Nunca hay que saltar de la barca
El catolicismo se enfrenta al desafío globalista y a toda su ristra de mamporreros anticlericales, que lanzan un torpedo tras otro a la Iglesia aprovechando cualquier signo de debilidad, pero de nada valdrá el asedio si se mantiene la unidad, si la roca permanece intacta.
por Eduardo Gómez
Decir que se avecinan tiempos difíciles en la Iglesia es impreciso, pues ya vivimos tiempos difíciles en la Casa del Señor. Hace mucho que el Papa emérito Benedicto XVI dijo que la crisis de la Iglesia era una crisis de fe. No se equivocaba, porque esa es la única crisis que puede poner en peligro la Iglesia. La palabra “Pedro” viene de Petrus (en latín), que significa piedra, en el sentido de firme como una roca. Asistimos a una etapa truculenta donde los enemigos de la Iglesia advierten signos de debilidad y división y tratan de urgar en la herida. Determinadas deliberaciones de Su Santidad han suscitado críticas internas no solo dentro del Vaticano también en toda la comunidad católica. El cardenal Burke -quien pertenece al sector de la Iglesia que ha manifestado discrepancias respecto a la línea actual del papado- salía al paso al dar a entender que bajo ningún concepto debe haber un cisma en la Iglesia Católica. Sabias palabras. La prevalencia no se alcanza sin unidad, para ello hay que perseverar y la barca de Pedro siempre tuvo que aguantar marejadas. Es legítimo disentir del Papa, pero no renegar de él, sería tanto como saltar de la barca. Ya lo hicieron Lutero y los de su estirpe con funestas consecuencias, que fueron aún mayores para los esquiroles en términos de unidad y fe .
La crítica en torno al Papa Francisco está empezando a alcanzar niveles de histeria; cada palabra que dice se mete en el laboratorio de la crítica más capciosa. El asunto está alcanzando cotas irrisorias sobre todo entre el sector de los liberales, peritando últimamente cada declaración del Papa, como si doctores no tuviera ya la Iglesia. Que sea la corte liberal, en su irreverente liberalismo, la que venga a hacer el peritaje de las labores católicas y apostólicas... ¡manda romana! No estamos hablando de un miembro cualquiera de la comunidad católica, estamos hablando del Vicario de Jesucristo. Olvidarlo es perder la perspectiva, y renegar de él es hacer grietas en la roca. ¿Qué atribuciones nos dio nuestro Maestro para renunciar a ninguno de Sus vicarios? Se puede disentir de determinadas posiciones del Papa respecto a temas que hoy día están muy en boga, pero jamás de su legitimidad como sucesor de Pedro y lo que representa. En la primitiva comunidad de Jerusalén, no faltaron disputas e incluso se atestigua que hubo discípulos con mayor protagonismo que Pedro, entre ellos Pablo -a quien se consideraba la figura dominante de la Iglesia primigenia-, pero nunca se impugnó la autoridad de Pedro, cabeza de la Iglesia, algo que el Señor había confiado a Pedro en Cesarea de Filipo.
La Iglesia como institución ha prevalecido -entre otras cosas- porque siempre se veló por la unidad. Era y es el objetivo principal: esperar y prevalecer. El legado de Jesucristo no se puede ir desojando como las margaritas ni someter a referendos, cayendo en trampas paganas. El catolicismo se enfrenta al desafío globalista y a toda su ristra de mamporreros anticlericales, que lanzan un torpedo tras otro a la Iglesia aprovechando cualquier signo de debilidad, pero de nada valdrá el asedio si se mantiene la unidad, si la roca permanece intacta. Para los tentados a saltar de la barca de Pedro, éste es uno de los últimos mensajes: “Nunca seré parte de un cisma incluso si soy castigado por enseñar y defender la fe católica” (cardenal Burke).
La crítica en torno al Papa Francisco está empezando a alcanzar niveles de histeria; cada palabra que dice se mete en el laboratorio de la crítica más capciosa. El asunto está alcanzando cotas irrisorias sobre todo entre el sector de los liberales, peritando últimamente cada declaración del Papa, como si doctores no tuviera ya la Iglesia. Que sea la corte liberal, en su irreverente liberalismo, la que venga a hacer el peritaje de las labores católicas y apostólicas... ¡manda romana! No estamos hablando de un miembro cualquiera de la comunidad católica, estamos hablando del Vicario de Jesucristo. Olvidarlo es perder la perspectiva, y renegar de él es hacer grietas en la roca. ¿Qué atribuciones nos dio nuestro Maestro para renunciar a ninguno de Sus vicarios? Se puede disentir de determinadas posiciones del Papa respecto a temas que hoy día están muy en boga, pero jamás de su legitimidad como sucesor de Pedro y lo que representa. En la primitiva comunidad de Jerusalén, no faltaron disputas e incluso se atestigua que hubo discípulos con mayor protagonismo que Pedro, entre ellos Pablo -a quien se consideraba la figura dominante de la Iglesia primigenia-, pero nunca se impugnó la autoridad de Pedro, cabeza de la Iglesia, algo que el Señor había confiado a Pedro en Cesarea de Filipo.
La Iglesia como institución ha prevalecido -entre otras cosas- porque siempre se veló por la unidad. Era y es el objetivo principal: esperar y prevalecer. El legado de Jesucristo no se puede ir desojando como las margaritas ni someter a referendos, cayendo en trampas paganas. El catolicismo se enfrenta al desafío globalista y a toda su ristra de mamporreros anticlericales, que lanzan un torpedo tras otro a la Iglesia aprovechando cualquier signo de debilidad, pero de nada valdrá el asedio si se mantiene la unidad, si la roca permanece intacta. Para los tentados a saltar de la barca de Pedro, éste es uno de los últimos mensajes: “Nunca seré parte de un cisma incluso si soy castigado por enseñar y defender la fe católica” (cardenal Burke).
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