Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Con motivo de su dimisión

Francisco elogia a Benedicto XVI: «Ha seguido su conciencia; o sea, la voluntad de Dios»

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Papa Francsco
Papa Francsco
El papa Francisco elogió el domingo a su predecesor, Benedicto XVI, por la valentía de seguir su conciencia cuando decidió retirarse en febrero.

Benedicto XVI fue el primer pontífice en 600 años en renunciar a su cargo, allanando el camino para la elección de Francisco como papa dos semanas después.
Francisco dijo el domingo a peregrinos, turistas y romanos en la Plaza de San Pedro que a través de la oración, Dios hizo entender a Benedicto XVI el paso que tenía que tomar. Con ello, definió la postura de su papado sobre el tema y abrió una ventana para que él o futuros pontífices tomen una decisión similar.

Benedicto XVI, entonces de 85 años, explicó al anunciar su intención de dimitir que sentía que no tenía la fuerza mental ni física requerida para continuar como pontífice.

La inusual renuncia consternó a algunos tradicionalistas de la Iglesia Católica, pero Francisco elogió a Benedicto XVI por seguir su conciencia “con un gran sentido de visión y valor”.

“Tenemos que aprender a escuchar más a nuestra conciencia”, dijo Francisco, hablando desde una ventana del Palacio Apostólico a la multitud en la plaza de abajo.

Benedicto XVI, teólogo que ahora vive en un monasterio del Vaticano, ha dicho que quiere dedicar el resto de su vida a la oración y la meditación.

El cardenal alemán llevaba mucho tiempo en el Vaticano y ya era anciano cuando fue elegido en 2005 para suceder al papa Juan Pablo II.

Benedicto XVI trabajó en estrecha colaboración con Juan Pablo II, quien comenzó su largo papado en 1978 como un vigoroso hombre atlético de mediana edad, pero que más adelante en su vida se vio afectado por la enfermedad de Parkinson, que lo debilitó cada vez más en sus últimos años antes de morir.

A continuación, el texto completo del ángelus del Papa Francisco, del domingo 30 junio 2013:

El Evangelio de este domingo (Lc 9,51-62) muestra un pasaje muy importante en la vida de Cristo: el momento en que – como escribe san Lucas – «Jesús tomó la firme decisión de ponerse en camino hacia Jerusalén» (9,51). Jerusalén es la meta final, donde Jesús, en su última Pascua, debe morir y resucitar, y así llevar a cumplimiento su misión de salvación.

Desde aquel momento, luego de aquella “firme decisión”, Jesús apunta directamente hacia a la meta, y también a las personas que encuentra y que le piden seguirlo, dice claramente cuáles son las condiciones: no tener una morada fija; saberse despegar de los afectos humanos; no ceder a la nostalgia del pasado. Pero Jesús también les dice a sus discípulos, encargados de precederlo en el camino hacia Jerusalén para anunciar su paso, que no impongan nada: si no encontrarán disponibilidad a recibirlo, continúen, vayan adelante. Pero Jesús no impone jamás, Jesús es humilde, Jesús invita. Si tú quieres ven. Y la humildad de Jesús es así. Él nos invita siempre. No impone.

Todo esto nos hace pensar. Por ejemplo, nos dice la importancia que, también para Jesús, tuvo la conciencia: el escuchar en su corazón la voz del Padre y seguirla. Jesús, en su existencia terrenal, no estaba, por así decirlo, condicionado por un “control remoto”: era el Verbo encarnado, el Hijo de Dios hecho hombre, y a un cierto punto tomó la firme decisión de subir a Jerusalén por última vez; una decisión tomada en su conciencia, pero no solo: con el Padre, en plena unión con Él! Ha decidido en obediencia al Padre, en escucha profunda, intima de su voluntad. Y por esto la decisión era firme, porque fue tomada con el Padre. En el Padre Jesús encontraba la fuerza y la luz para su camino.

Y Jesús era libre. En aquella decisión era libre. Jesús a nosotros los cristianos nos quiere libres como Él. Con aquella libertad que viene de este diálogo con el Padre, de este diálogo con Dios. Jesús no quiere cristianos egoístas, que sigan el propio ‘yo’, que no hablan con Dios, ni cristianos débiles, cristianos que no tienen voluntad, cristianos a control remoto, incapaces de creatividad, que buscan siempre conectarse con la voluntad de otro, y no son libres. ¡Jesús nos quiere libres! Y ¿dónde se consigue esta libertad? En el diálogo con Dios en la propia conciencia. Si un cristiano no sabe hablar con Dios, no sabe escuchar a Dios en su propia conciencia no es libre, no es libre.

Por eso debemos aprender a escuchar más a nuestra conciencia. Pero ¡atención! Esto no significa seguir el propio yo, hacer aquello que me interesa, que me conviene, que me gusta… ¡No es esto! La conciencia es el espacio interior de la escucha de la verdad, del bien, de la escucha de Dios; es el lugar interior de mi relación con Él, que habla a mi corazón y me ayuda a discernir, a comprender el camino que debo recorrer, y una vez tomada la decisión, a ir adelante, a permanecer fiel.

Nosotros hemos tenido un ejemplo maravilloso de cómo es esta relación con Dios en la propia conciencia. Un reciente ejemplo maravilloso, el Papa Benedicto XVI nos ha dado este gran ejemplo. Cuando el Señor en la oración, le ha hecho comprender cuál era el paso que debía dar. Ha seguido, con gran sentido de discernimiento y valor, su conciencia, o sea la voluntad de Dios que hablaba a su corazón. Y este ejemplo de nuestro Padre nos hace mucho bien a todos nosotros, como un ejemplo que debemos seguir.

La Virgen, con gran simplicidad, escuchaba y meditaba en lo más íntimo de sí misma la Palabra de Dios y aquello que sucedía a Jesús. Siguió a su Hijo con íntima convicción, con firme esperanza. Que María nos ayude a convertirnos cada vez más en hombres y mujeres de conciencia – con conciencia libre, porque en la conciencia tiene lugar el diálogo con Dios – hombres y mujeres capaces de escuchar la voz de Dios y de seguirla con decisión.
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