Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La cofradía de San Dimas

Cuadro del Calvario de Andrés Pérez.
En la representación del Calvario de Andrés Pérez (1660-1727) se marca la diferencia entre el Buen Ladrón, asemejado a Jesucristo, y el crucificado a Su izquierda, que Le insultaba.

por Adolfo Alústiza

Opinión

A raíz de nuestro último artículo, Tiempos de gratuidad, me escribieron dos buenos amigos.

El primero es cofrade insigne de la cofradía de los Pelagio Warriors, donde los tengo muchos y muy buenos. No en vano, por épocas intermitentes, he sido miembro, cotizante y vocal activo de la junta de gobierno de la muy ilustre hermandad. En definitiva, que se alegraba de que me tocara la lotería y tal, y que metidos en harina, que por supuesto que la Fe y la Gracia son fundamentales, pero sin olvidar las obras. Me recordaba aquello de “obras son amores y no buenas razones” y lo de “con el mazo dando…”, y que lo de Dimas pudo ser algo así como la excepción que confirma la regla. Y que, en general, incidir demasiado en la gratuidad puede inducir a error y dar un mensaje equivocado, que no siendo falso el fondo, puede hacer que la gente se relaje y no guarde las normas (¿dónde habré oído yo eso?). Me dijo entre risas que se sintió un poco semipelagiano pero no un negacionista de la gracia, y que tuvo que usar el comodín de la llamada para entender lo de prometeico. En conclusión, que no creía que Dimas fuera una fuente de inspiración habiendo tantos otros que se lo han currado bastante más.

Le dije que no se trataba de un debate racionalista, que de eso vamos sobrados en las últimas centurias. La vida en el Espíritu es otro rollo, más de experiencias, vivencias de gratuidad, compartir testimonios, encuentro personal con Jesucristo, dejar hacer al Espíritu su obra, discernimiento y escucha, dejar que suceda en ti. Entre emoticonos de risas me dijo que o me estaba viniendo un poco arriba con este nuevo lenguaje sensiblero o alguien estaba usando mi móvil en mi nombre.

A fin de cuentas creo que el Dimas Way no le convencía mucho. La idea general y la música sí, pero tras una vida de esfuerzos, méritos y obras como la suya le sonaba un poco a aprobado general. Reconozco que pensé en traer a colación la parábola del hijo pródigo, donde el hijo que siempre ha estado con el padre no lo valora, o la de los jornaleros de primera hora que cobran como los de la última. Pero no lo hice porque no se trata de emborrachar con argumentos sino de sentir esa gratuidad tras un renovado Pentecostés personal.

Y por otro lado me escribió otro amigo neo forofo de la gratuidad. Y digo neo porque ha sido un descubrimiento novedoso para él cuando estaba cansado del camino. Era un residente y okupa permanente de las orillas, más periferia que autopista.

En sus inicios fue socio de los Pelagio Warriors, pero a pesar de su empeño, interés y convencimiento no llegaba a cumplir ni la mitad de sus propósitos, objetivos, ni tampoco los reglamentos. En realidad, hacer, hacer, poca cosa. Y poco a poco se fue sintiendo indigno de la misma cofradía y casi por extensión de la Iglesia. Así vivía, autocondenándose como un desastre errabundo sin remedio.

El caso es que tras sentir y vivir la Gratuidad, ha renacido. Ha pasado de sentirse un desastre vital a sentirse amado, salvado y sanado, y ahora es un hombre agradecido. Dice que está discerniendo si debe fundar la Cofradía de San Dimas, cuyo primer criterio de admisión sería: “Podrá pertenecer a la misma quien, pese a saberse muy paquete y sentirse carente de méritos y derechos para ir al Cielo, profese que Cristo nos ha salvado, no por nuestras obras sino por amor gratuito, como le pasó a San Dimas”. Un poco en broma le pregunté por el segundo punto de los estatutos y me dijo que no, que era el único. Me recordó que ambos teníamos experiencia probada en fundación de cofradías, ya que en nuestros años mozos iniciamos una cuyo primer punto era “vivir el ambiente festivo típico de cuadrilla en San Fermín sin caer en el gamberrismo y el mal gusto” y el segundo “conocer las bellezas naturales de Navarra”, punto este que sospecho era intencionadamente ambiguo y, dada nuestra prelación de intereses de entonces, bastante apropiado, aunque quizá de poca utilidad para nuestros actuales y más místicos menesteres.

Como vió que no me convencía mucho por viejas batallas, me dijo que buscó bibliografía de San Dimas, el primer santo canonizado de la Iglesia según dijo hace ya unos años San Juan Pablo II. Y que aunque no encontró gran cosa, me recomendó uno llamado El Buen Ladrón. Misterio de misericordia, del sacerdote canadiense André Daigneault, editado por Voz de Papel en 2014.

Portada de 'El Buen Ladrón'.

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Me sonaba, porque estaba en mi librería esperando ser leído por primera vez, y ha resultado ser un auténtico compendio y suma del asunto, algo así como un “todo lo que siempre quisiste saber sobre el Buen Ladrón y no te atreviste a preguntar”. Muy recomendable.

Por último, me dijo que cuando sepa si tiene que montar algo me avisará por si me siento llamado a participar, y que de momento va a colaborar con la pastoral penitenciaria.

Y es que el asunto tiene su miga. Dimas era un bandido -seguramente colega de Barrabás- asesino y ladrón condenado justamente, como él mismo reconoce. Y en tiempo de descuento, sin haber metido un gol, ni un pase en condiciones, el juez supremo le mete en la Champions League del Paraíso. Un encuentro personal le cambió en un instante, que de no haber estado clavado a su cruz hubiera sido literalmente tumbativo. Como para no flipar.

Esto es todo lo que nos dice Lucas: "Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: ‘¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros’. Pero el otro, respondiéndole e increpándole, le decía: ‘¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo’. Y decía: ‘Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino’. Jesús le dijo: ‘En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso''' (Lc 23, 39-43).

En los primeros siglos del cristianismo el bueno de Dimas tuvo mucho predicamento y mucho fan, según parece. Quizá porque mucha gente se sentía identificada con la falta de méritos para “ganarse el cielo” y entendieron que esa era la misericordia y gratuidad con mayúsculas. Lo curioso es que en la Iglesia de Occidente fue cayendo en un cierto olvido del pueblo fiel, quizá porque se optó por proponer otros santos como modelo.

Estamos en tiempos del Espíritu y de misericordia, donde las orillas están llenas de quienes se han ido quedando fuera del camino por no sentirse dignos, por no creer estar a la altura.

Quizá sea momento de pedir intercesión y patronazgo a este audaz “santo súbito”, patrono de las agencias del “last minute”, de los ladrones y condenados a muerte, pero también patrono nuestro, porque todos podemos sentirnos en situación de justa condena en algún momento de nuestras vidas.

Por eso es tan importante no olvidar esta historia de gratuidad y misericordia.

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