¿Negociación o diálogo?
por José F. Vaquero
En muchos momentos de la vida social y política oímos hablar, casi indistintamente, de ambas realidades, diálogo y negociación: diálogo entre políticos de distintos partidos, negociaciones de políticos y sindicatos, encuentros para negociar una estrategia común, exigencia de dialogar en foros internacionales… Si usamos distintas palabras no creo que sea únicamente para no repetir cansinamente un mismo término, sino también porque cada palabra tiene un matiz, un significado específico. No se trata únicamente de un malabarismo nominalista de los filósofos y filólogos, sino de una búsqueda de crecer en la comprensión que nos rodea. El hombre tiene palabras, lenguaje, y es una de principales manifestaciones de su humanidad y racionalidad.
Para dialogar primero necesitamos tener un “logos”, un pensamiento, una serie de ideas y términos relacionados entre sí. Puede ser un pensamiento sencillo (qué divertido es este juego) o muy elaborado (una tesis doctoral); ambos expresan un logos. Este pensamiento siempre es creativo, contiene una cierta novedad e impredecibilidad de cara al futuro. Pensar no es únicamente calcular posibilidades, como realiza el software de un programa de inteligencia artificial: programas ciertos cálculos, y según la situación que le presentas al robot, calcula las distintas posibilidades y sigue el camino con mejores resultados, siempre según sus cálculos. El pensar humano va más allá del frío cálculo de posibilidades, e incluso puede, gracias a su voluntad, elegir en desacuerdo al cálculo frío de beneficios.
Además de creativo, este pensamiento será crítico, capaz de cribar o filtrar sus resultados según un criterio último de verdad. Y esta verdad se encuentra tanto en sus contenidos como en su argumentación o desarrollo. Si yo llamo “rueda” a una cosa circular, colocada en las partes inferiores de un carro, mi pensamiento es verdadero en su contenido. Si a eso mismo le doy el nombre de triángulo, mi pensamiento hace aguas, a menos que se trate de un carro muy particular, y en el que probablemente no podré llevar nada de un lugar a otro. Si afirmo que dos más dos son cinco, el contenido del primer sumando y el del segundo probablemente sean ciertos: tengo ante mí dos cabezas y dos alas, pero el resultado, la argumentación, el paso de una afirmación a la siguiente, es falso, no tiene verdad.
Dialogar es navegar entre varios pensamientos. Simplificando el esquema, es navegar entre mi logos y el logos de la persona que dialoga conmigo. Ese estar en el mar, no exento de olas, tiene una brújula que a ambos nos debe guiar: la búsqueda de la verdad. Esa búsqueda no significa respetar sin más la opinión del otro. A lo mejor apunta hacia el Sur, cuando la brújula indica el Norte. El respeto debe concederse, aunque a veces se nos olvide, a la persona con la que dialogamos. Pero respetar a la persona que opina no significa respetar acríticamente las opiniones de esa persona. La dignidad de toda persona que opina no se traslada acríticamente a la dignidad de todas las opiniones de todas las personas.
Lo saben bien los padres y profesores, que siempre deben respetar a sus educandos, pero a la vez, por la misma exigencia de su amor hacia ellos, deben analizar y criticar, en un sentido positivo, sus ideas. Un buen profesor no puede respetar la opinión de que Dublín sea la capital de México. Es deber suyo corregir esa opinión y persuadir al alumno para que acepte que en este punto está equivocado.
Volviendo al tema inicial, ¿qué es lo específico de la negociación, que le hace algo distinto del diálogo? Negociar es evaluar los pros y los contras de una decisión, en base a mi criterio personal, o al que otros me han asignado. No se trata de un navegar juntos entre dos opiniones, la mía y la ajena, buscando la verdad, sino de conseguir el máximo de bien que yo considero fin para mí. Por ello son tan difíciles las negociaciones, pues no estamos navegando juntos, guiados por una brújula, sino que estamos luchando el uno contra el otro. ¿Dónde está la verdad en la negociación? En mi máximo bien personal, justificable o no, adecuado a la verdad o no.
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