Un colaborador cercano a Benedicto XVI
Cardenal Marc Ouellet: «Tengo que estar preparado, pero los hay mejores»
El primer Papa americano puede ser un canadiense sonriente y sereno, con cabeza europea y corazón latino.
El cardenal Marc Ouellet, de 68 años, impresiona por muchos motivos. Tiene algunos rasgos de Juan Pablo II y otros de Benedicto XVI sin llegar, naturalmente, a la altura de dos Papas excepcionales en la historia.
En estos momentos de pre-Cónclave, Ouellet es considerado «el mejor de los posibles» porque tiene todas las cualidades necesarias para ser Papa y puede ser aceptado por cardenales electores de preferencias muy variadas. Su personalidad es tan rica que tiene al menos dos o tres aspectos a gusto de cualquiera. El acoso mediático le obliga a ir en coche para que no le paren por la calle. Pero ha concedido una entrevista a la televisión de Canadá en la que revela su estado de ánimo: «Tengo que estar preparado, aunque probablemente hay otros mejores». Reconoce que «no puedo evitar pensar en la posibilidad: me hace rezar y me da miedo». Lo dice con la misma sinceridad con que afirmó hace dos años: «ser Papa es una pesadilla».
Familia humilde
Ouellet nació en 1944 en una familia humilde de la pequeña aldea de La Motte, donde todavía viven su madre y algunos de sus hermanos. Tiene 439 habitantes y es un lugar perdido al oeste de la provincia de Quebec, casi en el límite con la de Ontario.
Marc Ouellet descubrió su vocación sacerdotal y más adelante la Compañía de Sacerdotes de San Sulpicio que se dedica, entre otras tareas, a la dirección de seminarios. Y así termino como profesor de filosofía en el seminario mayor de Bogotá, donde pasó de bilingüe francés-inglés a trilingüe, añadiendo el español. Para ser mejor profesor se vino a Roma para licenciarse en Filosofía en la Pontificia Universidad Santo Tomas de Aquino. En 1974 enseñaba en el seminario de Manizales, Colombia, y a partir del 1976 en el de Montreal. Otra etapa en Roma a partir de 1983 le permitió lograr un doctorado en Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana, para volver a Colombia: primero al seminario mayor de Cali y después al de Manizales antes de pasar en 1988 al de Montreal y luego al de Edmonton. Su vida era enseñar a sacerdotes, y lo hacía tan bien que le llamaron a Roma como consultor de la Congregación del Clero y, después, catedrático de Teología Dogmática en la Pontificia Universidad Lateranense a partir de 1997.
Era un profesor perfecto, con cabeza teológica ratzingeriana y soltura en seis idiomas: francés, inglés, español, portugués, italiano y alemán. Pero la vida académica se terminó en 2001 cuando fue llamado como «número dos» del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos hasta que fue nombrado arzobispo de Quebec en 2002.
Juan Pablo II le hizo cardenal en 2003, poniéndole en peligro de volver a Roma, como sucedió en el 2010 cuando Benedicto XVI le llamó como ayudante en la tarea a la que ha dedicado más atención fuera de los reflectores: la selección de buenos obispo para las diócesis de todo el mundo.
El prefecto de los Obispos preside la Pontificia Comisión para América Latina, que se ocupa de los obispos de la zona donde viven casi la mitad de los católicos del mundo. Ayudado como «número dos» de la Comisión por su amigo el abogado uruguayo Guzmán Carriquiry, el laico con mayor responsabilidad en el Vaticano, Ouellet dedicó una atención muy especial a la América Latina que amaba desde sus años felices en Colombia. Y así organizó, el pasado mes de diciembre en Roma, un gran Congreso de la Iglesia de América Latina, que terminó con el lanzamiento del primer tuit del Papa a las 12 del día 12 del 12, fiesta de la Virgen de Guadalupe.
Como proviene de una familia numerosa y es hombre de gran corazón, a veces le saltan las lágrimas. Algunos dicen que esta emotividad le incapacita para ser Papa mientras que otros consideran urgente que un Papa sepa llorar con los que lloran.
Ouellet es sereno y sonriente, pero no es carismático. No tiene una personalidad de conquistador sino más bien de amigo afable, preocupado por cada persona. Lo está pasando mal. Sabe que corre peligro.
El cardenal Marc Ouellet, de 68 años, impresiona por muchos motivos. Tiene algunos rasgos de Juan Pablo II y otros de Benedicto XVI sin llegar, naturalmente, a la altura de dos Papas excepcionales en la historia.
En estos momentos de pre-Cónclave, Ouellet es considerado «el mejor de los posibles» porque tiene todas las cualidades necesarias para ser Papa y puede ser aceptado por cardenales electores de preferencias muy variadas. Su personalidad es tan rica que tiene al menos dos o tres aspectos a gusto de cualquiera. El acoso mediático le obliga a ir en coche para que no le paren por la calle. Pero ha concedido una entrevista a la televisión de Canadá en la que revela su estado de ánimo: «Tengo que estar preparado, aunque probablemente hay otros mejores». Reconoce que «no puedo evitar pensar en la posibilidad: me hace rezar y me da miedo». Lo dice con la misma sinceridad con que afirmó hace dos años: «ser Papa es una pesadilla».
Familia humilde
Ouellet nació en 1944 en una familia humilde de la pequeña aldea de La Motte, donde todavía viven su madre y algunos de sus hermanos. Tiene 439 habitantes y es un lugar perdido al oeste de la provincia de Quebec, casi en el límite con la de Ontario.
Marc Ouellet descubrió su vocación sacerdotal y más adelante la Compañía de Sacerdotes de San Sulpicio que se dedica, entre otras tareas, a la dirección de seminarios. Y así termino como profesor de filosofía en el seminario mayor de Bogotá, donde pasó de bilingüe francés-inglés a trilingüe, añadiendo el español. Para ser mejor profesor se vino a Roma para licenciarse en Filosofía en la Pontificia Universidad Santo Tomas de Aquino. En 1974 enseñaba en el seminario de Manizales, Colombia, y a partir del 1976 en el de Montreal. Otra etapa en Roma a partir de 1983 le permitió lograr un doctorado en Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana, para volver a Colombia: primero al seminario mayor de Cali y después al de Manizales antes de pasar en 1988 al de Montreal y luego al de Edmonton. Su vida era enseñar a sacerdotes, y lo hacía tan bien que le llamaron a Roma como consultor de la Congregación del Clero y, después, catedrático de Teología Dogmática en la Pontificia Universidad Lateranense a partir de 1997.
Era un profesor perfecto, con cabeza teológica ratzingeriana y soltura en seis idiomas: francés, inglés, español, portugués, italiano y alemán. Pero la vida académica se terminó en 2001 cuando fue llamado como «número dos» del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos hasta que fue nombrado arzobispo de Quebec en 2002.
Juan Pablo II le hizo cardenal en 2003, poniéndole en peligro de volver a Roma, como sucedió en el 2010 cuando Benedicto XVI le llamó como ayudante en la tarea a la que ha dedicado más atención fuera de los reflectores: la selección de buenos obispo para las diócesis de todo el mundo.
El prefecto de los Obispos preside la Pontificia Comisión para América Latina, que se ocupa de los obispos de la zona donde viven casi la mitad de los católicos del mundo. Ayudado como «número dos» de la Comisión por su amigo el abogado uruguayo Guzmán Carriquiry, el laico con mayor responsabilidad en el Vaticano, Ouellet dedicó una atención muy especial a la América Latina que amaba desde sus años felices en Colombia. Y así organizó, el pasado mes de diciembre en Roma, un gran Congreso de la Iglesia de América Latina, que terminó con el lanzamiento del primer tuit del Papa a las 12 del día 12 del 12, fiesta de la Virgen de Guadalupe.
Como proviene de una familia numerosa y es hombre de gran corazón, a veces le saltan las lágrimas. Algunos dicen que esta emotividad le incapacita para ser Papa mientras que otros consideran urgente que un Papa sepa llorar con los que lloran.
Ouellet es sereno y sonriente, pero no es carismático. No tiene una personalidad de conquistador sino más bien de amigo afable, preocupado por cada persona. Lo está pasando mal. Sabe que corre peligro.
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