¿Cuánto valen las cosas?
El mundo de los valores es un universo ordenado, no caótico ni relativo. Percibimos lo que vale de verdad.
por José F. Vaquero
En días pasados se han hecho muchos comentarios y bromas a propósito de la adquisición de un banco español por un precio irrisorio. No es un tema jocoso, sobre todo para la inmensa mayoría de los empleados, accionistas y clientes de la entidad bancaria. Pero me ha llamado la atención la realidad que hay detrás. ¿Cuánto vale un banco? ¿O una casa? ¿O un coche? Hechos como este nos pueden llevar a pensar que las cosas valen lo que estemos dispuestos a pagar por ella, sacando la cartera o la chequera. Y es posible que, en el ámbito puramente económico, tal afirmación no se aleje mucho de la realidad. Lo hemos visto los últimos años en el mercado inmobiliario, en nuestro país y en la mayoría de países desarrollados o emergentes.
La pregunta es seria: ¿cuánto valen las cosas? ¿Sólo los euros o dólares que una parte significativa de la sociedad esté dispuesta a pagar? Si repetimos la pregunta, la respuesta se queda demasiado corta, y lo experimentamos a diario. ¿Cuánto vale un hijo? ¿Cuánto cuesta este momento de felicidad con mi familia o mis amigos? ¿Cuánto vale una sonrisa, una caricia, el regalo de una rosa? El valor económico de las cosas nos sabe a poco, se queda demasiado corto. Hay valores más altos, más importantes.
Todavía estamos conmovidos en España por la heroicidad de Ignacio Echeverría. Un joven alegre, entusiasta, banquero, pero también muy amante de disfrutar con su patinete. El reciente atentado en el Puente de Londres acabó con su vida. Y no porque los terroristas yihadistas le encontraran por casualidad, como una víctima más. Pasaba cerca de la zona de los atentados, y su impulso le llevó a defender a una de las víctimas, luchando contra su asesino con lo que tenía a mano, su patinete. En esa lucha le llegó una puñalada por la espalda, que acabó drásticamente con su vida.
Ignacio tenía unos valores, aprendidos en su familia y cultivados durante años: es importante ayudar al otro, y más cuando está siendo agredido brutalmente. Su vida valía en relación con ese principio, y valía tanto que no se pensó poner en peligro su propia vida. Podía haber pasado de largo, alejarse del lugar del atentado, pero en el necesitado estaba su valor.
Pero también los tres terroristas tenían sus “valores”, su motivo para realizar un crimen así, incluso con el riesgo, más que probable, de perder la vida. Y aquí surge la pregunta: ¿Cualquier valor es legítimo? ¿Se puede defender al precio que sea?
El mundo de los valores no se cimienta en lo subjetivo del valor, en el “para mí es lo principal”. Percibimos, por propia experiencia, que hay límites infranqueables, que el puro relativismo es un absurdo, un camino abocado al todo vale, a la ley de la selva, al principio del más fuerte. No podemos hacer lo que queramos utilizando el comedía del “así son mis valores”.
Somos conscientes de la violencia que cada día gana terreno en Siria, Irak, Egipto, Filipinas. Oímos lo que nos dicen los medios. Y lo mucho, demasiado, que no nos cuentan. En tantos sitios viven casi a diario el drama que vivimos aquí en contadas ocasiones (los atentados del Puente de Londres, del Manchester Arena…). Atentados terribles, ciertamente, tan terribles como los que sufren estos países. ¿Y por qué ante ellos reaccionamos tan poco? ¿No se superan también los límites infranqueables de los valores, del principal valor que es el de la vida humana?
Ignacio obró heroicamente, pero cuántos padres o madres hubieran hecho lo mismo si a quien ven presa del pánico fuera su hijo o su hija. La familia, y la defensa de los allegados, es también un valor, innato y presente en nuestra sociedad, y un valor por el que pondríamos en peligro nuestra propia vida. Sabemos que los hijos valen mucho, valen más. Sabemos percibir la jerarquía en el mundo de los valores, hasta dónde defender un valor. Y esto me confirma en que naturalmente tenemos grandes valores, amamos la vida, la familia. El polvo del camino nos nubla la vista, nos empolva estos grandes ideales. Pero en el corazón del hombre hay mucho más bien que mal. Siempre hay lugar para la esperanza, más cuando la Esperanza se ha encarnado y es el garante de nuestra vida.
La pregunta es seria: ¿cuánto valen las cosas? ¿Sólo los euros o dólares que una parte significativa de la sociedad esté dispuesta a pagar? Si repetimos la pregunta, la respuesta se queda demasiado corta, y lo experimentamos a diario. ¿Cuánto vale un hijo? ¿Cuánto cuesta este momento de felicidad con mi familia o mis amigos? ¿Cuánto vale una sonrisa, una caricia, el regalo de una rosa? El valor económico de las cosas nos sabe a poco, se queda demasiado corto. Hay valores más altos, más importantes.
Todavía estamos conmovidos en España por la heroicidad de Ignacio Echeverría. Un joven alegre, entusiasta, banquero, pero también muy amante de disfrutar con su patinete. El reciente atentado en el Puente de Londres acabó con su vida. Y no porque los terroristas yihadistas le encontraran por casualidad, como una víctima más. Pasaba cerca de la zona de los atentados, y su impulso le llevó a defender a una de las víctimas, luchando contra su asesino con lo que tenía a mano, su patinete. En esa lucha le llegó una puñalada por la espalda, que acabó drásticamente con su vida.
Ignacio tenía unos valores, aprendidos en su familia y cultivados durante años: es importante ayudar al otro, y más cuando está siendo agredido brutalmente. Su vida valía en relación con ese principio, y valía tanto que no se pensó poner en peligro su propia vida. Podía haber pasado de largo, alejarse del lugar del atentado, pero en el necesitado estaba su valor.
Pero también los tres terroristas tenían sus “valores”, su motivo para realizar un crimen así, incluso con el riesgo, más que probable, de perder la vida. Y aquí surge la pregunta: ¿Cualquier valor es legítimo? ¿Se puede defender al precio que sea?
El mundo de los valores no se cimienta en lo subjetivo del valor, en el “para mí es lo principal”. Percibimos, por propia experiencia, que hay límites infranqueables, que el puro relativismo es un absurdo, un camino abocado al todo vale, a la ley de la selva, al principio del más fuerte. No podemos hacer lo que queramos utilizando el comedía del “así son mis valores”.
Somos conscientes de la violencia que cada día gana terreno en Siria, Irak, Egipto, Filipinas. Oímos lo que nos dicen los medios. Y lo mucho, demasiado, que no nos cuentan. En tantos sitios viven casi a diario el drama que vivimos aquí en contadas ocasiones (los atentados del Puente de Londres, del Manchester Arena…). Atentados terribles, ciertamente, tan terribles como los que sufren estos países. ¿Y por qué ante ellos reaccionamos tan poco? ¿No se superan también los límites infranqueables de los valores, del principal valor que es el de la vida humana?
Ignacio obró heroicamente, pero cuántos padres o madres hubieran hecho lo mismo si a quien ven presa del pánico fuera su hijo o su hija. La familia, y la defensa de los allegados, es también un valor, innato y presente en nuestra sociedad, y un valor por el que pondríamos en peligro nuestra propia vida. Sabemos que los hijos valen mucho, valen más. Sabemos percibir la jerarquía en el mundo de los valores, hasta dónde defender un valor. Y esto me confirma en que naturalmente tenemos grandes valores, amamos la vida, la familia. El polvo del camino nos nubla la vista, nos empolva estos grandes ideales. Pero en el corazón del hombre hay mucho más bien que mal. Siempre hay lugar para la esperanza, más cuando la Esperanza se ha encarnado y es el garante de nuestra vida.
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