Camino sinodal e Iglesia en retirada
por Eduardo Gómez
Aunque la Iglesia católica a menudo ha manifestado que no hay una forma de gobierno excelsa sobre las demás, lo cierto es que vive en aquiescencia permanente con las democracias reinantes, capaces de cuestionar todo buen orden jerárquico. En paralelo, la Santa Sede siempre fue una monarquía electiva. El Papa como autoridad máxima es elegido en los cónclaves por un grupúsculo aristocrático eminentemente cualificado. Fue Santo Tomás de Aquino quien encontró una forma de gobierno armoniosa para las comunidades políticas, una mixtura razonable entre la monarquía y la democracia (nada que ver con esas monarquías escénicas titereadas por el bodrio parlamentario). Una intuición política caída de los cielos.
Con el camino sinodal se abre una brecha en la autoridad papal, cada vez más tenebrante para el devenir de la Iglesia. En su afán conciliar, la Iglesia contemporánea ha confundido de manera creciente la sed de Dios con la sed de mundo. La mundanización ha sido y es la carcoma secular de esa “Iglesia en salida” a la que con tan buena voluntad impele el Papa. Por razón de su entrega emotivista al mundo, es una Iglesia en salida del pueblo, porque se está quedando sin fieles; y en salida del templo porque está perdiendo la Fe.
Solo desde esa información preliminar se puede contemplar el sínodo alemán capitaneado por una troupe de curillas degenerados, deseosos de bendecir todos los fornicaderos nihilistas. Los desmanes del clero alemán solo son la superficie especular del drama que amenaza a la Iglesia de Roma hasta hacer tambalear su forma de gobierno. Dios, a diferencia de los hombres, no conoce el error propio y en su gobierno celestial solo hay sitio para una teocracia absoluta, en cambio en las disposiciones para el núcleo de Su creación se puede identificar la vigorosa mezcla tomista de monarquía y democracia. “El hombre propone y Dios dispone“ (que diría Alejandro Dumas). Dios dispone la Ley pero da la libertad a los hombres para que gestionen sus mandatos con fidelidad creativa. Como Señor de la Historia, da los golpes de timón necesarios para salvar a su pueblo. Como refería Quevedo, Cristo es no solo perfecto hombre y perfecto Dios, también es perfecto Rey, el único bueno de suyo. Nadie reina con destreza celeste salvo el mismísimo Jesucristo.
Los acercamientos en busca de consensos con lo que de presuntamente bueno hubiera en cada ideología han salido muy caros a la Iglesia católica. No solo han erosionado su autoridad exterior, también ha erosionado el mando interno. El acercamiento al mundo ha resultado ser la penetración del mundo en todos los confines del catolicismo. El camino sinodal se habría quedado en un hazmerreír de cuatro herejes, excomulgados sin pestañear por la curia romana, si la Iglesia no hubiera dejado de condenar de manera expresa todas (y cada una de) las ideologías, así como sus regímenes políticos subyacentes. Como si Cristo no hubiese advertido que enviaba a sus hombres en medio de lobos.
Nada hay más perspicaz que la Teología, nada agudiza más la intuición contemplativa. Uno de los más feroces lobos es la superstición democrática, que ha malbaratado a sus anchas todas las verdades terrenales ante una Iglesia en retirada (la iglesia en salida efectivamente existente), que también ha visto malbaratar su dogmática con tal de no colisionar con un mundo al que proponía una relación horizontal. La asunción de la superstición democrática no podía sino carcomer a la jerarquía eclesiástica, resquebrajar su unidad de mando, y legitimar a cualquier clerigalla de frailunos degenerados capaces de las peores flaquezas, las que ponen en tela de juicio hasta incluso la propia ley divina. Pocas cosas hay tan democráticas como el sentimentalismo, enfermedad popular que está democratizando a la Iglesia porque tras la crisis de fe viene detrás la crisis de autoridad
Se quiera o no, la superstición democrática amalgama el mayor coladero de recetarios ideológicos que cruzan las aduanas eclesiales con falsa apariencia de probidad. Es la mirilla a través de la cual la doctrina católica queda bajo sospecha ante la feroz mirada del común de los mortales absorto de ideología. Y los complejos de la Iglesia en retirada llegan por desgracia hasta los confines altos de la jerarquía. Debilidad que frena excomulgar a la clerigalla alemana declarada en rebeldía so pretexto del camino sinodal.
Solo el rescate de la ordenación política entregada por Dios a la Iglesia, iluminada a lo largo de la Historia por los hombres más doctos y fieles, puede hacer recuperar el Oremus y descarrilar el camino sinodal: la constitución monárquica del papado transmitida por el mismísimo Cristo a San Pedro y el mando que conlleva para que la teología católica se llegue a cumplir sin vacilaciones.
Por eso antes de barrer a la clerigalla degenerada habría que recordar el logos católico recogido en el mismísimo credo niceno-constantinopolitano y advertir del problema del sentimentalismo mundano que osa emancipar al Espíritu Santo de las ordenanzas del Padre y el Hijo. No queda otra. La alternativa es el camino sinodal, la democratización clerigalla de los mandatos divinos y una Iglesia que, aunque se piense en salida, se bate en retirada ante el mundo.
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