Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El dolor siempre duele


¿Por qué a algunas personas el dolor les ennoblece, les eleva a un grado superior de humanidad, y en cambio a otras les hunde en la más avinagrada amargura?

por José F. Vaquero

Opinión

Los lectores de estas líneas estarán sonriendo ante un título tan de perogrullo. Sí, este título me lo enseñó un habitante de este pueblo, donde cuando ven que el niño va hacia abajo por las escaleras dicen que baja, cuando va hacia arriba que sube. Es de perogrullo, pero a veces se nos olvida. La semana pasada, además de celebrar (creo que en exceso) los carnavales, La Iglesia empezó uno de esos tiempos litúrgicos que suena a retrograda inmovilista: la cuaresma, «tiempo de penitencia y ayuno», dicen algunos poniendo el énfasis en un carácter tétrico, negro, tenebroso.
 
El dolor duele, y día tras día constatamos que la sociedad actual, sociedad del bienestar y del progreso sin fin, tiene sus sombras. Un tsunami, un terremoto en un país paupérrimo, huracanes impávidos en zonas poco desarrolladas… Y si miramos más cerca de nosotros, millones de personas sin trabajo en nuestro país, una economía que, en contra de lo que proclaman algunos, va de mal en peor. Y cuando todo esto parece no tocarnos, la muerte de un ser querido, una enfermedad degenerativa de un familiar, un cáncer imprevisto y galopante en un amigo de toda la vida, y un etcétera, tristemente demasiado largo.
 
Ante estos dolores, sufrimientos, penitencias, algunas mentes superficiales acusan al cristianismo de ocultar la realidad, de creer en una utopía ilusionista y olvidar esta dura realidad. Y por eso, por ejemplo, aplauden cuando muere Alexia a sus 11 años, víctima de un cáncer; por supuesto, esta escena es una invención de la película Camino, nada coincidente con la realidad. El dolor duele, y la muerte de una niña a esa edad, también.
 
Es llamativo, sin embargo, el modo como reaccionan al mismo dolor distintos tipos de seres humanos. El 9 de diciembre de 1995 un accidente cerebro-vascular sumió a Jean-Dominique Bauby, periodista francés de 43 años, en un coma profundo. Meses después despertó con el cuerpo completamente paralizado, afectado del «síndrome de cautiverio». Podía oír, pensar, imaginar, pero únicamente mover su ojo izquierdo, ojo y párpado. La logopeda encargada del caso consiguió que este «casi vegetal» pudiese comunicarse con el exterior. Empezaba a recitarle letras, hasta que un parpadeo le indicaba la letra adecuada; y después, vuelta a empezar. Letra a letra, fue componiendo palabras, frases, párrafos…
 
«La escafandra y la mariposa», película que narra esta odisea basada en el mismo libro, recoge un detalle interesante, y muy realista: una de las primeras palabras que compuso Bauby, desde su cama del hospital, respondía a la pregunta de la logopeda: ¿Qué quieres? M – O – R – I – R. El dolor duele, y ante la soledad y el aislamiento en el que se encuentra, es natural este sentimiento. Igual que la reacción de muchos prisioneros de Auschwitz, tirándose a las vallas de alta tensión que rodeaban el campo. Pero puede cambiar mucho nuestra actitud cuando encontramos que alguien nos ama, y que podemos amar a alguien.
 
Poco después de esta reacción, este cuerpo aparentemente casi muerto, expresó un deseo impensable, iluso, utópico: quiero escribir un libro, quiero transmitir a los demás mis experiencias, empujarles a vivir, animarles a disfrutar de la vida. Y pacientemente, letra a letra, palabra a palabra, párrafo a párrafo, empezó a dictar su libro. El dolor le tocó, le invadió de un modo brutal, pero el amor se sobrepuso a su fatal destino. El amor que recibió y el amor que transmitió.
 
¿Por qué a algunas personas el dolor les ennoblece, les eleva a un grado superior de humanidad, y en cambio a otras les hunde en la más avinagrada amargura? Interesante misterio, que nos muestra la grandeza y la pequeñez del hombre, este ser capaz de la entrega más elevada, y de la vileza más mísera. La respuesta está en la religión, en la fe en Dios, simplifican algunos. Para mí la respuesta está en el amor, y sólo por eso, en Dios.
 
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