Sábado, 21 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Ciencia, bioética y «neolengua»


La bioética personalista se fundamenta en una antropología y una moral cristiana pero también es coherente con los datos de la ciencia, mientras que la bioética utilitarista responde más a una ideología materialista que no ve diferencias entre un ser humano, un pato o una rana.

por Nicolás Jouve

Opinión

En determinados foros se han planteado dudas de naturaleza no biológica sobre el inicio de la vida humana y el significado de la etapa embrionaria y fetal, cuya existencia se reconoce pero cuyo valor se niega. Cuando esto ocurre es usualmente por razones ideológicas, ya que no suele ir acompañado de argumentos que, en base a datos objetivos y científicos, apoyen las tesis que sostienen y que expliquen el porqué de su opinión sobre el menor valor de la vida humana en determinadas etapas o circunstancias de la vida. Deberían explicar por qué otorgan un menor valor a la vida humana de un embrión o un bebé en gestación, sea o no portador de alguna deficiencia genética, o de una persona adulta con alguna deficiencia mental o en determinadas situaciones de pérdida de conciencia o riesgo de muerte.
 
En cualquier caso, dada la existencia de posturas tan opuestas, se hace necesario considerar dos tipos de perspectivas o dimensiones que ayuden a comprender el valor de la vida humana naciente. Estas son la “científica”, y en particular de la biología y la genética, y la ética, es decir de la “bioética”. La ciencia aporta los datos y la bioética los debe tener cuenta siempre, para medir las acciones que son aceptables de las que no lo son de acuerdo con una valoración moral.
 
De estas dos perspectivas, la “científica” es realmente fácil de asumir en el momento presente dada la acumulación de conocimientos que se han ido produciendo por las ciencias relacionadas con el inicio de la vida, como la Biología Celular, Biología Molecular, Embriología, Genética, etc. Son datos objetivos y como tales no admiten discusión. La segunda perspectiva, la de la “bioética”, es sin embargo más volátil, por la variabilidad de criterios morales o de escalas de valoración que se podrían aplicar de acuerdo con las creencias o los dogmas de cada uno. Estos van desde el respeto absoluto a la vida humana como un bien irrenunciable que hay mantener por razones de dignidad -la vida como un fin en sí mismo y nunca como un medio-, a la de quienes miden el valor de la vida humana en función de parámetros físicos o psíquicos, grado de consciencia, etc. y que por tanto determina la relatividad del valor de cada vida…. Son los extremos en que se mueve hoy la bioética y que van desde una perspectiva “personalista”, que respeta la dignidad y reclama la defensa de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, a una perspectiva “utilitarista”, que relativiza el valor de la vida humana y sostiene que los embriones o los fetos tienen menos valor que un adulto por no haber desarrollado aun la consciencia. Entre ambos extremos hay otros modos de abordar estos temas, pero que en realidad no son más que posturas intermedias, de consensos imposibles o de conveniencias inverosímiles, ya que casi siempre renuncian a las verdades objetivas o los datos de la ciencia.
 
La bioética personalista se fundamenta en una antropología y una moral cristiana pero también es coherente con los datos de la ciencia, mientras que la bioética utilitarista responde más a una ideología materialista que no ve diferencias entre un ser humano, un pato o una rana. Es la diferencia también entre quienes anteponen la vida humana a las circunstancias temporales o de salud de los seres humanos y quienes anteponen la calidad o las circunstancias a la propia vida humana.
 
En cualquier caso, los datos de la ciencia son importantes siempre, y hay hechos irrefutables y positivos que no se pueden manipular sino reconocer y valorar sin evasivas semánticas o eufemismos, tan al uso en los temas de bioética. Por ello, viene bien repasar los principales datos sobre la vida humana naciente que registramos en los cuatro primeros puntos del Manifiesto de Madrid, publicado el 29 de febrero de 2009:
 
a. La vida empieza en el momento de la fecundación. Los conocimientos más actuales así lo demuestran: la Genética señala que la fecundación es el momento en que se constituye la identidad genética singular; la Biología Celular explica que los seres pluricelulares se constituyen a partir de una única célula inicial, el cigoto, en cuyo núcleo se encuentra la información Genética que se conserva en todas las células y es la que determina la diferenciación Celular; la Embriología describe el desarrollo y revela cómo se desenvuelve sin solución de continuidad.
 
b. El cigoto es la primera realidad corporal del ser humano. Tras la constitución del material genético del cigoto, procedente de los núcleos gaméticos materno y paterno, el núcleo resultante es el centro coordinador del desarrollo, que reside en las moléculas de ADN, resultado de la adición de los genes paternos y maternos en una combinación nueva y singular.
 
c. El embrión (desde la fecundación hasta la octava semana) y el feto (a partir de la octava semana) son las primeras fases del desarrollo de un nuevo ser humano y en el claustro materno no forman parte de la sustantividad ni de ningún órgano de la madre, aunque dependa de ésta para su propio desarrollo.
 
d. La naturaleza biológica del embrión y del feto humano es independiente del modo en que se haya originado, bien sea proveniente de una reproducción natural o producto de reproducción asistida.
 
No hay que darle más vueltas, ni retorcer la verdad o tratar de ocultarla por medio de esa “neolengua” al uso, que diría mi admirado amigo José Miguel Serrano Ruiz-Calderón ("Aspectos jurídicos, políticos y sociales de la maternidad subrogada", en La maternidad subrogada. Qué es y cuáles son sus consecuencias), que dice que su objetivo fundamental no es favorecer una vía de nuevo pensamiento más ágil, o permitir amoldar los cerebros a la ideología que domina, y que nos recuerda a Orwell (1984) al señalar que: “El propósito de la nueva lengua no era solo proporcionar un medio de expresión para la visión del mundo y los hábitos mentales de los Ingsoc sino hacer imposible toda otra forma de pensamiento”.
 
El diccionario de la Real Academia de la Lengua dice del eufemismo que significa una manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante. No es otra cosa lo que pretenden las extravagantes expresiones de: “interrupción voluntaria del embarazo”, para ocultar la realidad del aborto; “preembrión”, para evitar el reconocimiento de la naturaleza de los embriones procedentes de la fecundación in vitro; “conglomerado de células”, para desvirtuar la organización de los embriones tempranos; “salud sexual” para ocultar el control de la natalidad por los múltiples métodos al uso; “muerte digna” para disimular cualquier iniciativa a favor de la eutanasia; “nuevos modelos de familia” para tratar de minimizar el valor de la familia natural; “nueva ética” para relativizar la existencia de una ética basada en la ley natural; “género” para evitar el reconocimiento del sexo biológico; “vientres de alquiler”, para evitar señalar que una maternidad subrogada supone utilizar a una persona como una incubadora y no solo su útero, etc.
 
Ante tanta elucubración, solo resta poner las cosas en su sitio y poner un poco de orden en la secuencia lógica con la que se deben entender estas cosas. Primero se deben conocer los datos, papel de la “ciencia”, para después racionalizarlos y valorarlos, papel de la “filosofía” y la “ética”, para finalmente adaptar las medidas o las leyes que protejan la verdad, papel del “derecho”. Lo cierto es que en muchos de los temas de “ingeniería social” asistimos al orden inverso, primero se aprueban las leyes, sin atender a los datos de la ciencia ni a la lógica y luego nos tratan de convencer con el disfraz de los eufemismos y la neolengua. El mundo al revés. Así nos va.
 
Publicado en Páginas Digital.
Nicolás Jouve es catedrático emérito de Genética.
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