Una virtud por encima del respeto
¿No será que los defensores del «derecho» al aborto no quieren que se ayude a las mujeres embarazadas y les molesta que haya personas que sí se ocupen de estas mujeres?
por José F. Vaquero
¿Cuáles son las virtudes clave, según nuestra sociedad actual? Yendo más allá del poder y el dinero, «virtudes» en las que fácilmente vemos que el hombre termina por ser menos hombre, está subiendo en el ranking de las virtudes el respeto, muchas veces llamado tolerancia. En parte por necesidad, a nuestros niños hay que enseñarles desde temprana edad el respeto y la tolerancia de otras culturas, del compañero del colegio musulmán, latino u oriental. Pero eso mismo, por razones análogas, se va imponiendo en ambientes universitarios y laborales. «Hay que respetar al que es diferente».
En esta virtud, tan importante para la convivencia, subyace una afirmación de Perugrullo, ese sitio donde a ir para arriba le llaman subir y a ir para abajo bajar. «El hombre es libre» y tú no eres quién para imponer algo al que vive a tu lado. El hombre es libre, pero hasta cierto punto. No somos libres, por ejemplo, para decir cuántas son dos más dos; o que un cuadrado tiene cuatro lados iguales; o para atravesar una pared de cemento de un metro de ancho; o para atravesar un incendio caminando tranquilamente entre las llamas. No recomiendo a nadie que se empeñe en negar esto último, pues puede encontrarse ingresado en la unidad de quemados del hospital más cercano.
El hombre es libre, pero hasta cierto punto. E igualmente el respeto tiene su justa medida. Si mi hijo se empeña en decir que dos más dos son cinco, no puedo decir «Te respeto, y te dejo en el error». Ni por respeto al ladrón que entra a robarme voy a dejarle que lleva a cabo su propósito impunemente. Igualmente nos estaríamos equivocando si, por no respetar el gusto de nuestro hijo por el color rojo, le obligásemos a que optase por el morado. El respeto tiene su justa medida, no es la última palabra
Hace pocos días en Madrid se llevó a cabo uno de esos atentados contra el respeto, contra la libertad. Y curiosamente (o como suele suceder, dirían otros), muy pocos medios se han hecho eco de él. En la sede de la Fundación Red Madre, una fundación dedicada a ayudar a mujeres embarazadas con problemas, y que han optado, contra las facilidades gubernamentales, por llevar adelante su embarazo, en la sede de esta fundación pro – mujer, que lo que busca es ayudar y defender la vida, han aparecido unas violentas pintadas: «Os beberéis la sangre de nuestros abortos». Grupos extremistas pro-abortistas, que defienden el supuesto «derecho» al aborto, pretenden imponer su juicio sin respetar a quienes no opinan como ellos. Proclaman a diestra y siniestra el respeto para que la mujer aborte, pero no respetan a quienes no quieren abortar. ¿Respeto o imposición de sus opiniones?
Con buen juicio y mucho sentido común, el Foro Español de la Familia afirmaba que «los defensores del aborto no quieren que se ayude a las mujeres embarazadas y les molesta que haya personas que sí se ocupen de estas mujeres». La Fundación Red Madre, víctima de este ataque, es una de las fundaciones pro-vida que más conoce de cerca el drama del aborto. Sabe, por propia experiencia, que hay circunstancias personales o del entorno que pueden mover la balanza de una mujer y empujarla a abortar. Es consciente de que la afirmación «tu bebé es un regalo maravilloso» no siempre se traduce tan fácilmente en mujeres solas, sin trabajo, casi sin recursos, y con tantos otros problemas.
Esta fundación no afirma fríamente «Abortar es un crimen», sino que comprende a las mujeres que ven crecer los problemas mucho más rápido que el niño que llevan en sus entrañas. Se preocupan, no de imponer que no aborten, sino de ofrecer otra salida. ¿No estamos defendiendo y promulgando el respeto, la libertad?
La libertad se realiza plenamente en el amor. Puede sonar hueca esta afirmación; pero sabemos que más allá del «yo soy libre», lo que hace feliz a una persona es escuchar de alguien «yo te amo, y quiero ayudarte». El amor está por encima de la libertad, más aún el amor desinteresado, el amor de unos padres que, renunciando a un trocito de su libertad, deciden amar a sus hijos, aunque para ello tengan que renunciar a pequeñas comodidades.
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