Sobre-endeudamiento
Una característica de nuestra sociedad de consumo es el endeudamiento de muchas personas de manera desproporcionada a sus ingresos. Habitualmente comienzan con un crédito para comprar una o dos cosas, pero luego, al atrasarse en el pago, los intereses elevan la deuda a un monto varias veces superior al inicial, y terminan destinando la mayor parte de su sueldo a intentar acabar con un compromiso que se niega porfiadamente a extinguirse.
Como empresario suelo conversar con mis trabajadores sobre este problema. Veo cómo se angustian porque no pueden soportar los pagos de las cuotas, o porque frente a una contingencia que requiere un préstamo urgente no lo pueden obtener a causa de sus deudas anteriores, o porque a pesar de trabajar duro no logran aumentar su patrimonio.
Este fenómeno es de una significación moral en la cual vale la pena reflexionar. En las líneas que siguen mostraré tres aspectos de connotación moral que confluyen en el problema.
1. La conducta de las personas sobre-endeudadas
Cuando uno conversa acerca del origen de la deuda con una persona afectada, la explicación suele ser la compra de cosas que podían esperar pero que la magia del crédito puso a su disposición de modo irresistible. Con este espejismo barato pero cautivador, el comprador olvida una verdad tan obvia como esencial: tanto gano, tanto gasto.
La generación de mis padres tenía claro que, para comprar, antes había que tantear el bolsillo. Ellos entendían que para comprar un bien valioso la conducta acertada era el ahorro, con lo cual su adquisición constituía un hito con sabor a conquista, puesto que era precedida de un largo esfuerzo de privación, es decir, del ejercicio de la virtud de la templanza. Los hijos observábamos el autodominio de los padres educándonos en la virtud por medio del ejemplo. Más importante que permitir el acceso a bienes materiales, la restricción en el gasto familiar constituía una verdadera instancia de educación moral para los hijos.
Hoy se suele gastar más de lo que se gana. Los padres se niegan a ahorrar y optan por comprar sin demora bienes que muchas veces son absolutamente prescindibles. Para la Navidad pasada, uno de mis trabajadores me comentó muy preocupado que sus hijos le exigían un computador cuyo valor equivalía a su sueldo mensual. Lo observé con pena y lo animé a que les explicara que el verdadero sentido de la fiesta es la conmemoración del nacimiento del Salvador, pobre y humilde. También le dije que podía motivar a sus hijos a realizar servicios en el barrio para juntar ellos mismos todo o una parte del dinero necesario.
2. La conducta protectora del Estado
Así como muchos padres malcrían a sus hijos, también el Estado des-educa a los ciudadanos regalándoles aquello que debieran conseguir por su propio esfuerzo y llevando a cabo políticas públicas que se traducen en que los ciudadanos no enfrentan las consecuencias de sus actos. Cuántas veces se oye decir que el gobierno debe solucionar tal o cual carencia en virtud del “bien común”. Quienes así justifican el populismo olvidan o no saben que el “bien” consiste no sólo en bienes materiales, sino también, y sobre todo, en bienes espirituales, como las virtudes morales. Es contradictorio justificar en el bien común políticas que promueven la falta de auto-dominio, manifestación de la templanza, virtud que por esta vía resulta nuevamente debilitada.
Conviene destacar que la educación moral es sistémica. Esto significa que el abajamiento y la mejora de un aspecto puntual de la personalidad provocan el mismo efecto en otros ámbitos. Si una persona se acostumbra a dar rienda suelta a su mal genio, disminuirá su capacidad para dominarse en el consumo de la comida y la bebida, por lo que el vicio de la ira favorece la aparición o profundización de la gula y la embriaguez. Por eso cuando, por ejemplo, un gobierno lanza campañas de prevención del sida basadas en el uso del preservativo, comete un error monumental. Más allá de la efectividad o inefectividad para prevenir el contagio de la enfermedad, promueve la falta de auto-dominio no sólo en el ámbito sexual, sino indirecta pero efectivamente en el consumo, fomentando de paso el sobre-endeudamiento. Con cuanta razón, tiempo atrás, el arzobispo de Santiago de Chile, consultado sobre una campaña gubernamental consistente en la repartición de preservativos en los colegios, la calificó de “perversión de menores”.
En el sobre-endeudamiento de muchos ciudadanos vemos la consecuencia indirecta pero real de años de políticas públicas en cuyo diseño no se han considerado sus implicancias morales.
3. El otorgamiento de créditos por parte de las empresas
Bancos emiten tarjetas de crédito personalizadas y, sin pedir autorización, las entregan con un cupo determinado de deuda. Grandes tiendas comerciales entregan tarjetas de crédito sin importar la capacidad de pago de los clientes. Aquellos y éstas envían a sus vendedores a repartir tarjetas a jóvenes a la salida de las universidades.
Estas prácticas acostumbran a las personas a adquirir cualquier cosa de inmediato pagando “en cómodas cuotas mensuales”. Con agresividad y concibiendo a sus clientes como meros agentes de consumo, las empresas fomentan la falta de auto dominio con sus políticas de crédito y de publicidad inspiradas por la vieja regla de “aumentar la riqueza de los accionistas”, propia de un capitalismo mal entendido. Resultado: una actividad económica que naturalmente consiste en buscar el “beneficio” de todos los involucrados, es prostituida transformándose en una falsa economía que busca el enriquecimiento a costa de aquellos a quienes debiera beneficiar.
No es cierto que los clientes sepan a qué se están comprometiendo cuando obtienen una tarjeta de crédito. Me consta que muchos endeudados no entienden el concepto de interés; otros lo entienden pero no son conscientes de las consecuencias de pagar un 3,5% mensual. Los gerentes y ejecutivos que diseñan y aplican tales políticas comerciales son culpables del sobre-endeudamiento de muchas familias, contribuyendo al abajamiento moral de la sociedad.
Particulares, gobierno, empresas, particulares… todos responsables de un fenómeno nefasto en su realidad y en sus consecuencias pero que, al actuar como caja de resonancia, tiene la virtud de mostrarnos nuestros errores como individuos y sociedad.
Urge recuperar conciencia del valor de la templanza. Cada uno en su espacio, en su ámbito, en su rol, puede y debe colaborar en este sentido.