Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El cardenal Stepinac: un pastor que no hizo descuentos sobre la verdad


por Germán Masserdotti

Opinión

“El cardenal arzobispo de Zagreb, una de las figuras más destacadas de la Iglesia católica, después de sufrir en su cuerpo y en su espíritu las atrocidades del sistema comunista, ahora es entregado a la memoria de sus compatriotas con las brillantes insignias del martirio”, afirmó San Juan Pablo II el 3 de octubre de 1998 en la homilía en la que beatificó a Alojzije Stepinac.

El mártir

Nacido en Kraśić el 8 de mayo de 1898, el cardenal “fue proclamado beato mártir ex aerumis carceris, es decir, en base a los sufrimientos que soportó en la cárcel, señala Carmen Verlichak en El Cardenal Stepinac. El coraje de la fidelidad (Buenos Aires, Krivodol Press, 2013). Entre estos sufrimientos hay que enumerar la persecución sistemática, el proceso impostado e injusto, así como la humillación a que fue sometido en todo momento que influyeron en su ánimo. Además del ataque directo a su salud, hay que nombrar también el aislamiento y la exacción de su correspondencia”.

“Su martirio indica el culmen de las violencias cometidas contra la Iglesia durante el terrible periodo de la persecución comunista –aseveró Benedicto XVI en el discurso del 5 de junio de 2011 ante su tumba–. Los católicos croatas, y el clero en particular, fueron objeto de vejaciones y abusos sistemáticos, que pretendían destruir la Iglesia católica, comenzando por su más alta autoridad local. Aquel tiempo especialmente duro se caracterizó por una generación de obispos, sacerdotes y religiosos dispuestos a morir por no traicionar a Cristo, a la Iglesia y al Papa. La gente ha visto que los sacerdotes nunca han perdido la fe, la esperanza, la caridad, y así han permanecido siempre unidos. Esta unidad explica lo que humanamente es incomprensible: que un régimen tan duro no haya podido doblegar a la Iglesia”.

Uno de los mayores males de nuestro tiempo es la mediocridad en las cuestiones de fe. No nos hagamos ilusiones… O somos católicos o no lo somos. Si lo somos, es preciso que se manifieste en todos los campos de nuestra vida”, predicó el Beato Stepinac en la homilía en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo del 29 junio 1943.

Una vez detenido en el arzobispado de Zagreb el 18 de septiembre de 1946 por el gobierno comunista de Tito, acusado de haber colaborado con el gobierno de Ante Pavelić y con el nacionalsocialismo, fue encarcelado el 19 de octubre en Lepoglava en un convento paulino que el nuevo régimen había convertido en prisión. El arzobispo de Zagreb había apoyado la independencia de Croacia el 10 de abril de 1941. Sin embargo, no mantuvo una “relación idílica” con el gobierno de Ante Pavelić. El cardenal “no aprobó los métodos ni las sumisiones de ese gobierno a las exigencias nazis. Y lo hizo saber de todas las maneras posibles”.

El cardenal Stepinac (a la izquierda) mantuvo con Ante Pavelić (en el centro de la imagen), quien dirigió los destinos de Croacia entre 1941 y 1945, las relaciones propias de su cargo como arzobispo de Zagreb.

Verlichak destaca que el beato “estableció muy bien la diferencia entre el deseo de una patria independiente, que el gobierno de Ante Pavelić proclamó, y los actos que se llevaron a cabo durante ese tiempo”. Además, el arzobispo “representó una carga cada vez mayor a los objetivos de las autoridades políticas, quienes de la incomodidad pasaron a la irritación. Los documentos muestran muchos ejemplos sobre Stepinac intercediendo en favor de los prisioneros en campos de concentración y defendiendo a los habitantes oprimidos bajo la ocupación italiana, al igual que a los habitantes de Međimurje que sufrían bajo la bota húngara”, observa.

“¿Qué sistema apoya la Iglesia católica hoy, mientras todo el mundo está luchando por un nuevo orden mundial? –predicó el beato Stepinac–... La Iglesia apoya un sistema que tiene tantos años como los Diez Mandamientos de Dios. Estamos a favor de un sistema que no ha sido escrito sobre tablas corruptibles, sino con el dedo del Dios vivo en las conciencias de los hombres”.

Un momento del simulacro de juicio del régimen comunista de Tito contra el cardenal Stepinac.

Durante el juicio del 3 de octubre de 1946, ejercer la defensa fue el momento oportuno para decir con claridad qué estaba sucediendo con el pueblo croata. A los comunistas les espetó: “Les digo que no fui una persona grata ni a los alemanes ni a los ustashas y no fui ustasha ni presté juramento a los ustashas, como sí lo hicieron vuestros funcionarios aquí presentes”. Y más adelante, pasando revista a la persecución religiosa desatada por el gobierno a cargo de Tito, les dijo en la cara: “Ustedes y los nazis son como dos hermanos, lo único que los diferencia es el color”. Fue condenado el 11 de octubre de 1946 a dieciséis años de trabajos forzados, más la anulación de sus derechos políticos y ciudadanos durante cinco años. Después de cinco años de cárcel en Lepoglava, fue trasladado a Krašič el 5 de diciembre de 1951. “Este hecho de transferirlo a su lugar de nacimiento para cumplir prisión domiciliaria luego de cinco años de detención se tomó como un movimiento de conciliación hacia la Iglesia y hacia el mundo no comunista. Sin embargo, la razón de este cambio fue muy otra, según se supo después”, sostiene Verlichak. Lo que buscaban las autoridades comunistas era envenenarlo, como efectivamente se hizo. Falleció el 10 de febrero de 1960.

El viernes 22 de julio de 2016 el Tribunal de Zagreb declaró nulo el proceso y, en consecuencia, la condena que había recibido el Beato Stepinac.

El Beato Stepinac, los judíos y los serbios

“Cada nación y cada raza tiene derecho a una vida humana digna. Por eso, la Iglesia católica siempre ha juzgado, y aún hoy juzga la injusticia y la violencia que se comete en nombre de teorías de clase, de raza y de nacionalidad. La Iglesia faltaría a su tarea si no levantara su voz en defensa de todos aquellos que sufren por las injusticias cometidas”, predicó el Beato Stepinac.

“El 26 de mayo de 1943 Stepinac viajó a Roma con varias carpetas de documentos que daban cuenta de los crímenes cometidos por los nazis, los fascistas, los ustashas, los chetniks y los partisanos. Y, por supuesto, no quiso mandar a ningún emisario a un misión tan peligrosa”, comenta Verlichak.

En el famoso sermón del 31 de octubre de 1943 afirmó que “la Iglesia proclamó siempre que no hay raza superior ni otra inferior. La Iglesia católica sólo conoce a razas y pueblos como criaturas de Dios, y a quien más aprecia es a aquel que tiene buen corazón y no el puño más fuerte. El sistema de fusilar a cientos de rehenes sin juicio alguno, por crímenes no comprobados, es un sistema pagano que nunca trajo buenos frutos”.

“Con sólidas bases se calcula que Stepinac salvó la vida de varios centenares durante la Segunda Guerra sea por su acción directa sea por la colaboración de sus sacerdotes –añade Verlichak–. La documentación al respecto es inmensa y sólo una intención perversa pudo llevarlo al juicio que decidió su martirio”.

Del mismo modo que defendió a otros grupos observados por el gobierno, “el 22 de mayo de 1941 Stepinac protestó contra la orden de que todos los judíos llevaran obligatoriamente el signo de la raza. En la carta enviada al ministro del Interior le dice que «es una cuestión muy seria el que se arrebate toda posibilidad de existencia a los que son de otra raza o nacionalidad y que sobre ellos se ponga un sello de vergüenza»”.

Hijo de la Iglesia y de Croacia

“En la persona del nuevo beato se sintetiza, por así decir, toda la tragedia que ha afectado a las poblaciones croatas y a Europa durante este siglo marcado por tres grandes males: el fascismo, el nazismo y el comunismo –sostuvo San Juan Pablo II–. Ahora se encuentra en el gozo del cielo, rodeado por todos los que, como él, han combatido el buen combate, templando su fe en el crisol del sufrimiento. Hoy lo contemplamos con confianza, invocando su intercesión”.

“Es importante remarcar que Stepinac pudo eludir su cruz con un simple gesto y una sola firma, pero si hubiera hecho eso, no tendríamos a Stepinac; no tendríamos el ejemplo del perdón cristiano, al paciente peregrino por el camino del dolor, al siempre esperanzado, a la voz que tronó al decir la verdad, al soporte de los débiles y humillados y al incansable compañero de los desesperados. Y quizá no habría Iglesia católica entre los croatas”, destaca Verlichak.

El arzobispo de Zagreb “vivió su tiempo y todas sus circunstancias completamente entregado a Dios, entusiasmado con Jesucristo y su Evangelio, enamorado de la Iglesia de Dios, completamente entregado al cuidado de la dignidad del ser humano, decidido a defender los derechos de los hombres, de cada pueblo y de cada etnia. Defendió la libertad de la Iglesia y de su unidad, fue siempre valiente protector de los perseguidos y de los privados de sus derechos en cualquier sistema político y luchó contra todos los totalitarismos e ideologías ateas”, afirmó el cardenal Franjo Kuharić, su sucesor en el arzobispado entre 1970 y 1997.

Un vivo retrato del Beato Stepinac es el que proporciona Benedicto XVI al afirmar que él fue “valeroso Pastor, ejemplo de celo apostólico y firmeza cristiana, cuya vida heroica ilumina también hoy a los fieles de las diócesis croatas, sosteniendo así la fe y la vida eclesial. Los méritos de este inolvidable obispo derivan esencialmente de su fe: él tuvo en su vida la mirada fija siempre en Jesús, y siempre se configuró con Él, hasta el punto de convertirse en una viva imagen de Cristo, también en sus padecimientos. Precisamente por su firme conciencia cristiana, supo resistir a todo totalitarismo, haciéndose defensor de los judíos, los ortodoxos y todos los perseguidos en el tiempo de la dictadura nazi y fascista, y después, en el período del comunismo, «abogado» de sus fieles, especialmente de tantos sacerdotes perseguidos y asesinados. Sí, llegó a ser «abogado» de Dios en esta tierra, pues defendió tenazmente la verdad y el derecho del hombre a vivir con Dios”.

Como afirmó San Juan Pablo II, el Beato Stepinac “sabía muy bien que no se pueden hacer descuentos sobre la verdad, porque la verdad no es mercancía de cambio. Por eso, afrontó el sufrimiento antes que traicionar su conciencia y faltar a la palabra dada a Cristo y a la Iglesia”.

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