El corazón de Cristo es carne, víscera que palpita
por Carmen Castiella
Descubrir el Amor de Dios de modo experiencial, vital, no teórico a través de palabras y discursos, es el mayor descubrimiento, no solo espiritual sino también psicológico y social, que podemos hacer a lo largo de nuestra vida. La vida es otra cosa cuando uno descubre la pasión de Dios por cada uno de los hombres. El Corazón de Cristo nos ama hoy y ahora y se abrasa en deseos de ser amado.
Se ha escrito mucho sobre por qué la devoción al Corazón de Jesús es la principal devoción cristiana o la devoción por excelencia. Los calificativos pueden discutirse. Pero no hay duda de que la devoción al Corazón de Jesús apunta al centro de la vida cristiana porque amar un corazón de carne es el modo de penetrar directamente en el Amor del Dios Invisible. El Verbo se hizo carne. El centro de nuestra fe es Jesús, que nos invita a entrar en su Corazón a través de la llaga de su costado.
Hay eruditos que explican con detalle la historia de la devoción y de la espiritualidad del Corazón de Jesús y de las distintas consagraciones. Yo me limito a hacer mi minúsculo homenaje al Corazón de mi Señor, centrado en la reparación (entendida como consolar el Corazón de Cristo, tratando de mitigar la tristeza mortal del Huerto de los Olivos, donde sintió el completo abandono mientras cargaba con los pecados de todos los hombres) y en su relación con la Eucaristía, con el único propósito de que no sea algo teórico sino que lleve a la intimidad con Cristo.
El Corazón de Cristo se presenta como herido, traspasado y coronado de espinas. De ahí la reparación como parte esencial de esta devoción. Pretender consolar a Cristo mismo puede parecer pretencioso o ingenuo. Minúsculas criaturas pretendiendo consolar al Dios infinito que reina en los Cielos… Pero Jesús nos dice, como dijo a Santa Margarita, "tú al menos ámame" (27 de diciembre de 1673). Algo parecido al grito de San Francisco de Asís por los montes: "¡El amor no es amado! ¡El amor no es amado!”
El Corazón de Cristo es un lugar silencioso y lleno de ternura. Su costado herido es nuestro refugio. Son las “vísceras maternas del Señor, más misericordiosas aún que las de una madre” (Benedicto XVI, 8 de junio de 2005, cf. Is 49,15). Hablar del Corazón de Cristo es como tomar el Nombre de Dios en vano; hablar del Misterio mientras el Misterio mismo permanece en silencio… No es una realidad para hablar de ella sino para vivir en ella y para contemplarla. El Corazón de Cristo es carne, es víscera de un hombre joven suspendido entre la vida y la muerte; no es teoría. Es un corazón que en la Eucaristía palpita de amor por nosotros y podemos contemplarlo y tocarlo. Hay una relación estrechísima entre la Eucaristía y el Sagrado Corazón.
El Sagrado Corazón es un corazón real, que late y que nos permite tener una relación viva con Dios. Todavía no podemos contemplar el rostro de Cristo pero sí su corazón herido en la adoración eucarística. El corazón simboliza, más que el rostro, el amor. En este caso el amor de Dios que ha bajado, ha tomado forma humana y ha sido traspasado por nuestros pecados.
Leo en un libro sobre milagros eucarísticos -donde la fragmentación del pan consagrado derivó en sangre que todavía se conserva en los corporales- que el material analizado corresponde a “un corazón sangrante, que pertenece a un hombre joven, golpeado y condenado, oprimido por un estrés severo de tipo psicofísico y que, desde hace dos días, se encuentra suspendido entre la vida y la muerte" (Un cardiologo visita Gesù. I miracoli eucaristici alla prova della scienza [Un cardiólogo visita a Jesús. Los milagros eucarísticos, examinados por la ciencia]).
Y ese Corazón de carne, profundamente sensible y lleno de amor por los hombres, ha sido pisoteado una y otra vez, hasta haberse sentido “triste hasta la muerte”, angustia más difícil de sufrir que la misma muerte en la cruz:
· “Improperio y miseria recibió mi corazón, y busqué quién compartiera mi tristeza y no lo hubo; busqué quien lo consolara y no lo hallé” (Sal 68, 21). Este reproche que hace Jesús en la liturgia nos lo dirige con dulzura a cada uno de sus “amigos”.
· Santa Margarita escuchó al Señor decir: "He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres recibo ingratitud, irreverencia y desprecio... Tengo sed y me abraso en deseos de ser amado por los hombres”.
· Benedicto XVI afirmó que "al ver el corazón del Señor, debemos mirar el costado traspasado por la lanza donde resplandece la inagotable voluntad de salvación por parte de Dios”.
· Orígenes en el siglo III ya decía que “Dios sufre pasión de amor”; en esta línea, Benedicto XVI habló también del “amor apasionado de Dios por su pueblo. Dios es un amante con toda la pasión de un verdadero amor, descrito por los profetas Oseas y Ezequiel con imágenes eróticas audaces” (Deus Caritas Est).
· Henri Nouwen, Con el corazón en ascuas: “Este intenso deseo de Dios de entrar en comunión, en una relación íntima con cada uno de nosotros es el centro de la Eucaristía. Este deseo de íntima comunión es el grito más profundo del Corazón de Dios y del nuestro, porque hemos sido creados con un corazón que sólo puede ser satisfecho por Aquel que lo ha creado. Dios puso en nuestros corazones un deseo de comunión unión que sólo Él puede satisfacer. Dios lo sabe, pero nosotros solemos ignorarlo, pues seguimos buscando en cualquier otro lugar esa experiencia de unión y pertenencia”.
· “Predicad mi Amor! Predicad la devoción al Corazón de Jesús. Sí, dad razones. Pero sobre todo dad Amor, dad de mi Amor. El Amor mueve a los corazones más empedernidos y más alejados. Salvad la juventud para Mí. No lo olvidéis; con mucho amor. Con mucho amor. Esta es la generación del desamor. Nadie se siente amado. Dadles amor y mostradles así que Yo soy Amor. Que, aunque nadie les ame, Yo les amo. Decídselo. No lo saben. ¡Decídselo!” (Libro rojo de la VDCJ [Verdadera Devoción al Corazón de Jesús], dictados de Jesús a Marga, pendiente del juicio definitivo sobre la realidad sobrenatural de los escritos que corresponde a la autoridad del Magisterio de la Iglesia a quien corresponde “no apagar el Espíritu sino analizarlo todo y quedarse con lo bueno”, TS 5, 19-21).
· No solo santos y místicos han escrito sobre el Corazón de Jesús. Transcribo una cita del provocador Emil Cioran en Lágrimas y santos. Emociona y desconcierta el drama que escondía Cioran detrás de su poesía “maldita”. Sus palabras sobre el Corazón de Jesús no son cínicas sino sorprendentemente tiernas: “En el Juicio Final solo las lágrimas pesarán. El Corazón de Jesús es la almohada de los cristianos. ¡Ah, cómo entiendo a los místicos que deseaban dormir sobre Él! Pero mis dudas no pueden conducirme más allá de las sombras de su Corazón. Esas sombras celestiales son mi único refugio”.
Acabo con JC de Mecano (Tú y yo), homenaje al Corazón de nuestro Dios en el día del Sagrado Corazón de Jesús.
También invito a escuchar Hay un Corazón que mana de Gonzalo Mazarrasa:
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