Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Contradicciones del orgullo LGBT


por Gastón Escudero Poblete

Opinión

El pasado mes de junio nos ha dejado una nueva muestra de la confusión generalizada de nuestra época. Me refiero a las curiosas contradicciones contenidas en las marchas del Orgullo LGTB que se realizan en distintas partes del mundo.

Se supone que el sentido de estas marchas −más allá de su origen como recuerdo de los disturbios de Stonewall− es reclamar la igualdad de consideración para las personas no heterosexuales. Es como si nos dijeran (a los heterosexuales): “Nuestra orientación sexual es distinta a la de ustedes pero eso no nos hace inferiores ni objetos de burla o irrespeto, así que exigimos que nos traten según nuestros méritos y capacidades, igual que lo hacen entre ustedes”. Si es así la cosa, bien. Pero cuando veo algunas imágenes con personas mostrando sus traseros y genitales, haciendo gestos obscenos y en actitudes que sugieren influencia de alcohol o droga, todo esto en pleno día, en las vías públicas y frente a los lentes de medios de comunicación, pues… no me calza.

Chadwick Moore, un periodista homosexual neoyorkino, ha dicho recientemente respecto de la marcha del Orgullo LGTB de su ciudad: “Piense en ello como las Olimpiadas de la droga, el alcoholismo, la fornicación pública, las orgías colectivas y los traseros peludos expuestos en la cara de los niños”. En el mismo sentido se ha pronunciado el español Marcel García en su video sobre este tema: “Tenéis todos los medios de comunicación y la oportunidad de demostrar que sois personas capaces de vivir una vida digna y que merecéis ser respetados porque estáis a la altura de cualquier heterosexual, ¿y esto es lo que hacéis?”. Y tienen razón, porque si un heterosexual se exhibe públicamente de esa manera, pensaré que tiene un tornillo suelto y no me tomaré en serio lo que haga o diga; pues, lo mismo si es LGTB. A la inversa, si un LGTB se comporta con la naturalidad, decoro y decencia que se les exige a los heterosexuales para ser tomados en serio, lo trataré con la misma consideración y no permitiré que se le falte el respeto. Eso es igualdad de trato.

Otro aspecto de las marchas son los ataques a la fe cristiana y especialmente a la Iglesia católica –y por tanto a quienes la profesamos–. Se supone que es precisamente este tipo de conducta el que los LGTB quieren erradicar cuando son ellos las víctimas. Explicándolo desde otra perspectiva: ¿cómo reaccionarían si un grupo de personas se burlara públicamente de ellos como ellos lo hacen con los católicos? No sólo armarían un escándalo sino que además exigirían de inmediato la aplicación de las penas del infierno contempladas en las leyes antihomofobia, Una segunda contradicción implicada en dicha actitud es que constituye un agravio a la institución que más hace por los enfermos de sida, enfermedad que afecta especialmente a los LGTB; de hecho, el 27% de los centros para el cuidado del SIDA en el mundo son católicos. Tercera contradicción: los ataques al catolicismo son especialmente descarados en las marchas del Orgullo LGTB de países europeos, donde está ocurriendo una masiva penetración musulmana, religión tremendamente hostil a la homosexualidad pero que no es objeto de burlas por parte de los exponentes del Orgullo. ¿Por qué? ¿Será que no se atreven porque saben que los islamistas reaccionarán con violencia, a diferencia de los cristianos?

La actitud anti sistema del Orgullo LGTB se extiende a la política aliándose con grupos de izquierda. Así, el socialismo del siglo XXI, en su intento por superar el shock causado por el derrumbe de los regímenes comunistas a fines del siglo pasado, ha encontrado un atractivo socio. Sin embargo, esta alianza resulta tremendamente contradictoria por parte del colectivo LGTB, pues desde su origen el socialismo en su vertiente marxista fue homofóbico. Nicolás Márquez (en El Libro Negro de la Nueva Izquierda) ha descrito el rechazo a la homosexualidad por parte de los padres del marxismo y de quienes les sucedieron. Por ejemplo, Lenin abominaba de las teorías que justificaban la homosexualidad atribuyéndoles un carácter burgués. Y ya bajo el gobierno de Stalin, el Código Penal Soviético sancionaba la homosexualidad con 5 años de confinamiento en los Gulags, y entre 1934 y 1980 cerca de cincuenta mil homosexuales fueron condenados.

Algo similar puede decirse del régimen comunista chino, en donde hasta 1997 la homosexualidad era sancionada con penas de prisión, castración e incluso la muerte cuando el culpable era reincidente. Lo mismo respecto de la Cuba comunista: “La revolución no necesita peluqueros”, y “una desviación de esa naturaleza (la homosexualidad) choca con el concepto que tenemos de lo que debe ser un militante comunista”, afirmó Fidel Castro, quien encargó a Ernesto Che Guevara el diseño y dirección de un campo de castigo para homosexuales que sirvió de prototipo para otros que se construyeron en la isla bajo un programa llamado Unidades Militares de Ayuda a la Producción. Nuevamente: ¿por qué entonces los ataques del Orgullo LGTB al cristianismo y no a la izquierda, hasta hace un par de décadas tan odiosa con los homosexuales?

La alianza con la izquierda conlleva otra contradicción: el ánimo capitalista que han permeado las marchas. Grandes empresas pagan enormes sumas por participar. Por ejemplo, el principal patrocinador de la marcha de Nueva York es la telefónica T-Mobile, y las demás empresas participantes pagan entre 10.000 y 35.000 dólares según lo hagan en una de cuatro categorías: Platino, Oro, Plata y Bronce. ¡Todo un negocio para el organizador Heritage of Pride! ¿En qué quedamos entonces: somos socialistas o capitalistas? (Un demócrata cristiano chileno contestaría: “Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contario”). El “capitalismo rosa”, como se le ha llamado, ha provocado fuertes críticas de varios miembros de la propia comunidad LGTB, al punto que en Nueva York y Madrid se realizan marchas del Orgullo alternativas a las oficiales, en donde no se admiten patrocinadores.

Finalmente, como corolario de todas estas contradicciones –y de otras más que en este momento se me escapan– cabe preguntarse: ¿orgullo de qué? Personalmente, de entre las muchas razones en que baso mi autoestima, nunca se me había ocurrido que pudiese estar mi condición de heterosexual, como tampoco ninguna de mis características genéticas, las que no son fruto de méritos personales y, por tanto, no me hacen mejor persona.

Muchas personas homosexuales tienen razones auténticas para sentirse orgullosos de verdad. Pienso en Franco Zefirelli, director de la película Jesús de Nazaret, que ha inspirado la piedad de tantos cristianos; pienso en Oscar Wilde, cuyas obras suelo leerle a mi madre, quien me escucha gozosa desde su lecho de enferma; pienso en un amigo de la universidad que me ayudó –en largas jornadas de estudio− a aprobar un difícil curso y de cuyo fallecimiento me he enterado mientras escribo estas líneas (y a quien se las dedico).

Definitivamente, el patético y contradictorio Orgullo LGTB no está a la altura de la grandeza de tantos homosexuales.

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