Fátima: a vueltas de un viaje
La Madre de Dios se ha dirigido a niños en sus últimas apariciones quizás para decirles a ellos lo que nos adultos olvidamos y no podemos o no queremos escuchar.
A mediados del pasado mes de mayo, el Papa Francisco acudió como peregrino al Santuario de Nuestra Señora de Fátima, con motivo del primer centenario de esas apariciones de la Virgen. También nosotros acudiremos con la peregrinación diocesana en estos días. La Madre de Dios se ha dirigido a niños en sus últimas apariciones quizás para decirles a ellos lo que nos adultos olvidamos y no podemos o no queremos escuchar. Como decía el salmista en un texto que recordará Jesús, «de la boca de los niños de pecho, has sacado tú Señor una alabanza contra tus enemigos para reprimir al adversario y al rebelde» (Sal 8,3; Mt 21,16). Los más pequeños son una alabanza inocente y audaz, y con ellos, Dios mismo nos provoca poniendo en vilo lo mejor de cada uno para poder despertar de nuestro letargo y para fajarnos en nuestro compromiso.
Fátima es un lugar sencillo en donde aconteció esa gracia de la Virgen acercándose a esos tres pastorcitos, Jacinta, Francisco y Lucía, para poner una palabra de cordura y de ternura en medio de tanto desconcierto como entonces asolaba la vieja Europa: la Primera Guerra mundial y la revolución rusa. Tras tanta violencia y estrago, María les propuso a esos pequeños algo que humildemente valía la pena escuchar como una dulce alternativa. Decía el Papa Francisco que «cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes».
El centenario de unas apariciones marianas en ese rincón de Portugal, quiere recordar lo que allí se escuchó por la boca de unos pequeños teniendo a María al dictado. El Santo Padre lo recordaba cuando dijo que «tenemos una Madre, una "Señora muy bella", comentaban entre ellos los videntes de Fátima mientras regresaban a casa, en aquel bendito 13 de mayo de hace cien años. Y, por la noche, Jacinta no pudo contenerse y reveló el secreto a su madre: “Hoy he visto a la Virgen”. Habían visto a la Madre del cielo. En la estela de luz que seguían con sus ojos, se posaron los ojos de muchos, pero…estos no la vieron. La Virgen Madre no vino aquí para que nosotros la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos al cielo, por supuesto», concluía diciendo el Papa.
Él ha sido un peregrino que nos ha marcado la senda por donde discurrirán también nuestros pasos en peregrinación desde Asturias a ese querido santuario mariano. Los dos niños ya canonizados, Francisco y Jacinta, y Lucía que sobrevivió tantos años y cuya causa ya está introducida, nos acogen y acompañan a quienes nos allegamos a ese bendito lugar. El Papa Francisco, como hicieran también Juan Pablo II y Benedicto XVI, confesaba conmovido: «No podía dejar de venir aquí para venerar a la Virgen Madre, y para confiarle a sus hijos e hijas. Bajo su manto, no se pierden; de sus brazos vendrá la esperanza y la paz que necesitan y que yo suplico para todos mis hermanos en el bautismo y en la humanidad, en particular para los enfermos y los discapacitados, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los abandonados. Pidamos a Dios, con la esperanza de que nos escuchen los hombres, y dirijámonos a los hombres, con la certeza de que Dios nos ayuda».
Fátima nos aguarda como una ocasión para convertir el corazón, rezar confiados el santo rosario y salir al encuentro de los hermanos que más necesitados están.
Fátima es un lugar sencillo en donde aconteció esa gracia de la Virgen acercándose a esos tres pastorcitos, Jacinta, Francisco y Lucía, para poner una palabra de cordura y de ternura en medio de tanto desconcierto como entonces asolaba la vieja Europa: la Primera Guerra mundial y la revolución rusa. Tras tanta violencia y estrago, María les propuso a esos pequeños algo que humildemente valía la pena escuchar como una dulce alternativa. Decía el Papa Francisco que «cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes».
El centenario de unas apariciones marianas en ese rincón de Portugal, quiere recordar lo que allí se escuchó por la boca de unos pequeños teniendo a María al dictado. El Santo Padre lo recordaba cuando dijo que «tenemos una Madre, una "Señora muy bella", comentaban entre ellos los videntes de Fátima mientras regresaban a casa, en aquel bendito 13 de mayo de hace cien años. Y, por la noche, Jacinta no pudo contenerse y reveló el secreto a su madre: “Hoy he visto a la Virgen”. Habían visto a la Madre del cielo. En la estela de luz que seguían con sus ojos, se posaron los ojos de muchos, pero…estos no la vieron. La Virgen Madre no vino aquí para que nosotros la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos al cielo, por supuesto», concluía diciendo el Papa.
Él ha sido un peregrino que nos ha marcado la senda por donde discurrirán también nuestros pasos en peregrinación desde Asturias a ese querido santuario mariano. Los dos niños ya canonizados, Francisco y Jacinta, y Lucía que sobrevivió tantos años y cuya causa ya está introducida, nos acogen y acompañan a quienes nos allegamos a ese bendito lugar. El Papa Francisco, como hicieran también Juan Pablo II y Benedicto XVI, confesaba conmovido: «No podía dejar de venir aquí para venerar a la Virgen Madre, y para confiarle a sus hijos e hijas. Bajo su manto, no se pierden; de sus brazos vendrá la esperanza y la paz que necesitan y que yo suplico para todos mis hermanos en el bautismo y en la humanidad, en particular para los enfermos y los discapacitados, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los abandonados. Pidamos a Dios, con la esperanza de que nos escuchen los hombres, y dirijámonos a los hombres, con la certeza de que Dios nos ayuda».
Fátima nos aguarda como una ocasión para convertir el corazón, rezar confiados el santo rosario y salir al encuentro de los hermanos que más necesitados están.
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