Caleb, Chus Villarroel, Maranata
por Adolfo Alústiza
Hay personajes secundarios del Libro de los Libros que pasan desapercibidos hasta que uno se siente identificado con ellos. Es cuando paras de leer, levantas la vista y miras a tu alrededor como diciendo: “¿No veis que sin esta pieza no hay encaje?” Y bajas la vista entusiasmado de ver que hace tres mil años, rastreadores y pioneros eran igual de incomprendidos que hoy. El espíritu Waymaker imprime carácter y vacuna del que dirán, ya sea en el ámbito empresarial o espiritual, musical o gastronómico.
Caleb solo aparece citado tangencialmente como una especie de sherpa, espía o rastreador en el libro de los Números. Moisés envía doce “exploradores”, uno por cada tribu de Israel, en busca de la tierra prometida. Entre ellos está Caleb, hijo de Jefoné, de la tribu de Judá. Los doce enviados, cual compañía del anillo, se lanzan a hacer un estudio de mercado y ver la viabilidad de la empresa prometida. Después de 40 días vuelven con la Due diligence.
Todos concluyen que hay producto, hay mercado y hay negocio: un país donde mana leche y miel, en lenguaje bíblico. Sin embargo, diez de ellos añaden observaciones en rojo al informe (probablemente eran consultores y abogados de la época) para concluir que la conquista de la tierra prometida es una empresa imposible. Imagino la cara del bueno de Moisés, que como líder terrenal de la empresa divina esperaba un resquicio de más consenso para lanzar a su gente al abordaje, y sólo un 16% cree que es posible llegar a la tierra prometida y conquistarla (si es voluntad De Dios).
Y como el cliente es el cliente -también en la época de Matusalén-, los diez consultores cobardicas, no dispuestos a quedar mal ante dos radicales, añaden nuevos anexos al informe: las gentes que viven allí son gigantes y nosotros saltamontes a sus ojos, y nos van a dar p'al pelo. Para qué quieres más. El pueblo, al escuchar al 74%, quiere volver a Egipto, donde, aunque eran esclavos, les daban algo de comer. Lo que ahora llamamos 'quedarnos en la zona de confort', sin salir de la carrera de la rata, fue el 'déjame' con el subsidio y las cadenas del faraón, que más vale malo conocido...
Sin embargo, nuestros pioneros emprendedores -Caleb y Josué- no se arrugan y recurren al famoso “rasgarse las vestiduras”, que debía ser lo máximo en performances entre los judíos. Ellos creen en la viabilidad del proyecto e insisten aun a riesgo de su honor y fama.
Todos tenían la misma información privilegiada que se había cumplido hasta el momento: las promesas del Dios que les sacó de Egipto y les ayudó a escapar del ejército del faraón. Pero en este último capítulo de la primera temporada, con la tierra prometida al alcance de la mano, sólo dos confían y perseveran, diez no. Como perder la Champions en los minutos de descuento. La temporada acaba cuando, de los doce enviados, solo ellos dos llegan a la tierra prometida y el resto muere en el desierto.
La historia de la Iglesia ha tenido sus calebs, unos anónimos, otros de fama en vida, y los póstumos, los reconocidos “after” mortem.
Estamos en el primer aniversario de la marcha al Padre del apóstol y pionero de la gratuidad Chus Villarroel, y también de los 50 años de Maranata, grupo pionero en España de la vida en el Espíritu y la Renovación Carismática. Historias llenas de alegrías y gozo, pero también de incomprensiones, disgustos y críticas.
Quizá sea pedrada mía, pero veo paralelismos entre Chus y Caleb a estas alturas de la historia de la salvación. Ignoro si en el Cielo hay un club de veteranos pioneros e incomprendidos al modo de los clubs de oficiales retirados, pero me los imagino a los dos, compartiendo alegremente experiencias terrenales mientras se toman una pinta o un chato. Ambos se fiaron de Dios para transmitir a todos de algo que ya existía, la tierra prometida y la salvación gratuita. No inventaron nada, fueron instrumentos del Espíritu para contar buenas nuevas al pueblo de Dios a pesar de la incomprensión, rechazo, ninguneo, crítica y desprecio por parte de las mayorías y conservaduros, de los que prefieren las cebollas del faraón a la libertad de los hijos de Dios. Los que prefieren el mal menor a la Providencia.
Chus Villarroel pasó -según contaba- de ser un funcionario -conservador y amarrategui- a ser un pionero en el Espíritu a sus cuarenta años cumplidos. No por sus méritos sino porque, como Caleb, supo confiar en las promesas de Dios.
Tierra prometida y salvación gratuita, el mejor lema de todos los tiempos.