Construyendo la vida profesional... y la vida
Pasamos muchas horas en la oficina, pero hay que saber trabajar. El Principito, el barrendero de Momo, el jugador de ping pong, una antena o una vela en la oscuridad nos dan interesantes lecciones sobre cómo vivir mejor.
por José F. Vaquero
Santa Teresa de Jesús, la gran santa de Ávila, solía decir que esta vida es como una mala noche en una mala posada, pero es importante saber vivirla del mejor modo posible. Hemos de asegurarnos de que pasaremos la noche y llegaremos al alba de la vida nueva, la vida feliz, la vida eterna. Necesitamos que el cielo esté bien clavado en el horizonte, pero nunca a tanta altura que no toque nuestra vida de cada día, aquí y ahora. La misma Teresa solía decir que también entre los pucheros anda el Señor. En este siglo XXI, estos pucheros y fogones están en la oficina, en el despacho, en casa con la familia y conviviendo con amigos. Las siguientes reflexiones han surgido, principalmente, de la oficina, del despacho, del campo profesional. Pero el ser humano vive una única vida, aunque la llame con distintos nombres (familiar, profesional, amistosa), así que sus posibles aplicaciones se extienden a cualquier ámbito.
1. El barrendero de Momo. No me refiero al palacio de los Momos, ubicado en la románica ciudad de Zamora, sino a un libro escrito por Michel Ende, el autor de La historia interminable. Además de esa novela, de reconocida fama en su época y conocida también por su película y su banda sonora, este autor escribió otra novela juvenil titulada Momo. La protagonista, una niña que vive feliz y despreocupada, se convierte en el principal enemigo de los Hombres grises. Estos seres tristes viven gracias al tiempo que roban a los hombres, preocupados de hacer siempre más cosas en menos tiempo, e ingresar más minutos en el banco del tiempo.
Uno de los grandes amigos de Momo, a quien atacaron los hombres grises, fue un sencillo barrendero. Su preocupación en el trabajo: la siguiente barrida, el siguiente paso, y a su tiempo –nunca se obsesionaba por ello- llegará al final de la calle. La vida profesional es, simplificando mucho sus quehaceres, una colección de cosas que vamos haciendo. Pero hay que hacerlas paso a paso, una detrás de otra, sin pesar en los 500 o 600 números que tiene la calle Alcalá de Madrid, o la calle más larga de nuestra ciudad.
De modo más gráfico, aunque menos delicado, he oído a varios compañeros repetir, ante un problema o un reto: hagamos como Jack el Destripador: “Vamos por partes”. Las partes, para este personaje, eran cachitos de sus víctimas, pero la actitud que hay detrás es muy sabia.
También Jesucristo nos enseñó esta actitud. Después de contemplar y describir la belleza de los lirios del campo y el cuidado del Padre para embellecerlos, concluye: “Bástale a cada día su afán” (Mt 6, 34). Vamos a resolver el afán de hoy, y luego, a su debido tiempo, trabajaremos en el siguiente afán.
2. El Principito, y su constante manía de preguntar. Este simpático personaje, también con alma de niño, tenía curiosidad, quería saber. Y jamás, recuerda varias veces Saint-Exupéry, olvidaba una pregunta una vez formulada. ¡Cuántos temas quedan sin respuesta en nuestras oficinas, despachos, aulas…! Con frecuencia se trata de preguntas nada fáciles, o no urgentes para este momento. Pero, casi siempre, una pregunta no respondida volverá, volverá, volverá, y si nos descuidamos, nos desesperará. Es mejor apuntar las preguntas, y repasarlas cada una o dos semanas, que dejarla transitar como un boomerang asesino, que regresará cuando menos lo esperemos.
San Juan de la Cruz, ese medio fraile que decía Santa Teresa, gran místico y elevado poeta español del Siglo de Oro, habla del águila que no lograr elevarse a las alturas. El motivo puede estar en una gran cadena o en un simple hilo; uno y otro le atan a la tierra e impiden su vuelo. Es importante responder a las grandes preguntas, para no quedar encadenado en la tierra, pero también a los pequeños interrogantes, que nos dejan igualmente atados a la tierra. Cada uno según su orden e importancia; hay respuestas urgentes y otras que pueden esperar su tiempo. Pero todas nos pueden impedir subir a las alturas.
3. El buen jugador de ping pong. En el día a día de nuestro trabajo, sobre todo si no estamos muy arriba en la pirámide empresarial, tenemos que responder a muchas peticiones, incluso demasiadas, y de diversas procedencias. Y lo podemos hacer siguiendo el esquema de este deporte. Cuando nos llega una pelota, una petición, tenemos básicamente tres opciones. O bien no hacemos nada, y se anota un punto en nuestra contra. O bien devolvemos más o menos la pelota, y a las pocas horas o días la tenemos de nuevo en nuestro campo. O bien la devolvemos perfectamente, anotando un punto a nuestro favor, y obligando a que el que está en frente no nos responda o nos envíe un sencillo “Gracias”.
Lo ideal, y lo que más nos agrada, es la tercera opción. Nos anotamos un punto a nuestro favor, lo cual no hay que interpretarlo como un punto en contra del que tenemos en frente. Pero no siempre es fácil ni inmediato. Muchas veces tenemos que devolver la pelota para que el otro nos aclare la petición, nos detalle este o aquel aspecto, o alguien nos resuelva parte o toda la petición. No pasa nada, con tal de que, al final, podamos dar el golpe certero para anotarnos el punto.
4. Las antenas de la comunicación. Numerosos pensadores llaman a este siglo XXI la era de la comunicación. Y en las últimas décadas se han multiplicado estas curiosas plantas, las antenas, que permiten y facilitan esta comunicación. Yo soy bastante crítico con este nombre. No creo que estemos en la era de la comunicación, sino de la hiper-conexión. Estamos ultra conectados, en muchos lugares, y a todas horas. Pero también constatamos serios problemas de comunicación. Hay mucha soledad, muchas malas interpretaciones y malas comprensiones de una petición, una indicación, una solicitud.
La teoría clásica de la comunicación habla de cinco elementos o componentes: el emisor emite un mensaje que recibe el receptor. Es decir, emisor y receptor, medios por el que emitimos y recibimos, y el contenido del mensaje en sí. Daría para mucho analizar estos cinco elementos, pero prefiero concretarlo en algunos interrogantes, a modo de examen profesional. Después de recibir una petición de alguien, jefe, compañero o cliente, conviene preguntarme: ¿Qué quiere o necesita? ¿Qué le voy a responder? ¿Qué va a entender de mi respuesta? ¿Le puede solucionar el problema?
La valía técnica no es de por sí garantía del éxito. Los publicistas dirían que “hay que saber venderse”, conseguir que el cliente se dé cuenta de que mi producto le interesa. Y si mi potencial cliente no entiende inglés, ¿por qué le voy a lanzar el mensaje en inglés? Su aparato receptor, su antena, no captará mi mensaje, y por tanto no llegará al sujeto receptor. Y lo mismo se aplica para las palabras o el tipo de lenguaje que usamos.
Jesucristo, Buen Pastor, es también un modelo de comunicación. Llama a las ovejas por su nombre, porque le interesa la persona individual que está en frente. Pedro, Mateo, Zaqueo, Simón, Andrés, Pablo… Personas concretas, con quien establece lazos personales, se comunica. Y en sus conversaciones la prioridad y el ritmo las marca el otro, no Él.
5. Una vela en la oscuridad. Las quejas y protestas nos surgen con gran facilidad, casi por generación espontánea. Sin embargo, olvidamos que de poco sirve maldecir la oscuridad, es más productivo encender una vela. La psicología actual, analizando situaciones personales duras y difíciles, habla de resiliencia. Es un concepto tomado de la física, y expresa la capacidad de recuperar la forma ante un duro golpe. En el ámbito psicológico, una circunstancia traumática: un accidente que te deja parapléjico, la muerte de un hijo… Uno de estos gigantes de la resiliencia recordaba: si en tu vida hay oscuridad, no llores sino busca las estrellas. Las lágrimas te nublarán la visión, y no las podrás descubrir. Con facilidad se nos escapan muchas energías en quejarnos y las malgastamos en protestar. ¿Qué conseguimos? Que la dificultad del trabajo aumente, crezca.
1. El barrendero de Momo. No me refiero al palacio de los Momos, ubicado en la románica ciudad de Zamora, sino a un libro escrito por Michel Ende, el autor de La historia interminable. Además de esa novela, de reconocida fama en su época y conocida también por su película y su banda sonora, este autor escribió otra novela juvenil titulada Momo. La protagonista, una niña que vive feliz y despreocupada, se convierte en el principal enemigo de los Hombres grises. Estos seres tristes viven gracias al tiempo que roban a los hombres, preocupados de hacer siempre más cosas en menos tiempo, e ingresar más minutos en el banco del tiempo.
Uno de los grandes amigos de Momo, a quien atacaron los hombres grises, fue un sencillo barrendero. Su preocupación en el trabajo: la siguiente barrida, el siguiente paso, y a su tiempo –nunca se obsesionaba por ello- llegará al final de la calle. La vida profesional es, simplificando mucho sus quehaceres, una colección de cosas que vamos haciendo. Pero hay que hacerlas paso a paso, una detrás de otra, sin pesar en los 500 o 600 números que tiene la calle Alcalá de Madrid, o la calle más larga de nuestra ciudad.
De modo más gráfico, aunque menos delicado, he oído a varios compañeros repetir, ante un problema o un reto: hagamos como Jack el Destripador: “Vamos por partes”. Las partes, para este personaje, eran cachitos de sus víctimas, pero la actitud que hay detrás es muy sabia.
También Jesucristo nos enseñó esta actitud. Después de contemplar y describir la belleza de los lirios del campo y el cuidado del Padre para embellecerlos, concluye: “Bástale a cada día su afán” (Mt 6, 34). Vamos a resolver el afán de hoy, y luego, a su debido tiempo, trabajaremos en el siguiente afán.
2. El Principito, y su constante manía de preguntar. Este simpático personaje, también con alma de niño, tenía curiosidad, quería saber. Y jamás, recuerda varias veces Saint-Exupéry, olvidaba una pregunta una vez formulada. ¡Cuántos temas quedan sin respuesta en nuestras oficinas, despachos, aulas…! Con frecuencia se trata de preguntas nada fáciles, o no urgentes para este momento. Pero, casi siempre, una pregunta no respondida volverá, volverá, volverá, y si nos descuidamos, nos desesperará. Es mejor apuntar las preguntas, y repasarlas cada una o dos semanas, que dejarla transitar como un boomerang asesino, que regresará cuando menos lo esperemos.
San Juan de la Cruz, ese medio fraile que decía Santa Teresa, gran místico y elevado poeta español del Siglo de Oro, habla del águila que no lograr elevarse a las alturas. El motivo puede estar en una gran cadena o en un simple hilo; uno y otro le atan a la tierra e impiden su vuelo. Es importante responder a las grandes preguntas, para no quedar encadenado en la tierra, pero también a los pequeños interrogantes, que nos dejan igualmente atados a la tierra. Cada uno según su orden e importancia; hay respuestas urgentes y otras que pueden esperar su tiempo. Pero todas nos pueden impedir subir a las alturas.
3. El buen jugador de ping pong. En el día a día de nuestro trabajo, sobre todo si no estamos muy arriba en la pirámide empresarial, tenemos que responder a muchas peticiones, incluso demasiadas, y de diversas procedencias. Y lo podemos hacer siguiendo el esquema de este deporte. Cuando nos llega una pelota, una petición, tenemos básicamente tres opciones. O bien no hacemos nada, y se anota un punto en nuestra contra. O bien devolvemos más o menos la pelota, y a las pocas horas o días la tenemos de nuevo en nuestro campo. O bien la devolvemos perfectamente, anotando un punto a nuestro favor, y obligando a que el que está en frente no nos responda o nos envíe un sencillo “Gracias”.
Lo ideal, y lo que más nos agrada, es la tercera opción. Nos anotamos un punto a nuestro favor, lo cual no hay que interpretarlo como un punto en contra del que tenemos en frente. Pero no siempre es fácil ni inmediato. Muchas veces tenemos que devolver la pelota para que el otro nos aclare la petición, nos detalle este o aquel aspecto, o alguien nos resuelva parte o toda la petición. No pasa nada, con tal de que, al final, podamos dar el golpe certero para anotarnos el punto.
4. Las antenas de la comunicación. Numerosos pensadores llaman a este siglo XXI la era de la comunicación. Y en las últimas décadas se han multiplicado estas curiosas plantas, las antenas, que permiten y facilitan esta comunicación. Yo soy bastante crítico con este nombre. No creo que estemos en la era de la comunicación, sino de la hiper-conexión. Estamos ultra conectados, en muchos lugares, y a todas horas. Pero también constatamos serios problemas de comunicación. Hay mucha soledad, muchas malas interpretaciones y malas comprensiones de una petición, una indicación, una solicitud.
La teoría clásica de la comunicación habla de cinco elementos o componentes: el emisor emite un mensaje que recibe el receptor. Es decir, emisor y receptor, medios por el que emitimos y recibimos, y el contenido del mensaje en sí. Daría para mucho analizar estos cinco elementos, pero prefiero concretarlo en algunos interrogantes, a modo de examen profesional. Después de recibir una petición de alguien, jefe, compañero o cliente, conviene preguntarme: ¿Qué quiere o necesita? ¿Qué le voy a responder? ¿Qué va a entender de mi respuesta? ¿Le puede solucionar el problema?
La valía técnica no es de por sí garantía del éxito. Los publicistas dirían que “hay que saber venderse”, conseguir que el cliente se dé cuenta de que mi producto le interesa. Y si mi potencial cliente no entiende inglés, ¿por qué le voy a lanzar el mensaje en inglés? Su aparato receptor, su antena, no captará mi mensaje, y por tanto no llegará al sujeto receptor. Y lo mismo se aplica para las palabras o el tipo de lenguaje que usamos.
Jesucristo, Buen Pastor, es también un modelo de comunicación. Llama a las ovejas por su nombre, porque le interesa la persona individual que está en frente. Pedro, Mateo, Zaqueo, Simón, Andrés, Pablo… Personas concretas, con quien establece lazos personales, se comunica. Y en sus conversaciones la prioridad y el ritmo las marca el otro, no Él.
5. Una vela en la oscuridad. Las quejas y protestas nos surgen con gran facilidad, casi por generación espontánea. Sin embargo, olvidamos que de poco sirve maldecir la oscuridad, es más productivo encender una vela. La psicología actual, analizando situaciones personales duras y difíciles, habla de resiliencia. Es un concepto tomado de la física, y expresa la capacidad de recuperar la forma ante un duro golpe. En el ámbito psicológico, una circunstancia traumática: un accidente que te deja parapléjico, la muerte de un hijo… Uno de estos gigantes de la resiliencia recordaba: si en tu vida hay oscuridad, no llores sino busca las estrellas. Las lágrimas te nublarán la visión, y no las podrás descubrir. Con facilidad se nos escapan muchas energías en quejarnos y las malgastamos en protestar. ¿Qué conseguimos? Que la dificultad del trabajo aumente, crezca.
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