Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Memoria histórica, desmemoria y destrucción de pruebas

Monumento a la batalla del Ebro en Tortosa.
La «memoria histórica» planea quitar el monumento a la batalla del Ebro erigido en 1966 en Tortosa (Tarragona), a pesar de la oposición popular a la retirada de una imagen ya integrada en el paisaje de la ciudad.

por Daniel Arasa

Opinión

 

Recientemente La Vanguardia publicaba un reportaje histórico sobre el periodista, economista y político Antonio Bermúdez y Cañete.

Este periodista, miembro de la Asociación Nacional Católica de Propagandistas, aparte de realizar diversos estudios e investigaciones en el campo económico-social, fue a Alemania como corresponsal de El Debate en 1932 informando de manera muy directa de la implantación del nazismo y de su actuación.

Fue expulsado por Goebbels en febrero de 1935, acusado de calumniar al régimen nazi. De regreso a España se presentó a las elecciones de febrero de 1936 con la CEDA, siendo elegido diputado. Sería asesinado el 21 de agosto de 1936 en la puerta de la checa ubicada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

La publicación de dicho reportaje tenía un plus importante en quien lo firmaba. Era el periodista Plàcid García-Planas, de quien se da la circunstancia que fue durante dos años director del Memorial Democrático. Mostró especial interés en la recuperación de la Memoria Histórica, pero de “toda”. Por tanto, la de los dos bandos en lo referente a la Guerra Civil de 1936-1939. Mostraba en el reportaje como un hombre expulsado por Hitler por ser crítico con el nazismo era luego asesinado en España por los republicanos simplemente por ser de derechas y católico.

Es loable el actuar del periodista García-Planas, teniendo en cuenta que la mayor parte de cuanto se ha hecho y se continúa haciendo con la que denominan Memoria Histórica no solo es absolutamente sectario y no va dirigido a propiciar la recuperación íntegra de realidad de cuanto ocurrió, sino que se selecciona la parte que interesa, se la retuerce incluso, y cara al resto pretenden lograr la desmemoria. Con barbaridades sistemáticas, como que en algunas partes de España uno puede ser sancionado con una fuerte multa por el mero hecho de decir algo tan constatable como que en la época de Franco en una determinada población se construyeron unas viviendas sociales o un puente, porque ello se considera apología de la dictadura.

Para entender lo que sigue permítame el lector la licencia personal de hacer referencia a los numerosos libros que he publicado sobre la represión franquista en la guerra civil y postguerra, los maquis, el exilio republicano y su participación en la Segunda Guerra Mundial, el período franquista, o textos como Católicos del bando rojo o Entre la Cruz y la república. Creo que nadie podría atribuirlos a un promotor o defensor del régimen franquista. Con todo, soy enormemente crítico con las leyes y normas de la denominada Memoria Histórica porque con ella no se ha pretendido buscar toda la verdad sino, además de revancha, reescribir la historia en la línea de lo que interesaba y utilizarla en beneficio de líneas políticas actuales.

Un aspecto particularmente destacable y del cual no se suele hablar es el de la promoción de la “desmemoria”, liquidando todo cuanto recuerde lo ocurrido en los casi cuarenta años de franquismo excepto lo relacionado con la represión.

He seguido lo referente a la eliminación de símbolos franquistas en toda España, pero de manera muy pormenorizada en una ciudad, Tortosa, que en los últimos tiempos está precisamente en el candelero mediático por el debate sobre si se destruye el monumento a la batalla del Ebro ubicado en el centro del río a su paso por dicha ciudad, a lo que se opone la mayoría de los ciudadanos pero que las autoridades están decididas a realizar.

En dicha población han sido destrozados símbolos tan “franquistas” como la imagen en cerámica de San Antonio de Padua porque un grupo de viviendas sociales llevaba este nombre, o una lápida situada en la fachada de una iglesia que resultó destrozada durante la guerra en parte por el vandalismo iconoclasta de los inicios de la guerra al que siguieron bombardeos y quedar largo tiempo en el mismo frente de batalla en que quedó dividida la ciudad durante nueve meses. En la lápida decía simplemente: “Este templo fue restaurado por Regiones Devastadas. Año 1947”. Cualquier lector tendrá experiencias similares, destacando en muchos lugares la eliminación del símbolo más odiado por algunos, el de la cruz.

Con las leyes de Memoria Histórica no se busca recuperar lo sucedido, fuera bueno o malo, sino falsearlo en unos aspectos y promover en otros la desmemoria. Hubo 40 años “que no existieron”.

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