Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Del pansexualismo a la sexualidad

Dos jóvenes enamorados.
El amor entre hombre y mujer lo es entre los dos componentes de su ser, el cuerpo y el alma. El pansexualismo es una deformación de esa realidad. Foto: Pablo Merchán Montes / Unsplash.

por José F. Vaquero

Opinión

“Qué película más bonita, incluso para mis hijos. Lástima que hayan metido esa escena de sexo, que además no aporta nada a la trama” “Qué anuncio más ingenioso; lástima que tengan que poner esa imagen provocativa”. Son comentarios que en muchas ocasiones hemos pensado y hemos dicho. Constatamos, con pena, que en muchos ámbitos de la sociedad campea demasiado el sexo, sexo que se traduce en una escena subida de tono o en el uso comercial de una persona con escasa ropa. Es lo que llamamos el pansexualismo. Todo es sexo y sexo reducido a su dimensión física, externa.

Pero hay algo de cierto este pansexualismo. Somos sexo, sexualidad, y esta dimensión permea profundamente nuestra existencia diaria, nuestro ser. Y aquí viene la pregunta del filósofo. ¿Qué somos realmente? O mejor dicho, quiénes somos, quién soy. Está claro que no somos un mero objeto, como la piedra o la mesa, y también está claro, aunque algunos lo duden, que no somos simples animales. Reflexionamos sobre lo que hacemos, pensamos, nos damos cuenta de qué hacemos y de por qué lo hacemos. Somos algo más que un cuerpo vivo que se mueve de modo reflejo, de acá para allá, buscando comida y matando para poder vivir.

No lo dice solo la Iglesia católica, lo dice también la historia del Derecho, empezando por el derecho romano. Realizamos ciertos actos de los que somos responsables, y la justicia nos puede pedir cuentas, nos puede castigar, por ejemplo, por matar a un inocente. A un zorro no le podemos llevar ante un tribunal por haber matado dos gallinas.

¿Quién soy? Se han dado muchas respuestas a esta pregunta, incluso dentro de un sano pensamiento. La tradición cristiana clásica, sobre todo Santo Tomás de Aquino y sus muchos seguidores, hablan de cuerpo y alma. Corrientes más modernas hablan del espíritu encarnado, de la inteligencia sentiente, e incluso, precisando bien los términos, de cuerpo humano o mente y cuerpo. Son expresiones parecidas, cada una con sus matices propios. Todas expresan que el ser humano es un único ser que tiene, a la vez, dos componentes, uno material y otro espiritual o trascendente. Y como es un único ser, no puede prescindir de ninguno de los dos elementos. Ni es cuerpo, únicamente, ni es espíritu, únicamente. Es un cuerpo-alma, un ser entre dos mundos, pero que no puede prescindir de ninguno de los dos. Ciertamente, su parte espiritual es superior a su parte corporal, y en algunos casos tendrá que privilegiar esta parte; pero no puede despreciar sin más su parte corporal.

Vuelvo al tema inicial, el pansexualismo y su parte de verdad. El sexo (yo prefiero hablar de sexualidad) ésta insertado en el ser humano, y como él, es una realidad que vive entre dos mundos, que participa de los mismos dos mundos en los que vive el hombre, el mundo físico, biológico, tangible, del cuerpo, y el mundo no menos real del amor, de la voluntad, de la libre decisión y la trascendencia. Por ello la sexualidad tiene una parte biológica, física, y una parte afectiva, y ambas caras componen la misma moneda. No existen monedas con dos anversos o dos reversos; todas tienen un anverso y un reverso.

¿De quién se enamora Juan? ¿Del cuerpo de Juana, o de Juana, que tiene un cuerpo y a la vez un modo de ser, un corazón, una vida? ¿Con quién tiene una relación sexual, en sentido amplio y en sentido estricto? Si el centro de la relación es sólo el cuerpo de Juana, la relación está desbalanceada, y corre el peligro de terminar por los suelos, igual que si montamos una bicicleta con una rueda pinchada y rota. Necesitamos las dos ruedas, las dos dimensiones, los dos mundos que forman la vida del ser humano, igual que una mariposa necesita las dos alas para volar.

Esto es lo que enseñó San Pablo VI en la Humanae vitae (n.12), con unas palabras más profundas y más densas. Este Santo Padre nos recuerda “la inseparable conexión... entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador”. Simplificando los términos, y consciente del riesgo de toda simplificación, podríamos hablar del significado unitivo, afectivo o amoroso, y del significado procreador, más biológico, de procreación de un nuevo ser humano.

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