La hora de las grandes preguntas
por Daniel Arasa
No descubro nada al decir que la pandemia del coronavirus ha dado un vuelco a la sociedad. No solo por el episodio sanitario que estamos viviendo, con la consiguiente sangría de fallecidos, el confinamiento general de la población y el fuerte impacto en la actividad a lo largo de algunos meses, sino ante el panorama de consecuencias que se vislumbran.
El Covid-19 marca un antes y un después. Miles de negocios más o menos pequeños ya no van a levantar la persiana, cientos de miles de trabajadores ahora en paro provisional por los respectivos ERTE en sus empresas no volverán a trabajar en mucho tiempo, al menos por este año la caída del turismo será espectacular con la consiguiente paralización económica, ha quedado absolutamente alterada la enseñanza en el curso escolar y universitario, etc. De otro lado, las arcas de los Estados quedarán exhaustas ante unos enormes incrementos de gastos acompañados de descensos en los ingresos. Dispendios en su conjunto justificados, pero que alteran las previsiones y que de una forma u otra habrá que pagar. No solo en España sino en gran parte del mundo.
No está de más citar algunos efectos de los que nadie habla. Va a sufrir un golpe tremendo el campo de la cultura y quizás el del entretenimiento porque los recursos públicos y privados van a bajar. Quedarán tocadas también muchas entidades del tercer sector en su mayoría sin fin de lucro pero que dan trabajo a mucha gente. Excepto las asistenciales que serán necesariamente priorizadas, miles de entidades de otro tipo no subsistirán.
Las administraciones públicas, si actúan correctamente, lo cual es más que dudoso porque los partidos son esencialmente oficinas de colocación de los suyos, deberán eliminar montones de organismos, memoriales, cargos de embajadas, fundaciones y similares que son fuente de gastos a menudo de dudosa justificación.
Para limitarme al campo universitario, incluso en el supuesto de que a partir de septiembre pueda cursarse con normalidad, ¿vamos a volver a los aprobados generales sin haber cursado las materias de las asignaturas o haberlo hecho de manera muy limitada? ¿Qué va a quedar de las decenas de miles de estudiantes de Erasmus? ¿Los padres van a enviar a sus hijos a otros países, sobre todo a aquellos en que la pandemia ha provocado mayores estragos? A las universidades pontificias como las de Roma, ¿van a enviarles sacerdotes o laicos desde las diócesis de todo el mundo?
Si pretendiéramos desgranar la multitud de cambios que se vislumbran no acabaríamos, lo cual no es nuestra pretensión, no es este el lugar y otros lo harán mejor. Pero quedan en pie las preguntas principales: ¿las personas vamos a cambiar? ¿va a seguir el mismo modelo de sociedad? Porque si los resultados de la pandemia se limitan simplemente a dos o tres años de dificultades y restricciones, de retroceso económico y de apretarse el cinturón, para mantener los mismos esquemas y conceptos al recuperar los niveles anteriores no habremos aprendido la lección principal: que el Covid-19 ha devuelto al ser humano el concepto de vulnerabilidad. Que el hombre no es el nuevo Dios.
En su homilía del pasado Viernes Santo, el predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, señaló que el gran pecado del hombre es el delirio de omnipotencia. Al comprobar su debilidad, ¿volverá el ser humano a formularse las grandes preguntas de la vida que la mayoría olvidó en esta sociedad del bienestar? A título individual las clásicas de ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿por qué estoy aquí? ¿hacia dónde voy? ¿qué sentido tienen la vida y la muerte? ¿qué hay después de la muerte?
Y a nivel colectivo una infinidad de cuestiones que van desde el papel que han dado a la familia y los esfuerzos organizados por destruir su identidad a si recapacitarán los legisladores que han aprobado normas que atentan contra la Ley Natural. Repensar si hemos construido sobre arena las relaciones humanas y convertido en derechos lo que son depravaciones. ¿Los promotores de la ideología de género entenderán que “varón y mujer los hizo”? Algunos de los científicos, ¿se darán cuenta de que no todo lo que técnicamente es posible hacer debe llevarse a la práctica porque degrada al ser humano? ¿Seguiremos con asuntos como el transhumanismo, los vientres de alquiler, las manipulaciones genéticas? En suma, ¿nos reconoceremos criaturas?
Pienso que al permitir la pandemia Dios desea decirnos algo. No solo que tratemos bien al planeta y ser más ecológicos, como algunos han dicho. Esto también, pero hay asuntos de fondo bastante más importantes. Que Dios nos dé luces para aprender la lección.
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