Confianza en tiempos de crisis
La existencia humana no es una tienda de campaña, que se cimienta en cuatro clavos y unos cuantos ganchos. Es un gran edificio que necesita, como cualquier gran construcción, unos grandes cimientos.
por José F. Vaquero
Con la situación económica, y por ende política, que atraviesa nuestra querida España, se están poniendo de moda dos términos económicos: ahorro (o recortes) y confianza. En los últimos días esta primera palabrita ha justificado cambiar de modo significativo los Presupuestos Generales, la viabilidad de las Administraciones Locales, y a un nivel más cercano el sueldo de funcionarios y pensionistas. Está de moda ahorrar, recortar para salir de esta crisis que, «de repente» ha cambiado radicalmente la situación del país. ¿Ha cambiado tan de repente la situación de España, o más bien estamos ante la crónica de una muerte anunciada?
Debemos ahorrar. En la economía doméstica este ahorro consiste en suprimir lo superfluo, aquello de lo que se puede prescindir sin demasiado problema. Pero aquí llegamos a la primera piedra de choque, y más que piedra, un gran pedrusco. ¿Qué es lo superfluo? Para nuestros vecinos ingleses lo superfluo es que haya abundancia de coches oficiales, y más funcionarios de los necesarios, y de los que trabajan. Para Castilla La Mancha lo superfluo parece ser varias consejerías – fantasma, que se pueden suprimir sin bajar la calidad del servicio a los ciudadanos. Aunque no falta algún alcalde para el que no es superfluo, sino imprescindible, contratar un nuevo grupito de asesores con un coste de 260.000 euros. ¿Y para nuestro gobierno? Lo superfluo parece ser muy relativo.
Dejo la pregunta en el aire, para que la respondan los economistas, y me fijo en la palabra positiva, confianza; ante la crítica situación del país hay que «generar confianza». Se insiste en esta expresión, una especie de panacea económica. Sin embargo, la confianza no surge de la nada. Es un edificio que necesita unos cimientos, unas bases donde apoyarse. Y si cimentamos sobre terreno pantanoso, toda la construcción corre serio peligro. La confianza, a juzgar por los últimos resultados de la bolsa, parece que brilla por su ausencia. Tal vez, más que problema de confiar o no confiar, estamos ante un asunto más profundo: ¿en qué confiar? Y sobre todo, ¿por qué confiar?
Y casi sin darnos cuenta, hemos pasado de lo epidérmico del hombre a su interior, del prescindir o no de un coche oficial a las convicciones que animan, o desaniman, su existencia diaria. El ser humano, este ser insaciable con el que convivimos cada día, no se satisface con cualquier cosa; es más, nunca se satisface plenamente con cosas. Su existencia no es una tienda de campaña, que se cimienta en cuatro clavos y unos cuantos ganchos. Es un gran edificio que necesita, como cualquier gran construcción, unos grandes cimientos.
El corazón del hombre no se satisface con una ayuda de 400 euros, aunque cualquier ayuda siempre será bienvenida. Se satisface con unas actuaciones enfocadas hacia el centro de su ser, hacia lo propio y específico de su naturaleza: la razón y el corazón. No pretendo negar la importancia de lo material, la preocupación inminente de los más de cuatro millones y medio de parados que engrosan día tras día las listas del INEM. Pretendo recalcar que el hombre es algo más que dinero, es relación con sus semejantes, donación, amar y sentirse amado. Sólo sobre esa base es posible seguir confiando, creyendo en el hombre, en nosotros mismos, en nuestros semejantes, y sobre todo en el Hombre por antonomasia, Jesucristo.
A Dios rogando y con el mazo dando, decían nuestros antepasados. En Dios confiando (he ahí la confianza espiritual, teologal), y en los hombres aportando y buscando razones para confiar.
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