Los testigos del tiempo
Somos los únicos seres que, en sentido propio, tenemos abuelos. ¿Qué tendrán de especial estos seres, y estas relaciones ampliamente intergeneracionales?
por José F. Vaquero
Hace unos meses llegó una caja nueva a casa del abuelo: un tocadiscos. Los nietos, admirados, veían aquel aparato que, según les habían contado, producía música. El abuelo toma un disco “muy grande” y lo coloca en el centro de la caja; empieza a girar, y el abuelo, en una extraña maniobra, coloca encima una especie de aguja. Y se hace el milagro, empieza a sonar la mísica de una zarzuela. La cara de los nietos se abre como platos. “Lo que hace el abuelo”. Es sentir popular, y muy frecuente, que los nietos disfrutan, admiran y casi endiosan a sus abuelos. ¿Qué tendran estos seres, ya avanzados en edad, para despertar tales sentimientos?
Somos los únicos seres que, en sentido propio, tenemos abuelos. Perros, gatos y otros animales pueden tener biológicamente una “familia amplia”, pero su relación con ellos no va más allá de las primeras semanas o meses, cuando madre o padre les enseña a sobrevivir. Después, se acabaron las relaciones familiares. Sin embargo, el ser humano se relaciona, y cada vez más, con el padre de papá o de mamá; y también ellos interactúan con los hijos del hijo. ¿Qué tendrán de especial estos seres, y estas relaciones intergeneracionales?
El Papa Francisco habla de ello con cierta frecuencia,. En varios discursos a los jóvenes, esos niños más creciditos, les recuerda que vayan a ver a sus abuelos, que traten con ellos, les escuchen y les pregunten. El niño vive en el presente, sin pensar apenas en el pasado y sin grandes preocupaciones por el futuro. El joven empieza a ampliar su perspectiva temporal, dándose cuenta de que tiene historia, pasado y futuro. Y ahí juegan un papel importantísimo los abuelos, alguien del pasado que sigue viviendo en el presente, y por lo mismo tiene una mayor perspectiva histórica ante lo que sucede o puede suceder.
El abuelo es la unión y continuidad con el pasado; tenemos historia, un pasado y un futuro. A nadie le hace bien perder la conciencia de ser hijo, y mucho menos de ser nieto. La vida, ese principal don del que disfrutamos a diario, no nos la hemos dado nosotros, sino que la hemos recibido de alguien.
“Sus palabras, sus caricias o su sola presencia, ayudan a los niños a reconocer que la historia no comienza con ellos, que son herederos de un viejo camino y que es necesario respetar el trasfondo que nos antecede”. Ellos transmiten los valores perennes, acrisolados por el tiempo, y sin las prisas e impulsos de lo inmediato, de lo impulsivo. La experiencia y el paso del tiempo juegan a su favor, en opiniones, ideas, convicciones. Y es bueno que así se mantengan, para nos ser prisioneros de la inmediatez.
Francisco llega a afirmar que la ausencia de memoria histórica es un serio defecto de nuestra sociedad. No se refiere a la memoria histórica promovida desde las leyes en España, y que en numerosas ocasiones se ha mostrado sesgada, partidista y simplista, queriendo borrar hechos y figuras de nuestra historia. Se refiere a la conciencia de que tenemos pasado, y es importante conocerlo y recordarlo, con sus luces y con sus sombras. El futuro no se construye negando el pasado, sino integrándolo, desde una perspectiva del bien del hombre, más allá de partidos políticos, ideas o prejuicios. El tiempo pone las cosas en su lugar, pero tenemos que escuchar a “los testigos del tiempo”. Corremos el peligro de una gran orfandad, orfandad inmediata, biológica y social, por la destrucción de tantas familias. Pero también orfandad de nuestros antepasados, familiares y sociales, por una pretendida destrucción y olvido del pasado. Si quitamos la historia al hombre lo reducimos a un cúmulo de células que interactúan durante unos años, hasta que mueren y se disuelven a la más absoluta nada. El existencialismo llevado al nihilismo, desembocado en el teatro del absurdo.
Esa admiración por los abuelos propios se amplía también todos los abuelos, a los ancianos. Ellos, afirma Francisco “son hombres y mujeres, padres y madres que estuvieron antes que nosotros en el mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra diaria batalla por una vida digna”.
Somos los únicos seres que, en sentido propio, tenemos abuelos. Perros, gatos y otros animales pueden tener biológicamente una “familia amplia”, pero su relación con ellos no va más allá de las primeras semanas o meses, cuando madre o padre les enseña a sobrevivir. Después, se acabaron las relaciones familiares. Sin embargo, el ser humano se relaciona, y cada vez más, con el padre de papá o de mamá; y también ellos interactúan con los hijos del hijo. ¿Qué tendrán de especial estos seres, y estas relaciones intergeneracionales?
El Papa Francisco habla de ello con cierta frecuencia,. En varios discursos a los jóvenes, esos niños más creciditos, les recuerda que vayan a ver a sus abuelos, que traten con ellos, les escuchen y les pregunten. El niño vive en el presente, sin pensar apenas en el pasado y sin grandes preocupaciones por el futuro. El joven empieza a ampliar su perspectiva temporal, dándose cuenta de que tiene historia, pasado y futuro. Y ahí juegan un papel importantísimo los abuelos, alguien del pasado que sigue viviendo en el presente, y por lo mismo tiene una mayor perspectiva histórica ante lo que sucede o puede suceder.
El abuelo es la unión y continuidad con el pasado; tenemos historia, un pasado y un futuro. A nadie le hace bien perder la conciencia de ser hijo, y mucho menos de ser nieto. La vida, ese principal don del que disfrutamos a diario, no nos la hemos dado nosotros, sino que la hemos recibido de alguien.
“Sus palabras, sus caricias o su sola presencia, ayudan a los niños a reconocer que la historia no comienza con ellos, que son herederos de un viejo camino y que es necesario respetar el trasfondo que nos antecede”. Ellos transmiten los valores perennes, acrisolados por el tiempo, y sin las prisas e impulsos de lo inmediato, de lo impulsivo. La experiencia y el paso del tiempo juegan a su favor, en opiniones, ideas, convicciones. Y es bueno que así se mantengan, para nos ser prisioneros de la inmediatez.
Francisco llega a afirmar que la ausencia de memoria histórica es un serio defecto de nuestra sociedad. No se refiere a la memoria histórica promovida desde las leyes en España, y que en numerosas ocasiones se ha mostrado sesgada, partidista y simplista, queriendo borrar hechos y figuras de nuestra historia. Se refiere a la conciencia de que tenemos pasado, y es importante conocerlo y recordarlo, con sus luces y con sus sombras. El futuro no se construye negando el pasado, sino integrándolo, desde una perspectiva del bien del hombre, más allá de partidos políticos, ideas o prejuicios. El tiempo pone las cosas en su lugar, pero tenemos que escuchar a “los testigos del tiempo”. Corremos el peligro de una gran orfandad, orfandad inmediata, biológica y social, por la destrucción de tantas familias. Pero también orfandad de nuestros antepasados, familiares y sociales, por una pretendida destrucción y olvido del pasado. Si quitamos la historia al hombre lo reducimos a un cúmulo de células que interactúan durante unos años, hasta que mueren y se disuelven a la más absoluta nada. El existencialismo llevado al nihilismo, desembocado en el teatro del absurdo.
Esa admiración por los abuelos propios se amplía también todos los abuelos, a los ancianos. Ellos, afirma Francisco “son hombres y mujeres, padres y madres que estuvieron antes que nosotros en el mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra diaria batalla por una vida digna”.
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