El power-point de un cardenal en el Vaticano
Comunicación no equivale a transmisión de contenidos, o al menos no para el hombre. Junto a la inteligencia, que recibe y «procesa» contenidos, tenemos un corazón, que ama y necesita amar.
por José F. Vaquero
Decir que estamos en la sociedad de la información, en la sociedad de la comunicación digital, es poco menos que una perogrullada. Uno de los instrumentos de trabajo más comunes en los países occidentales es precisamente el ordenador, con su faceta de puerta de entrada a Internet, la red de redes. Estamos en la sociedad de la comunicación digital, pero ¿es sociedad de la comunicación? ¿Es sociedad de la información?
Nunca como hoy las personas hemos tenido más información, datos, conocimientos. Estamos siguiendo, casi en tiempo real, la escalofriante tragedia de Haití, los problemas de popularidad de Obama y las intervenciones y juicios económicos de los países de la Unión Europea, incluida la «sabiduría económica» de Zapatero o Elena Salgado. Información, nos sobra, o mejor nos satura. Y a esta sobreabundancia se une un problema añadido: ¿Tenemos la información veraz, o la que a ciertos grupos les interesa? Como muestra, un botón: las buenas perspectivas económicas para España que repiten y repiten unos, y los datos reales, muy lejos de ese optimismo, que nos muestran otros. Parece que en lugar de sociedad de la información, deberíamos proclamar la sociedad de la desinformación.
No es justo caer en el tópico hippy, y rechazar todo progreso; más bien, hay que conocer la sociedad digital de hoy, y ver sus pros y sus contras, sus desafíos y sus peligros. Algo de esto ha hecho Benedicto XVI en su último mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales. El mundo digital, Internet principalmente, es un instrumento indispensable de evangelización, o dicho de modo más cercano, de difusión del amor y la verdad, del Amor y la Verdad.
El mundo digital ofrece posibilidades casi ilimitadas, de difusión, de presencia, de contacto. La semana pasada el asombro llegó a los ojos de muchos periodistas del Vaticano: un cardenal, serio, formal y de una edad considerable, Claudio María Celli, llegaba a la sala de prensa con un ordenador y presentaba el mensaje del Papa para la Jornada de las Comunicaciones proyectando un «power-point». ¿Simpático? Sí, pero también ejemplo de que el mundo digital permea la sociedad actual, y hay que hacerse todo a todos. La sociedad digital es un desafío para la difusión del amor y de la verdad, o sea, de Dios que siguen viviendo muy cerca del hombre.
Aquí llega la segunda paradoja: ¿Estamos realmente en la sociedad de la comunicación? Las posibilidades para comunicarnos con nuestros semejantes se han multiplicado, pero paradójicamente también ha crecido, y quizás en mayor proporción, el sentimiento de soledad de muchas personas, la cruel soledad que carcome al hombre, y de la que no le defiende un televisor, un monitor o un teléfono – blackberry. Comunicación no equivale a transmisión de contenidos, o al menos no para el hombre. Junto a la inteligencia, que recibe y «procesa» contenidos, tenemos un corazón, que ama y necesita amar.
Por ello Benedicto XVI lanza un mensaje a los católicos, y a todo hombre de buena voluntad: lo principal no es hacer cosas, transmitir mensajes, mover la información de un lugar a otro. Lo principal, y lo entiende muy bien un niño pequeño o un anciano, es el corazón que hay detrás de esas transmisiones, de esos chorros de bits que van y vienen por el ciberespacio.
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