Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

San José: el protector contra la duda


La suerte de la llegada del Mesías quedaba en manos de un hombre bueno, pero al fin y al cabo de un hombre.

por Eduardo Gómez

Opinión

José de Nazaret tuvo una de las pruebas más duras a las que se puede ver sometido un hombre: conocer el embarazo de su mujer con la que no había mantenido relaciones y asumirlo. Semejante desafío era misión imposible sin la ayuda de Dios. Repudiar a su esposa en público era imperdonable, pero no hacerlo en privado hubiera sido inevitable, era demasiado para el hijo de Jacob. Determinadas empresas no están a nuestro alcance sin asistencia divina. Aun siendo de la estirpe del Rey David, no pasaba de humilde carpintero, pero ser esposo de María y padre putativo de Jesús iba a comportar grandes sacrificios.
 
Hay avisos para navegantes y otros para escépticos. Dios tiene para todos. San José, aun pareciendo un personaje colateral en el Nuevo Testamento o verse relegado a un segundo plano, fue crucial para el advenimiento más importante de la Historia de la Humanidad. Sin su concurso no hubiera sido posible. Hubo de proteger a María en público ante tan inexplicable suceso, y confiar. María podía haber sido repudiada por la comunidad de Belén, tomada por adúltera y lapidada sin compasión, tal como penaba la Torá el adulterio. La suerte de la llegada del Mesías quedaba en manos de un hombre bueno, pero al fin y al cabo de un hombre. La aparición del ángel no se iba a hacer esperar, San José tenía que conocer los planes de Dios y así fue. El ángel del Señor le dijo cómo había concebido su esposa y que su hijo iba a ser El Salvador.
 
En 1989 se publicaba Redemptoris Custos, la exhortación apostólica de San Juan Pablo II acerca de San José en donde se le reconoce como depositario del misterio de Dios. Pregunta para escépticos e incrédulos: ¿realmente creen que el nombre de Jesús fue elegido al azar por sus padres? Jesús significa el ungido, el salvador. Hay que tener una mente sobrerretorcida para pensar que José y María pondrían a su hijo ese nombre y no otro por antojo.

En la misma línea, especular con que la razón por la cual tomaron a Jesús y huyeron a Egipto fue distinta a la Revelación, sobrepujaría los límites de la cordura. Y si diéramos validez al supuesto contenido en los evangelios apócrifos (no aceptado por la Iglesia católica), según el cual José tenía seis hijos más, anteriores a su matrimonio con María, aún sería más inverosímil pensar en la huida sin conocer el plan salvífico; por razones obvias: ¿hubiera sido capaz de poner en peligro la vida de todos sus hijos sin una razón capital? ¿No hubiera sido mejor esperar acontecimientos en lugar de huir y de arriesgarse a ser prendido y ver represaliada a toda la familia en caso de ser capturados? No podía haber razón alguna distinta a una revelación y una confianza en Dios a prueba de bombas. No es una elucubración, sino una deducción lógica (la única posible) de que San José estaba al tanto de los designios divinos, más aún, que le fueron comunicados expresamente.

Tampoco es casual que la Iglesia, entre otras muchas distinciones, lo proclamara protector contra la duda; el comportamiento de San José es una de los principales testimonios de fe. Se supone que murió mucho antes que su esposa e hijo, antes del inicio de la predicación de Jesucristo, pero su importancia en el plan de Dios fue capital.
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