¿Quién nos está persiguiendo?
Tenemos prisa, alguien nos persigue y nos azuza para que corramos más, pisemos el acelerador sin mirar el paisaje y sólo centremos la mirada en pequeña televisión que tengo junto al volante.
por José F. Vaquero
En los últimos meses se ha multiplicado la oferta cinematográfica en la televisión, ese “mueble” que está ganando en importancia a cualquier otro elemento, mobiliario o inmobiliario. Abundan los canales televisivos, sobre todo con la llegada de la TDT. Pero como las cadenas se reproducen más rápido que las películas, y nunca se agotan de devorar a éstas, nos podemos encontrar películas de hace pocos meses junto a otras grabadas hace 40, 50 ó 60 años. Y todas ellas, emitidas una y otra vez
En este batiburrillo cinematográfico, el juicio más inmediato ante películas antiguas, las clásicas del oeste por ejemplo, se resume en una palabra: “lenta”. ¿Puede ser lenta una película? ¿Puede ser lenta la acción de varios días, meses, o años, reducida a un centenar de minutos? Sí, el desarrollo de la acción puede ir paso a paso, despacio, saboreando cada palabra, cada acción, cada mirada. Pero este juicio es también un reflejo de la velocidad a la que nos vemos sometidos.
Me he puesto a hojear los periódicos de hace pocos días, y parece que han pasado mese, incluso años. Las noticias que ayer inundaron de tinta la prensa, incluso los titulares, hoy están pasadas de moda, y mañana formarán parte de un pasado, para muchos lejano e indiferente. Tenemos prisa, alguien nos persigue y nos azuza para que corramos más, pisemos el acelerador sin mirar el paisaje y sólo centremos la mirada en pequeña televisión que tengo junto al volante.
El niño pequeño que hay en mí me recuerda al Principito, ese niño que no quería crecer. Al constatar lo extraños que somos los habitantes de este planeta, su admiración llegó al cenit cuando se encontró con el guardavías. Preocupado únicamente de mover las agujas de los railes para el tren, contempla vagones llenos de personas que van y vienen. ¿De dónde vienen? ¿Adónde van? Da lo mismo; van, y van, rápido, llevados, por no decir acarreados, de aquí para allá. Estos guardavías hoy podrían ser los guardas de seguridad del metro o el aeropuerto, o los policías que dirigen el tráfico atascado cada mañana, o los ancianos que contemplan tranquilamente el trajín de la gente, sentados en un parque.
Se preguntan, sobre todo estos últimos: ¿De dónde vienen? ¿Adónde van? Y cada uno nos deberíamos hacer esa pregunta. Vamos, venimos, hacemos y deshacemos cosas, quizás demasiadas, pero ¿hacia dónde vamos? O quizás hacemos tantas cosas para no interrogarnos sobre esta cuestión, la principal de nuestra vida. De repente, se nos rompe una pierna, nos encuentran una enfermedad que obliga al reposo, nos vemos condenados a contemplar la vida, sin hacer casi nada, y afloran estas preguntas existenciales, estos momentos de crisis y acrisolamiento.
La vida nos parece lenta, como esas películas del oeste, de hace 40 ó 50 años. Pero es que hace 4 o 5 décadas, la vida era así, cabalgaba tranquilamente a lomos de un sencillo asno, sin mayor preocupación que caminar el día de hoy, hacer felices a quienes viven en el pueblo (todos conocidos, por supuesto), charlar con el panadero, el lechero, el ganadero, y disfrutar una puesta de sol en familia.
La vida hoy va muy rápido, yo diría que demasiado. Y sería utópico añorar la tranquila lentitud del pasado. Pero sí conviene pararnos a pensar ese ritmo veloz deja algo en nuestro corazón, si esa prisa por hacer muchas cosas no nos lleva a masticar mucha comida sin comer nada, a ver muchas cosas sin contemplar nada, a experimentar miles de vivencias sin saborear ninguna.
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