Por la continuidad de la misa conventual en el Valle de los Caídos
Me encantó la homilía de mi obispo, Luis Argüello, el día de nuestra patrona, la Virgen de San Lorenzo, sobre el descanso y las cosas que agradan al Señor que se pueden hacer los domingos. Yo solía ir los domingos con mis padres al Valle de los Caídos desde que comenzaron las amenazas a ese santo lugar. Lo sigo haciendo ahora, y desde este lugar escribo, ahora que ambos han partido a la casa del Padre de todos.
Acaba de terminar la misa del día en el que se celebra la Exaltación de la Santa Cruz, festividad con rango de solemnidad en este Santo Lugar. Esto es así, nos dice el padre Alfredo en la homilía, porque todo este sitio, y especialmente la basílica, está consagrado a la Santa Cruz. Toda la nave se oscurece en el momento de la consagración, salvo la Cruz, que se eleva como única luz, sobre el altar, alrededor del cual se sitúan los sacerdotes renovando el sacrificio de Nuestro Señor. Una reliquia del Madero Santo se custodia en el Valle por deseo de San Juan XXIII y ha sido venerada por celebrantes, escolanos y los numerosos asistentes de hoy al final de la celebración.
El impresionante momento de la Consagración en la misa conventual de la basílica del Valle de los Caídos.
La Cruz es, en definitiva, el centro de este lugar. Se apoya en el altar mismo y continúa por encima de la roca 150 metros hacia el cielo de Madrid. La Cruz, nos dice el padre Alfredo, es el “signo elocuente del amor infinito de Dios” y “símbolo por antonomasia de perdón, de reconciliación y de la Paz”. Bajo el signo amoroso de la Cruz iluminada como único faro del cristiano, “se ofrece diariamente el culto divino para la salvación del mundo y de España”.
Aquí, en la basílica, se celebra misa en la que los niños de la Escolanía elevan sus cantos al Altísimo uniéndose en oración con la comunidad benedictina que custodia los restos de los caídos, entre los cuales hay numerosos Beatos Mártires.
El Valle sigue amenazado, y su defensa no admite componendas. Si nos conformamos con la conservación de la Escolanía y de la Cruz, como se sugiere últimamente, el Valle dejará de ser lo que es ahora: una basílica católica donde se reza a diario por la reconciliación de los españoles, también amenazada.
Nos habla también el padre Alfredo del precedente de la Cruz en el Génesis con el árbol como símbolo de la tentación. Tentación que puede surgir en forma de pereza, conformismo, resignación o cobardía revestidas todas con el ropaje tramposo de la prudencia que, mal entendida, llevaría a la componenda y al pactismo pensando que los apaños por “no remover las cosas” superan en capacidad de reconciliación a la Cruz misma y a la oración diaria. Es la Cruz la que supera al árbol de la tentación y no al revés. Ese camino resignado no lleva a la reconciliación y sí elimina el sitio de oración.
Habría que añadir una tentación, muy de esta época, a las dichas en el párrafo anterior, el adanismo: pensar soberbiamente que el mundo se funda con nosotros y que por ello podemos hacer tabla rasa con todo lo que nos precede. Pero no es así.
España no nos pertenece a los que ahora deambulamos por su suelo. Nos recuerda Juan Manuel de Prada que nuestros anhelos y pretensiones han de realizarse de conformidad, en coloquio y con respeto y agradecimiento de los que nos precedieron "para impedir que el mundo sea entregado (utilizamos la expresión de Chesterton) a esa «reducida y arrogante oligarquía que pisa hoy la tierra»”. A esto llamaba el genio inglés "la democracia de los muertos". Y en el Valle están enterrados algunos de los que nos precedieron.
Pues bien, siguiendo entonces a Chesterton, el Valle de los Caídos es una inmensa urna, una de las más dignas de España, de españoles que entregaron la papeleta de su vida hasta sacrificarla por una España mejor y allí yacen enterrados bajo el signo de perdón de la Cruz custodiados por una comunidad benedictina que eleva sufragios a Nuestro Señor por la reconciliación de los españoles y la salvación del mundo.
El Valle de los Caídos es el resumen de España. Le debemos a los que nos precedieron su conservación. Nos exigirán haberlo hecho los que vengan. Nosotros solo pasamos por aquí tratando de empeñar nuestras vidas en empresas grandes. El reinado del Sagrado Corazón en España lo es. Quizá la mejor, y los vallisoletanos de varios siglos lo sabemos. Empeñémonos entonces. Sin componendas.