La fenomenología del beso
por José F. Vaquero
En nuestra cultura, y en la mayoría de las culturas, identificamos el beso con una relación especial entre dos personas. Pueden ser novio y novia, marido y mujer, dos familiares, padre e hijo, dos amigas… Generalmente entre amigos varones no suele haber un beso, pero estos comentarios pueden aplicarse al apretón de manos, o al abrazo entre dos viejos amigos, que se encuentran después de un largo tiempo.
No se trata sólo de un gesto físico, dos caras que se aproximan hasta tocarse. Vemos este gesto en las películas, quizás con demasiada frecuencia, y entre los actores únicamente existe una relación profesional. Pero tampoco se trata de un gesto puramente espiritual, un “yo te quiero mucho”, como idea abstracta en mi mente. Puede haber muchos besos de la novia hacia el novio, pero el novio espera una comunión de corazones. Y viceversa, el novio puede repetir sus grandes ideas del amor a la novia, pero la novia anhela los gestos físicos que muestren ese amor. Queremos sentir que ese amor tiene una traducción física, material, que percibimos con nuestros sentidos. Ya el refranero castellano nos recuerda aquello de “obras son amores y no buenas razones”.
¿Qué hay detrás de este gesto? Todos respondemos, de modo primario: amor. Cierto, pero es un “amor humano”, un gesto sensible, físico, pero que va más allá de la pura relación físico-química entre dos cuerpos. Es un signo que tiene un contenido espiritual, trascendente, que no se puede analizar a la luz de un microscopio, ni siquiera del más potente. Es un gesto que refleja al hombre material y espiritual, cuerpo y alma, o en términos filosóficos, a un espíritu encarnado. Y las dos alas que esconde este gesto son necesarias para poder volar como personas, crecer en nuestra relación.
La fenomenología del beso, en el fondo, nos muestra como es el amor humano, y por excelencia el amor matrimonial. Debe tener un componente material, sensible, de gestos concretos hacia la otra persona, pero a la vez debe contener un significado trascendente, espiritual. Debe hacer realidad la bella definición de amor, “querer el bien para el otro”, en concreto, aquí y ahora.
Y esta doble cara del beso y del amor se muestra también en la doble cara de la sexualidad. No significa que haya una cara falsa y otra verdadera, sino la doble cara que compone una moneda, la cara y la cruz, que son dos caras pero inseparables e indivisibles entre sí. La sexualidad, como faceta humana, contiene esta misma característica corporal y espiritual, material y trascendente. No se trata sólo de un contacto físico-químico entre dos cuerpos, aunque también. Ni de la relación afectiva, cordial, entre dos almas y dos voluntades, que también. Se trata de una relación humana, que tiene ambos componentes, y que deja que ambos componentes se realicen plenamente.
Desde esta perspectiva se entiende mejor el significado integral de la sexualidad, del que también habla la Iglesia católica. Ambos componentes, cuerpo y alma, constituyen el sujeto capaz de contraer matrimonio, y de formar una familia. Y los nuevos sujetos que se generan en el seno de esa familia tendrán que ser cuidados en su doble vertiente, un cuidado físico de su vida (alimento, vestido, salud…) y un cuidado espiritual, trascendente (cariño, amor, educación). Si olvidamos la parte física, real desde el primer instante de la concepción, justificamos la eliminación de un ser inocente y vulnerable. Si olvidamos la parte espiritual, moral, hacemos del hijo una mascota, comparable al perrito del que nos cansamos cuando nos causa “mucho trabajo”.
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