresó que “la sabiduría divina libera del mal y de la opresión a los que se ponen al servicio del Señor. De hecho Dios no es neutral, está de parte de las personas más frágiles, discriminadas y oprimidas que se abandonan confiadas a Él”.
La Iglesia es un Pueblo que sirve a Dios y que vive de la libertad donada por Dios. El servicio a Dios se realiza en la oración, la adoración, el anuncio del evangelio y testimonio de la caridad. Y el icono de la Iglesia es el de la Virgen María que después del anuncio del ángel parte con prisa a servir a su prima anciana. El Papa dijo que de esto la Iglesia aprende a ser cada día sierva de Dios asistiendo rápidamente a los que tienen necesidad.
“Todos estamos llamados a vivir el servicio de la caridad en la realidad ordinaria, la caridad de todos los días. El testimonio de la caridad es la vía maestra de la evangelización” expresó.
El Obispo de Roma animó a todos a perseverar en este camino, sirviendo a Dios en el servicio a los hermanos y difundiendo por todas partes la cultura de la solidaridad. Tenemos tanta necesidad de esto frente a tantas necesidades materiales y espirituales, sobre todo frente a la plaga de la desocupación que necesita tanto esfuerzo y coraje de parte de todos.
Es necesario poner la dignidad de la persona humana al centro de toda prospectiva y de toda acción. Los otros intereses –aunque sean legítimos- son secundarios afirmó el Papa.
Por esto la Iglesia es el pueblo que experimenta la liberación del Señor y vive en esta libertad que él le dona –explicó Francisco. “La libertad, sobre todo, del pecado, del egoísmo en todas sus formas. “La libertad de entregarse y de hacerlo con alegría, como la Virgen de Nazaret, que es libre de sí misma, no se repliega sobre su condición, sino que piensa en aquel que en ese momento tiene más necesidad”.
Homilía completa de Papa Francisco en la Santa Misa en el Estadio de Campobasso:
“La Sabiduría, en cambio, libró de las fatigas a sus servidores”. (Sb 10,9).
La primera lectura nos recordó las características de la sabiduría divina, que libera del mal y la opresión a los que se ponen al servicio del Señor. De hecho, Él no es neutral, sino que con su sabiduría está del lado de las personas vulnerables, discriminadas y oprimidas que se abandonan confiadas a Él. Esta experiencia de Jacob y de José, narrada en el Antiguo Testamento, revela dos aspectos esenciales de la vida de la Iglesia: la Iglesia es un pueblo al servicio de Dios y es un pueblo que vive en la libertad donada por Él.
Ante todo, somos un pueblo que sirve a Dios. El servicio a Dios se realiza de diversas maneras, sobre todo en la oración y en la adoración, en el anuncio del Evangelio y en el testimonio de la caridad. Y siempre el icono de la Iglesia es la Virgen María, la “servidora del Señor” (Lc. 1,38; Cf 1,48). Inmediatamente después de recibir el anuncio del Ángel y de haber concebido a Jesús, María parte a toda prisa para ir a ayudar a su anciana prima Isabel. Y de este modo, muestra que la mejor forma de servir a Dios es servir a nuestros hermanos que tienen necesidad.
En la escuela de la Madre, la Iglesia aprende a ser cada día “servidora del Señor”, a estar lista para ir al encuentro de las situaciones de mayor necesidad, a prestar atención a los pequeños y excluidos. Pero al servicio de la caridad, todos estamos llamados a vivirlo en la realidad ordinaria, es decir, en la familia, en la parroquia, en el trabajo, con los vecinos... Es la caridad de todos los días, la caridad ordinaria.
El testimonio de la caridad es la vía maestra de la evangelización. En esto, la Iglesia siempre ha estado “a la vanguardia”, presencia materna y fraterna que comparte las dificultades y debilidades de las personas. De esta manera, la comunidad cristiana intenta inculcar en la sociedad aquel “suplemento de alma” que le permite ver más allá y tener esperanza.
Es aquello que también ustedes, queridos hermanos y hermanas de esta diócesis, están haciendo con generosidad, sostenidos por el celo pastoral de su Obispo. Los animo a todos, sacerdotes, personas consagradas y a los fieles laicos, a perseverar en este camino, sirviendo a Dios en el servicio a los demás y difundiendo por todas partes la cultura de la solidaridad.
Hay tanta necesidad de este compromiso, de cara a las situaciones de precariedad material y espiritual, especialmente frente a la desocupación, una plaga que requiere todo esfuerzo y mucho coraje por parte de todos.
El del trabajo es un desafío que interpela en modo particular la responsabilidad de las instituciones, del mundo empresarial y financiero. Es necesario poner la dignidad de la persona humana en el centro de toda perspectiva y de toda acción. Los otros intereses, aunque legítimos, son secundarios. ¡En el centro está la dignidad de la persona humana! ¿Por qué? Porque la persona humana es imagen de Dios, ha sido creada a imagen de Dios y todos nosotros somos imagen de Dios.
Así que la Iglesia es el pueblo que sirve al Señor. Por esto es el pueblo que experimenta su liberación y vive en esta libertad que Él le dona. ¡La verdadera libertad siempre la da el Señor! La libertad, ante todo, del pecado, del egoísmo en todas sus formas: la libertad de donarse y hacerlo con alegría, como la Virgen de Nazaret que es libre de sí misma: no se repliega sobre su estado - ¡y bien podría haber tenido el motivo! – sino que piensa en quien en aquel momento tiene más necesidad. Es libre en la libertad de Dios, que se logra en el amor. Y esta es la libertad que nos ha donado Dios, y nosotros no debemos perderla: la libertad de adorar a Dios, de servir a Dios y de servirlo también en nuestros hermanos.
Esta es la libertad que, con la gracia de Dios, experimentamos dentro de la comunidad cristiana, cuando nos ponemos al servicio los unos de los otros. Sin celos, sin tomar partido, sin habladurías.... Servirnos los unos a los otros. ¡Servirnos! Entonces el Señor nos libera de ambiciones y rivalidades que socavan la unidad de la Comunión. Nos libera de la desconfianza, de la tristeza - esta tristeza es peligrosa, porque nos tira abajo; ¡es peligrosa, estén atentos! Nos libera del miedo, del vacío interior, del aislamiento, del arrepentimiento, de los lamentos. También en nuestras comunidades, de hecho, no faltan actitudes negativas que vuelven a la gente autorreferencial, más preocupados en defenderse que en donarse. Pero Cristo nos libera de esta monotonía existencial, como proclamamos en el salmo responsorial: “Tú eres mi ayuda y mi liberación”. Por eso los discípulos, nosotros discípulos del Señor, aun permaneciendo débiles y pecadores, estamos llamados a vivir con alegría y valentía nuestra fe, la comunión con Dios y con los hermanos, la adoración a Dios, y a afrontar con fortaleza las fatigas y pruebas de la vida.
Queridos hermanos y hermanas, la Virgen Santa que veneran en particular con el título de “Madonna della Libera”, les consiga la alegría de servir al Señor y de caminar en la libertad que Él nos ha donado: en la libertad de la adoración, de la oración y del servicio a los demás. Que María los ayude a ser Iglesia materna, Iglesia acogedora y atenta a todos. Que ella esté siempre junto a ustedes, a sus enfermos, a sus ancianos que son la sabiduría del pueblo, a sus jóvenes. Para todo su pueblo sea un signo de consuelo y de esperanza cierta. Que la “Madonna della Libera” nos acompañe, nos ayude, nos consuele, nos dé paz y nos dé alegría.
(Traducción del italiano: Eduardo Rubió Torres y Griselda Mutual)
La Iglesia es un Pueblo que sirve a Dios y que vive de la libertad donada por Dios. El servicio a Dios se realiza en la oración, la adoración, el anuncio del evangelio y testimonio de la caridad. Y el icono de la Iglesia es el de la Virgen María que después del anuncio del ángel parte con prisa a servir a su prima anciana. El Papa dijo que de esto la Iglesia aprende a ser cada día sierva de Dios asistiendo rápidamente a los que tienen necesidad.
“Todos estamos llamados a vivir el servicio de la caridad en la realidad ordinaria, la caridad de todos los días. El testimonio de la caridad es la vía maestra de la evangelización” expresó.
El Obispo de Roma animó a todos a perseverar en este camino, sirviendo a Dios en el servicio a los hermanos y difundiendo por todas partes la cultura de la solidaridad. Tenemos tanta necesidad de esto frente a tantas necesidades materiales y espirituales, sobre todo frente a la plaga de la desocupación que necesita tanto esfuerzo y coraje de parte de todos.
Es necesario poner la dignidad de la persona humana al centro de toda prospectiva y de toda acción. Los otros intereses –aunque sean legítimos- son secundarios afirmó el Papa.
Por esto la Iglesia es el pueblo que experimenta la liberación del Señor y vive en esta libertad que él le dona –explicó Francisco. “La libertad, sobre todo, del pecado, del egoísmo en todas sus formas. “La libertad de entregarse y de hacerlo con alegría, como la Virgen de Nazaret, que es libre de sí misma, no se repliega sobre su condición, sino que piensa en aquel que en ese momento tiene más necesidad”.
Homilía completa de Papa Francisco en la Santa Misa en el Estadio de Campobasso:
“La Sabiduría, en cambio, libró de las fatigas a sus servidores”. (Sb 10,9).
La primera lectura nos recordó las características de la sabiduría divina, que libera del mal y la opresión a los que se ponen al servicio del Señor. De hecho, Él no es neutral, sino que con su sabiduría está del lado de las personas vulnerables, discriminadas y oprimidas que se abandonan confiadas a Él. Esta experiencia de Jacob y de José, narrada en el Antiguo Testamento, revela dos aspectos esenciales de la vida de la Iglesia: la Iglesia es un pueblo al servicio de Dios y es un pueblo que vive en la libertad donada por Él.
Ante todo, somos un pueblo que sirve a Dios. El servicio a Dios se realiza de diversas maneras, sobre todo en la oración y en la adoración, en el anuncio del Evangelio y en el testimonio de la caridad. Y siempre el icono de la Iglesia es la Virgen María, la “servidora del Señor” (Lc. 1,38; Cf 1,48). Inmediatamente después de recibir el anuncio del Ángel y de haber concebido a Jesús, María parte a toda prisa para ir a ayudar a su anciana prima Isabel. Y de este modo, muestra que la mejor forma de servir a Dios es servir a nuestros hermanos que tienen necesidad.
En la escuela de la Madre, la Iglesia aprende a ser cada día “servidora del Señor”, a estar lista para ir al encuentro de las situaciones de mayor necesidad, a prestar atención a los pequeños y excluidos. Pero al servicio de la caridad, todos estamos llamados a vivirlo en la realidad ordinaria, es decir, en la familia, en la parroquia, en el trabajo, con los vecinos... Es la caridad de todos los días, la caridad ordinaria.
El testimonio de la caridad es la vía maestra de la evangelización. En esto, la Iglesia siempre ha estado “a la vanguardia”, presencia materna y fraterna que comparte las dificultades y debilidades de las personas. De esta manera, la comunidad cristiana intenta inculcar en la sociedad aquel “suplemento de alma” que le permite ver más allá y tener esperanza.
Es aquello que también ustedes, queridos hermanos y hermanas de esta diócesis, están haciendo con generosidad, sostenidos por el celo pastoral de su Obispo. Los animo a todos, sacerdotes, personas consagradas y a los fieles laicos, a perseverar en este camino, sirviendo a Dios en el servicio a los demás y difundiendo por todas partes la cultura de la solidaridad.
Hay tanta necesidad de este compromiso, de cara a las situaciones de precariedad material y espiritual, especialmente frente a la desocupación, una plaga que requiere todo esfuerzo y mucho coraje por parte de todos.
El del trabajo es un desafío que interpela en modo particular la responsabilidad de las instituciones, del mundo empresarial y financiero. Es necesario poner la dignidad de la persona humana en el centro de toda perspectiva y de toda acción. Los otros intereses, aunque legítimos, son secundarios. ¡En el centro está la dignidad de la persona humana! ¿Por qué? Porque la persona humana es imagen de Dios, ha sido creada a imagen de Dios y todos nosotros somos imagen de Dios.
Así que la Iglesia es el pueblo que sirve al Señor. Por esto es el pueblo que experimenta su liberación y vive en esta libertad que Él le dona. ¡La verdadera libertad siempre la da el Señor! La libertad, ante todo, del pecado, del egoísmo en todas sus formas: la libertad de donarse y hacerlo con alegría, como la Virgen de Nazaret que es libre de sí misma: no se repliega sobre su estado - ¡y bien podría haber tenido el motivo! – sino que piensa en quien en aquel momento tiene más necesidad. Es libre en la libertad de Dios, que se logra en el amor. Y esta es la libertad que nos ha donado Dios, y nosotros no debemos perderla: la libertad de adorar a Dios, de servir a Dios y de servirlo también en nuestros hermanos.
Esta es la libertad que, con la gracia de Dios, experimentamos dentro de la comunidad cristiana, cuando nos ponemos al servicio los unos de los otros. Sin celos, sin tomar partido, sin habladurías.... Servirnos los unos a los otros. ¡Servirnos! Entonces el Señor nos libera de ambiciones y rivalidades que socavan la unidad de la Comunión. Nos libera de la desconfianza, de la tristeza - esta tristeza es peligrosa, porque nos tira abajo; ¡es peligrosa, estén atentos! Nos libera del miedo, del vacío interior, del aislamiento, del arrepentimiento, de los lamentos. También en nuestras comunidades, de hecho, no faltan actitudes negativas que vuelven a la gente autorreferencial, más preocupados en defenderse que en donarse. Pero Cristo nos libera de esta monotonía existencial, como proclamamos en el salmo responsorial: “Tú eres mi ayuda y mi liberación”. Por eso los discípulos, nosotros discípulos del Señor, aun permaneciendo débiles y pecadores, estamos llamados a vivir con alegría y valentía nuestra fe, la comunión con Dios y con los hermanos, la adoración a Dios, y a afrontar con fortaleza las fatigas y pruebas de la vida.
Queridos hermanos y hermanas, la Virgen Santa que veneran en particular con el título de “Madonna della Libera”, les consiga la alegría de servir al Señor y de caminar en la libertad que Él nos ha donado: en la libertad de la adoración, de la oración y del servicio a los demás. Que María los ayude a ser Iglesia materna, Iglesia acogedora y atenta a todos. Que ella esté siempre junto a ustedes, a sus enfermos, a sus ancianos que son la sabiduría del pueblo, a sus jóvenes. Para todo su pueblo sea un signo de consuelo y de esperanza cierta. Que la “Madonna della Libera” nos acompañe, nos ayude, nos consuele, nos dé paz y nos dé alegría.
(Traducción del italiano: Eduardo Rubió Torres y Griselda Mutual)
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