Torturado, encarcelado y cesado, rezó el padrenuestro ante cientos de miles de personas
Václav Malý, el sacerdote que se enfrentó -y venció- al partido comunista más poderoso de Europa
Fin de la Segunda Guerra Mundial. Desde que el Ejército Rojo entró en Praga y hasta 1946, el presidente checoslovaco Edvard Beneš deportó en represalia a toda la población de origen alemán. Ningún país europeo tenía tanta presencia germánica como Checoslovaquia.
Las deportaciones causaron una profunda enemistad. Desde entonces, un férreo régimen soviético impregnó la vida pública y privada de checos y eslovacos, y la Iglesia católica no fue una excepción. Arrestado en cientos de ocasiones, encarcelado y torturado, un sacerdote, Václav Malý, luchó incansablemente por defender la Iglesia, la libertad y la reconciliación. En reconocimiento a su labor, Alemania acaba de condecorarle con la Cruz Federal al Mérito.
Nacido entre dictaduras, conspiraciones y revolución: la primavera de Praga
Václav Malý nació el 21 de septiembre de 1950, en Praga. El mismo año de su nacimiento, la diputada y carismática Milada Horáková fue acusada aleatoriamente por el gobierno como cabeza de una presunta conspiración. El proceso judicial fue un auténtico teatro que se saldó con su condena a muerte el 27 de junio. Desde entonces, aquella fecha conmemora a las víctimas del régimen comunista.
Durante los años sesenta, la sociedad checoslovaca clamaba por el aperturismo del régimen. En 1968, el nuevo líder del partido, Alexander Dubcek, estableció la libertad de expresión y se concedió la amnistía a numerosos disidentes y presos políticos.
Aquel aperturismo no fue bien interpretado desde Moscú, especialmente tras la firma del Pacto de Varsovia, que se suponía garante de la unificación y colaboración mutua en el bloque soviético. La noche del 20 al 21 de agosto de 1968, 170.000 soldados y 4.600 tanques del Pacto de Varsovia –procedentes de la URSS, Bulgaria, Polonia, Alemania Oriental y Hungría- invadieron Checoslovaquia. El país cayó en pocas horas.
Uno de los tanques del Pacto de Varsovia, durante la intervención de Checoslovaquia para frenar la primavera de Praga.
La Primavera de Praga había concluido, y el comunismo ortodoxo ocupó de nuevo las más altas instancias de poder en Checoslovaquia. Mientras, Malý comenzaba sus estudios en la Facultad de San Cirilo y Metodio en Litomerice. Tras una precoz vocación, fue ordenado sacerdote en 1976.
El objetivo del régimen, la aniquilación de la Iglesia
A partir de ese momento, el sacerdote fue verdaderamente consciente de los objetivos del régimen: “Destruir a la Iglesia y extraer la conciencia cristiana de la mente de las personas. La Iglesia fue sistemática e incesantemente perseguida en mi país”, contó a Radio Praga Internacional.
El bienestar de los ciudadanos era la última de las preocupaciones gubernamentales y los derechos sociales, una ilusión. Miles de personas perdían sus empleos por sus convicciones, la práctica religiosa era limitada cuando no perseguida y en caso de conflicto entre gobernantes y ciudadanos, estos últimos no tenían posibilidad de defensa alguna.
El 1 de enero de 1977, un carismático opositor, Vaclav Havel, redactó y publicó la Carta 77, toda una declaración de intenciones frente al régimen solicitando la apertura. Malý fue uno de los primeros en firmarla.
Aquella suscripción dio comienzo en el sacerdote a una intensa oposición al régimen desde su postura religiosa e intelectual, lo que le valió la suspensión oficial de su permiso para ejercer como sacerdote y el arresto por “subversión frente a la república”.
El sacerdote había osado enfrentarse al Partido Comunista Checoslovaco, el más fuerte de Europa.
Pese a que la resistencia fue pacífica, en la primera jornada de la invasión de Checoslovaquia murieron 50 personas, 15 de los cuales fueron abatidos delante de la sede de Radio Praga.
Aquellos años, a muchos sacerdotes les prohibieron ejercer su ministerio públicamente. “Yo fui uno de ellos” afirma. “Estaba prácticamente prohibida la enseñanza de la religión, y los padres que enviaban a sus hijos a efectuar esos estudios debían saber que serían objeto de calumnias y de represión en el trabajo”.
Como ya recogió Religión en Libertad, según el historiador y disidente católico Radomir Maly "casi la mitad de los curas y religiosos se encontraron en prisiones y campos de trabajo". En la primera fase de persecución mataron a unos 65 clerigos y religiosos, entre checos y eslovacos. Más de 6.000 clérigos pasarían al menos 5 años en prisiones y campos de trabajo. En Eslovaquia la persecución fue aún más dura contra los católicos de rito oriental, cuya actividad quedó directamente prohibida y sus posesiones confiscadas.
Arrestado con asesinos y torturado, conoció "el pan que alimenta a los cristianos"
Incansable, Malý descendió a la clandestinidad religiosa. Fue arrestado más de doscientas veces, durante meses compartió celda con asesinos e incluso fue torturado.
“La represión era sumamente desagradable, aunque nos unía más y nos concentrábamos en lo importante. Tuvimos que darnos cuenta de cuál es el pan que alimenta a los cristianos, y de qué era lo fundamental para nosotros y para la existencia de la Iglesia”, rememora el Malý.
“Había represión, momentos muy duros y limitaciones en todo orden de cosas. Estábamos aislados de la Iglesia a nivel internacional. Aquellos para quienes la fe era una mera tradición, se quedaron en el camino”. Tan solo permanecieron unidos aquellos que realmente sabían en lo que creían.
Lejos de amedrentarse, el sacerdote sentó filas junto a Havel, de quien fue portavoz desde 1989, mientras constituía un órgano de expresión católico desde la clandestinidad.
Un padrenuestro para enardecer a los anticomunistas
A finales de año, con el gobierno comunista desgastado por la oposición, cientos de miles de checoslovacos tomaron las calles exigiendo la convocatoria de elecciones libres, mientras los autores de la Carta 77 constituían el primer partido político opositor, el Foro Cívico.
Había estallado la Revolución de Terciopelo, y Malý fue uno de sus actores más destacados. Especialmente en la manifestación de la Planicie de Letná, en Praga, en la que más de más de 800.000 personas pedían la dimisión del gobierno comunista y la convocatoria de elecciones.
Manifestación de la plaza de Letná, el 26 de noviembre de 1989, con la intervención del sacerdote Václav Malý.
“Fue una clara señal de que las personas querían un cambio. Ya no se trataba de unos cuantos miles de valientes, sino que se trataba de una inmensa masa de personas”, recuerda Malý.
En una ocasión, frente a cerca de un millón de personas, el sacerdote intervino para rezar el Padre Nuestro por la reconciliación con sus vecinos alemanes y por el futuro del país.
El alzamiento de los católicos ante la tiranía
Malý era consciente de que la gente presentía que el régimen se estaba debilitando, y además de escuchar y seguir a los oradores, no vacilaban en expresar sus inquietudes y su desacuerdo. “Los católicos alzaron la frente y comenzaron a manifestar su descontento por la política del régimen comunista hacia la Iglesia”.
“Nadie recurrió a las malas palabras, a pesar de que algunos momentos fueron bastante tensos. Sudé al tratar de mantener a esa masa de personas en calma”, explica Malý.
El 29 de diciembre de 1989, concluía la Revolución de Terciopelo. Habían logrado la claudicación del gobierno comunista, que reconoció la supresión del artículo legal que le concedía el monopolio político.
En junio de 1990, Foro Cívico obtuvo la victoria en las primeras elecciones libres.
La tarea pendiente tras la victoria: la reconciliación
Tras el triunfo de la Revolución y la caída del Muro de Berlín, Malý solicitó al gobierno la apertura de conversaciones con los alemanes de los sudetes y desde entonces, luchó activamente por la reconciliación entre los alemanes desplazados en 1946 y sus compatriotas checoslovacos.
El mismo año de la victoria de Foro Cívico, el sacerdote fue destinado a la parroquia de San Gabriel en Praga-Smichov, y los cinco años siguientes permaneció en la de San Antonio en Praga.
En 1996 fue nombrado obispo auxiliar de Praga, y desde entonces continúa transmitiendo activamente, como en los años del telón de acero, la primacía de los derechos de la Iglesia sobre toda ideología.