Haití, la muerte y la vida
No estamos viendo una película; es la triste realidad, menguada por los medios de comunicación, a quienes desborda contar tanto mal y necesidad.
por José F. Vaquero
Han trascurrido ocho días, y las imágenes y noticias que nos llegan de Haití son cada vez más espeluznantes y escalofriantes: miles y miles de personas muertas o desaparecidas, cientos de miles de personas que han experimentado, en carne propia, lo que supone perder de repente a un padre, una madre, un hijo. Pocos son los que no han experimentado de cerca la pérdida de algún ser querido, un buen amigo, un compañero de trabajo…
Es impresionante cómo puede cambiar un país en apenas dos minutos. Cien segundos escasos de un fuerte movimiento sísmico, y la destrucción y la miseria acampan a sus anchas por este sufrido país. ¡Qué fina es la línea entre la vida y la muerte! Incluso aquí, en uno de los más pobres del mundo, ¡qué delgada es la línea entre la pobreza (la riqueza de haber sobrevivido), y la miseria de no tener nada, absolutamente nada, y haber perdido a buena parte de los seres queridos!
El hombre vive en un delicado equilibrio entre la destrucción, la desaparición, la nada, la muerte. En estas catástrofes naturales caemos un poco en la cuenta de este misterio. Parece que tienen que suceder, de vez en cuando, para que valoremos el don de la vida, con los grandes dones que nos asaltan a diaria, y pocas veces logran penetrar nuestra coraza de indiferencia y comodidad en el bienestar.
Más allá de la disputa político – militar por la actuación de Estados Unidos, y su supuesta conquista del país, aprovechando el caos actual, hay una gran humanidad que nos debe alegrar. Numerosas personas, muchas con desinterés, están llegando para ayudar en lo que puedan, poco o mucho, a este país agonizante. Sentados cómodamente en nuestro sofá, es fácil ver, como si fuera una película, a los pobres haitianos pegándose por coger algunos víveres y ayudas humanitarias. Pero no estamos viendo una película; es la triste realidad, menguada por los medios de comunicación, a quienes desborda contar tanto mal y necesidad.
Pocas veces he terminado de ver un telediario con buen sabor de boca. Las noticias iniciales suelen ser de corrupción, escándalos y engaños, cuando no de los dimes y diretes por la crisis. Y las finales, con demasiada frecuencia, muestran el verdadero fin de los medios de comunicación: entretenimiento frívolo del telespectador. Sin embargo, este martes la televisión pública ha cerrado con una noticia «humana»: la humanidad que nos enseñan los voluntarios y servicios asistenciales que hay en Haití, y sobre todo la humanidad de los damnificados, que aman y agradecen infinitamente este ser amados, incluso cuando no se ha podido hacer nada para salvar al padre o al hijo de pocos meses.
¿Por qué no habrá más noticias de este tipo? Está volviendo a la palestra la discusión por la asignatura de Educación para la ciudadanía, una asignatura con demasiado contenido ideológico bajo capa de «educar en valores». ¿Valen realmente esos valores? Si no, se parecen a la sal que se vuelve sosa, y sirve sólo para que la pise la gente. Creo que necesitamos mucho más la educación en humanidad, en esa humanidad que penetra en nuestra retina al ver las imágenes de estos haitianos que no tienen nada. Una humanidad que reorganiza nuestra jerarquía de valores, colocando a la cabeza el amor, la solidaridad, la comprensión, y baja a lugares muy inferiores el tener, la riqueza, el poder.
Sin caer en un miedo insano a la muerte, razón tenía Tomás de Kempis al aseverar: «Piensa en los novísimos y tu vida cambiará, serás hombre de bien, no harás el mal, no pecarás».
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