Miércoles, 25 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El pensionazo y la primera edad


El análisis del problema está claro: hay muchos pensionistas, cada vez más, y pocos trabajadores, cada vez menos. Pero el problema no está sólo en la tercera edad; también en la primera.

por José F. Vaquero

Opinión

Estos últimos días una noticia ha cruzado periódicos, páginas de Internet, foros, cafés, bares, oficinas y aceras. Y no ha sido precisamente la caída del acontecimiento planetario, la confabulación de dos grandes astros (¿grandes? ¿astros?); también, pero quiero referirme al previsible retraso en la edad de la jubilación, a razón de poquitos meses por año. En honor de la verdad, todavía nadie sabe en qué terminará este enésimo plan; no faltan analistas que lo califican de un globo sonda: dejamos caer la noticia, tanteamos la opinión pública, y según nos convenga políticamente, tomaremos la mejor decisión.
 
El análisis del problema está claro: hay muchos pensionistas, cada vez más, y pocos trabajadores, cada vez menos. De un lado 8 millones, más los 4 millones largos de parados oficiales; del otro, 14 millones y pico. Unos y otros se desarrollan exponencialmente: unos hacia arriba, «hasta el infinito y más allá»; y otros hasta tocar fondo, según el modelo de Julio Verne «hacia el centro de la tierra», cada vez más parecidos a los topos. El desequilibrio demográfico en España, como en el resto de países occidentales, es evidente, nadie lo discute. Pero la pirámide tiene dos partes, dos extremos que están desequilibrados: la de los de la tercera edad, y la de los de la primera.
 
Privilegiando los ingresos directos en las arcas públicas, inmediatos y contables, gobierno, oposición y gran número de analistas han mirado únicamente a la tercera edad: una persona de 65 años puede seguir «trabajando» en una oficina, en un banco o en un colegio. Habría que decir, leyendo más allá, puede seguir «pagando mucho a Hacienda». La parte humana del trabajo, la realización personal de sentirse útil para la sociedad, eso queda en un segundo plano. La riqueza de aportar la grandeza de la experiencia a los proyectos profesionales de otros jóvenes, difundiendo «la sabiduría de las canas», también.
 
A muy pocos se les ha ocurrido que el problema de nuestro drama piramidal puede estar en el lado opuesto, en la primera edad. Desde hace más de dos décadas, el número de españolitos, dicho sea con cariño, ha disminuido notablemente. Nuestra tasa de natalidad sigue siendo una de las más bajas, (como mucho la parejita, que los hijos son muy caros), y todavía está bastante lejos del 2.1 que garantice el relevo generacional.
 
Faltan niños y jóvenes en nuestro país. Y probablemente esté aquí una de las causas del posible futuro negro de las pensiones. ¿Por qué nadie habla de esta causa? ¿Por qué muy pocos se preocupan de solucionar el problema afrontando esta causa? A nivel estatal, parece que esta causa no importa; más aún, se aprueban leyes que agravan más esta causa, como la ley del aborto. No me resisto a expresar mi extrañeza al ver los abrazos de las ministras cuando aprobaron la ley, como si se tratara del nacimiento de un hijo o el gordo de la Bonoloto. La riqueza principal de un país son sus hombres y mujeres, su potencial humano. La riqueza no crea riqueza; el hombre es el alquimista que puede «crear» riqueza, a partir de sus capacidades específicamente humanas.
 
Durante los últimos meses ha habido, a Dios gracias, pequeños conatos por solucionar este problema a nivel institucional. Se ha pretendido incentivar la natalidad con el «cheque – baby» o las vacaciones de paternidad durante 15 días. Medidas laudables, aunque tímidas, muy tímidas si vemos la protección (desprotección) del ambiente principal para esa primera edad: la familia.
 
Algunos partidos políticos están empezando a promover medias en esta dirección: facilitar la maternidad, tanto en un ambiente familiar como en los difíciles casos en los que la mujer podría plantearse la solución – fracaso fácil de abortar. Cambiar la pirámide es posible; modificar la sociedad es factible. Pero no nos hagamos ilusiones: esa tarea no es una responsabilidad lejana de un lejano gobierno. Es la misión de cada uno, cada pareja, cada joven, con su aprecio a la vida, a la familia, al amor a la persona simplemente por ser persona.
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